El rincón del distraído

Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

Camino hacia el paraíso

Por: | 24 de diciembre de 2012

El viaje a lo exótico de Paul Gauguin no es sino otra forma de nombrar los mil caminos que recorrió el artista rumbo al paraíso. Tahití fue la parada de mayor envergadura en su obsesiva búsqueda por recuperar la inocencia perdida. En Corriente alterna (Siglo XXI, 1967), Octavio Paz  habla del civilizado "que vive un ‘fin de mundo’ y trata de escaparse mediante una zambullida en las aguas del salvajismo". También aborda, más adelante, el asunto de los paraísos. Lo hace siguiendo las reflexiones de Aldous Huxley sobre el uso de la mezcalina, en las que subrayaba que "las visiones individuales corresponden casi siempre a ciertos arquetipos colectivos". El paraíso suele estar relacionado con "grandes paisajes fluviales, árboles, espesura verde y rojiza, tierra color de ámbar, todo bajo una luz ultraterrena". Da la impresión de que el texto se estuviera refiriendo a muchos de los cuadros de Gauguin. "Las imágenes del paraíso", escribe Paz acordándose de  lo que decía  Huxley, "pueden reducirse a ciertos elementos, comunes a la experiencia ‘mezcaliniana’ y al mito universal: tierra y agua, feracidad, verdor. Idea de abundancia (por oposición al mundo del trabajo); idea del jardín encantado: ‘todo es sensible’ y pájaros, plantas y bestias hablan el mismo lenguaje". El escritor mexicano añade otro elemento que no había considerado Huxley: "el agua, arquetipo del paraíso prenatal, imagen del regreso a la edad primera, símbolo de la mujer y de sus poderes". Así que vuelta al salvajismo y conquista del paraíso. Gauguin lo hizo yéndose hacia lo exótico, como tan bien recoge la exposición que puede verse estos días en Madrid en el Museo Thyssen-Bornemisza. Otros recurrieron a las drogas. Unos y otros pretendían dinamitar las convenciones de sociedades demasiado pagadas de sí mismas y que, sin embargo, se estaban precipitando en el desastre. Cuando se recorren las salas de la muestra de Gauguin, y se ha roto por un instante con la secuencia de calamidades que azotan el presente, es inevitable barruntar que existe otro mundo dentro de este, que hay vida al otro lado de la frontera.

Paul gauguin nevermore (1897)
Están por lo pronto esas hermosas mujeres (en la imagen: Nevermore), que parecen absolutamente indiferentes a cuanto tenga que ver con la muerte, el dolor y la caída, y que más bien prometen un extraño mundo en el que la calma y la voluptuosidad se reparten a partes iguales el gobierno del tiempo. Nada hay que pueda turbar el curso de las cosas, porque nadie nos ha apartado en realidad de ese curso, estamos fundidos con las horas, el futuro es una entelequia que a nadie importa.

Gauguin era un respetable caballero casado con una mujer danesa y tenía cinco hijos y un buen trabajo en la Bolsa, así que vivía cómodamente instalado en la burbuja impoluta de la burguesía de su tiempo. Hasta que un día rompió con todo y se dedicó a la pintura. Unas cuantas clases, un poco de técnica, pero sobre todo una salvaje pasión por la salvaje. Romper lazos, tirar por la borda las falsas seguridades e irse a Bretaña, luego a la Martinica y por fin a las islas polinesias a fundar un taller de pintura, como había soñado con su amigo Vincent van Gogh, en contacto íntimo con lo más primitivo. Cogió un barco, llevaba un cuaderno. Ahí pegaba fotos, hacía dibujos, pintarrajeaba y escribía. Anotó: "Comenzó entonces la vida plenamente dichosa. Cuando salía el sol salían también, juntos, la felicidad y el trabajo, radiantes como él. El oro del rostro de Téhura llenaba de claridad y alegría nuestra casa y el paisaje de alrededor. Ella ya no me estudiaba, ni yo la estudiaba a ella. Había dejado de ocultarme que me amaba, y yo de decirle que la amaba. ¡Vivíamos así, los dos, en la más perfecta sencillez!". Y celebra pocas líneas después: "¡Paraíso tahitiano, nave nave fenua: tierra deliciosa!".

"Espesura verde y rojiza, tierra color de ámbar, todo bajo una luz ultraterrena". "Tierra y agua, feracidad, verdor. Idea de abundancia; idea del jardín encantado". Todo eso está en el Gauguin que decide vivir a su manera en Tahití. En su pintura liquidó la concepción tradicional de la perspectiva y procuró que sus lienzos se cargaran de colores planos. Emborracha su sensualidad, y luz y agua parecen fundirse en sus obras al compás de la marcha del tiempo. Nada chirría. Como ocurre también en tantos viajes afortunados con las drogas, como observaba Huxley. Salir pitando de los rígidos márgenes de la civilización y precipitarse en la verdadera vida: ese fue el desafío de Gauguin y de tantos otros. No todo lo que encontró en Tahití colmó sus expectativas. Estuvo muy enfermo. Lo terminó pasando mal. Pero sigue su obra ahí: como una bendición, como un soplo de aire fresco, como una sacudida eléctrica de puro color.

La mirada insobornable

Por: | 15 de diciembre de 2012

En una entrevista que Carlos Elordi le hizo en 2004, Javier Pradera no admite embellecimiento alguno de su pasado comunista. "Nosotros no luchábamos ni por las libertades, ni por la democracia tal como la entendemos hoy", le explica. Poco antes le acababa de decir que con todas las cosas que habían pasado en los últimos tiempos, como la caída del Muro de Berlín y la brutal crisis del bloque socialista, "hay un intento de reconstrucción, no te digo intencionada, sino objetivamente justificatoria de por qué ingresamos en el Partido". Pero nada que ver: no estuvieron ahí por traer a España la democracia representativa, ni nada que se le pareciera. "Nosotros éramos revolucionarios en el sentido fuerte del término", subraya Pradera. E, incluso añade que podía considerárselos, "en el sentido técnico de la palabra, estalinianos". En 1978, y en esa ocasión en una entrevista con Josep Ramoneda y José Martí Gómez centrada en la Autobiografía de Federico Sanchez que acababa de publicar Jorge Semprún, Pradera comenta: "Lo que tiene Jorge en el libro es una cosa que nos pasa a todos: que tenemos una enorme memoria para las putadas que nos hacen y muy poca memoria para las que hacemos". También les dice, refiriéndose a los años cincuenta, a los grises años cincuenta de la dictadura ("era una España terrible", le contó a Elordi): "La verdad es que en aquel periodo una de las pocas estructuras que había para luchar contra el franquismo era el PCE y eso es algo que creo que todos los que hemos estado en el PCE tenemos que agradecerle al partido". Las dos entrevistas están recogidas en Camarada Javier Pradera (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), donde Santos Juliá reconstruye aquella militancia comunista en aquella "España terrible". "Yo siempre digo la broma de que fui comunista con Stalin y católico con Pacelli. Y que, por lo tanto, conozco las dos creencias en su formulación más fuerte", le dijo también Pradera a Elordi. Cosas que pasan. Corría el verano de 1955 cuando entró en el Partido. Se fue diez años después. Sin hacer ruido, sin darle mucha importancia. Santos Juliá propone una fascinante reconstrucción de aquel periodo.

Jorge semprun y javier pradera uly martin
Uno de los asuntos que recorre el libro de manera subterránea es lo qué ocurrió para que el descendiente de una familia de los vencedores ingresara en uno de los partidos que más se significaron en el bando de los vencidos. El padre y el abuelo de Javier Pradera (en la imagen, a la derecha, con Jorge Semprún; la foto es de Uly Martín) fueron asesinados al empezar la guerra por una de esas patrullas que integraban los elementos más radicales que defendían la República, entre ellos los comunistas. La primera ruptura que se produjo con los valores de su mundo familiar estuvo relacionada con la Iglesia. ¿Cómo podían defender la dictadura, y su brutal represión y sus salvajes injusticias, los mismos que predicaban el mensaje de amor y solidaridad contenido en los Evangelios? El salto a la militancia en el PCE tuvo que ver con la voluntad de rebelarse contra la dictadura porque era la fuerza que mejor encarnaba la contestación. "Había algo más", escribe Santos Juliá: "el PC no era solo el partido del antifranquismo; lo era, desde luego, pero era sobre todo el partido de la revolución, del socialismo, vividos como expectativa por un grupo de amigos".

Nada de maquillar el pasado, y de ajustarlo a las expectativas del presente. Javier Pradera entró en el PCE para enfrentarse con la dictadura. Lo metieron en la cárcel, y se le torció su carrera militar en el Cuerpo Jurídico del Aire y tampoco pudo implicarse como profesor en la universidad. Se implicó en cuantas tareas le encomendaron, pero supo también ser crítico. Y eso le valió algún coscorrón, alguna reprimenda, alguna humillación.

Su batalla, en cualquier caso, no fue la de las mayúsculas mayestáticas, esas en las que se embarcan los hombres de una pieza, los grandes héroes, los mártires creyentes, incluso los fundamentalistas. Peleó más bien en ese ámbito más cercano de las minúsculas: conseguir un poco más de libertad, acabar con aquella injusticia, defender unas cuantas ideas. Estuvo, como cualquier hombre o mujer corriente, en medio del fango. A Fernando Claudín, uno de los colegas de Pradera en el Partido, le recomendó otro de ellos (Gregorio López Raimundo) cuando le tocó enfrentarse a sus superiores: "Aunque tengas razón, debes someterte; tú, que has tragado tantas culebras en tu vida ¿por qué no sigues tragando culebras?". Cuenta Santos Juliá que Claudín le contestó: "Todo tiene sus límites, incluso el consumo de culebras". Así suelen suceder las cosas. Lo difícil es tener la lucidez y la honestidad, el coraje y la decencia para saber en qué, y cuándo y dónde no se puede traspasar el límite. La insobornable mirada de Javier Pradera en relación a su propio pasado contiene seguramente esa lección tan sencilla (y tan difícil): pudimos equivocarnos, logramos rectificar.

Los hombres amarillos

Por: | 13 de diciembre de 2012

"Y sin embargo, el hombre amarillo vendrá", observa José María Eça de Queirós en 'Chinos y japoneses', uno de los textos recogidos en Desde París. Crónicas y ensayos 1893-1897 (Acantilado, traducción de Javier Coca y Raquel R. Aguilera), donde se han reunido algunas de las crónicas que envió durante esos años a la Gazeta de Noticias de Río de Janeiro mientras ejercía de cónsul en la embajada portuguesa de la capital francesa. "Vendrá, no para asolar sino para trabajar. Ésa es la invasión peligrosa para nuestro viejo mundo, la invasión sorda y hormigueante del trabajador chino". El texto apareció en la primera semana de enero de 1895 y se ocupa de la guerra que había estallado poco antes entre China y Japón por el dominio de Corea. Eça de Queiros, con esa distante elegancia con la que procura entender y contar lo que está pasando, no se entretiene en dar puntual noticia de lo que sucede, para eso ya están las informaciones del periódico, sino que procura más bien romper con los estereotipos que los europeos manejan al tratar de chinos y japoneses y así penetrar mejor en la idiosincrasia de aquellos pueblos desconocidos. Y comenta que los chinos son recios e inteligentes, con una extraordinaria capacidad de trabajo y cierta indiferencia ("sensibilidad nerviosa mínima", apunta) ante los castigos. Recuerda también que fue en 1852 cuando llegaron a San Francisco los primeros cien emigrantes que procedían del lejano gigante asiático. Diez años después eran cien mil y, fueron tales las protestas de los trabajadores locales que las autoridades de Estados Unidos tuvieron que prohibir la entrada de más chinos a California. ¿Qué había ocurrido? Que su llegada había alterado la balanza de los salarios. Eça de Queirós anota con ironía que el hecho de poder disponer de tantos trabajadores baratos necesariamente tenía y tendría como cómplice e instigador al propio capitalismo. Ha pasado tiempo desde que Eça de Queirós se ocupó de los hombres amarillos, pero sus observaciones siguen siendo pertinentes.

Jose maria eça de queirosPrimero empiezan trabajando donde buenamente pueden hasta que se hacen con unos cuantos ahorros y es entonces cuando deciden dedicarse al comercio, una actividad en la que, según el escritor portugués (en la imagen), son prodigiosos por "la lealtad, la sutileza, la perspicacia, la rapidez para comprender los métodos y las mañas de cada plaza". El caso es que ya llevan tiempo desplegando sus habilidades en España, y no es difícil reconocer su incombustible capacidad de trabajo. Hace poco, sin embargo, ha sido una oscura trama dedicada a blanquear entre 200 y 300 millones de euros al año la que ha saltado a la luz, con su líder Gao Ping en primer plano. De pronto, y por unas prácticas que condenan la mayor parte de los chinos que residen en España, se levanta delante de nuestros ojos un paisaje cada vez más familiar en Occidente: las naves de un polígono como el de Cobo Calleja, en Fuenlabrada, en la que todo es chino. Las personas, las cosas, la decoración, la lengua ininteligible, la música de fondo, los caracteres de los carteles. A esas naves, y a otras semejantes de otros lugares, llegaban los contenedores procedentes de los puertos de Valencia y Barcelona cargados con ropa falsificada de distintas marcas, juguetes con el sello de seguridad de la Unión Europea y tabaco, entre otras cosas, que iban generando una inmensa cantidad de dinero negro. Para blanquearlo se fue montando una trama de distintas sociedades y reclutando a un sinfín de trabajadores para que cumplieran los cometidos que se les asignaran. Por ejemplo: trasladar a China en un viaje de recreo una bolsa cargada de billetes: 380.000 euros.

"Porque de todo ha habido en China en estos recientes diez mil años, excepto un pesimista", apunta en su texto Eça de Queirós. Trabajan incansables y, cuando se ponen a trampear, tal como ha mostrado la Operación Emperador hace poco en Madrid, lo hacen también de manera llamativa. Y es que para mantenerse inagotable haciendo lo que sea o para asumir aventuras de ciertas dimensiones no conviene el desánimo, ni la desmoralización, ni desesperanza alguna, ni desilusiones que empañen la gestión cotidiana de las cosas. Se vio también hace poco en el XVIII Congreso del Partido Comunista Chino. Una hoz y un martillo de dimensiones gigantes presidieron el encuentro en Pekín, y más de 2.200 delegados llegados de todo el país eligieron a sus nuevos jefes para los próximos años. No se recomienda escepticismo alguno para que funcionen organizaciones de semejante magnitud.

No dejaran de asombrarnos, y eso que ya han llegado y están entre nosotros. Eça de Queirós los observaba desde París y los encontraba aún muy lejos. Apuntaba, eso sí, cómo nos habían visto tiempo atrás, cuando los occidentales llegaron a China. Nunca, escribe, pudieron encontrar en esa suerte de agresivos comerciantes que querían quedárselo todo "las únicas cualidades que para ellos configuran al 'hombre bueno': el sosiego, la buena educación, la tolerancia, el sentido de la equidad, el amor a las letras y a la palabra escrita, el culto a la tradición y a la autoridad". ¿Seguirán valorando esas cualidades, seguirán sin encontrarlas en nosotros?

El País

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