La mirada insobornable

Por: | 15 de diciembre de 2012

En una entrevista que Carlos Elordi le hizo en 2004, Javier Pradera no admite embellecimiento alguno de su pasado comunista. "Nosotros no luchábamos ni por las libertades, ni por la democracia tal como la entendemos hoy", le explica. Poco antes le acababa de decir que con todas las cosas que habían pasado en los últimos tiempos, como la caída del Muro de Berlín y la brutal crisis del bloque socialista, "hay un intento de reconstrucción, no te digo intencionada, sino objetivamente justificatoria de por qué ingresamos en el Partido". Pero nada que ver: no estuvieron ahí por traer a España la democracia representativa, ni nada que se le pareciera. "Nosotros éramos revolucionarios en el sentido fuerte del término", subraya Pradera. E, incluso añade que podía considerárselos, "en el sentido técnico de la palabra, estalinianos". En 1978, y en esa ocasión en una entrevista con Josep Ramoneda y José Martí Gómez centrada en la Autobiografía de Federico Sanchez que acababa de publicar Jorge Semprún, Pradera comenta: "Lo que tiene Jorge en el libro es una cosa que nos pasa a todos: que tenemos una enorme memoria para las putadas que nos hacen y muy poca memoria para las que hacemos". También les dice, refiriéndose a los años cincuenta, a los grises años cincuenta de la dictadura ("era una España terrible", le contó a Elordi): "La verdad es que en aquel periodo una de las pocas estructuras que había para luchar contra el franquismo era el PCE y eso es algo que creo que todos los que hemos estado en el PCE tenemos que agradecerle al partido". Las dos entrevistas están recogidas en Camarada Javier Pradera (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), donde Santos Juliá reconstruye aquella militancia comunista en aquella "España terrible". "Yo siempre digo la broma de que fui comunista con Stalin y católico con Pacelli. Y que, por lo tanto, conozco las dos creencias en su formulación más fuerte", le dijo también Pradera a Elordi. Cosas que pasan. Corría el verano de 1955 cuando entró en el Partido. Se fue diez años después. Sin hacer ruido, sin darle mucha importancia. Santos Juliá propone una fascinante reconstrucción de aquel periodo.

Jorge semprun y javier pradera uly martin
Uno de los asuntos que recorre el libro de manera subterránea es lo qué ocurrió para que el descendiente de una familia de los vencedores ingresara en uno de los partidos que más se significaron en el bando de los vencidos. El padre y el abuelo de Javier Pradera (en la imagen, a la derecha, con Jorge Semprún; la foto es de Uly Martín) fueron asesinados al empezar la guerra por una de esas patrullas que integraban los elementos más radicales que defendían la República, entre ellos los comunistas. La primera ruptura que se produjo con los valores de su mundo familiar estuvo relacionada con la Iglesia. ¿Cómo podían defender la dictadura, y su brutal represión y sus salvajes injusticias, los mismos que predicaban el mensaje de amor y solidaridad contenido en los Evangelios? El salto a la militancia en el PCE tuvo que ver con la voluntad de rebelarse contra la dictadura porque era la fuerza que mejor encarnaba la contestación. "Había algo más", escribe Santos Juliá: "el PC no era solo el partido del antifranquismo; lo era, desde luego, pero era sobre todo el partido de la revolución, del socialismo, vividos como expectativa por un grupo de amigos".

Nada de maquillar el pasado, y de ajustarlo a las expectativas del presente. Javier Pradera entró en el PCE para enfrentarse con la dictadura. Lo metieron en la cárcel, y se le torció su carrera militar en el Cuerpo Jurídico del Aire y tampoco pudo implicarse como profesor en la universidad. Se implicó en cuantas tareas le encomendaron, pero supo también ser crítico. Y eso le valió algún coscorrón, alguna reprimenda, alguna humillación.

Su batalla, en cualquier caso, no fue la de las mayúsculas mayestáticas, esas en las que se embarcan los hombres de una pieza, los grandes héroes, los mártires creyentes, incluso los fundamentalistas. Peleó más bien en ese ámbito más cercano de las minúsculas: conseguir un poco más de libertad, acabar con aquella injusticia, defender unas cuantas ideas. Estuvo, como cualquier hombre o mujer corriente, en medio del fango. A Fernando Claudín, uno de los colegas de Pradera en el Partido, le recomendó otro de ellos (Gregorio López Raimundo) cuando le tocó enfrentarse a sus superiores: "Aunque tengas razón, debes someterte; tú, que has tragado tantas culebras en tu vida ¿por qué no sigues tragando culebras?". Cuenta Santos Juliá que Claudín le contestó: "Todo tiene sus límites, incluso el consumo de culebras". Así suelen suceder las cosas. Lo difícil es tener la lucidez y la honestidad, el coraje y la decencia para saber en qué, y cuándo y dónde no se puede traspasar el límite. La insobornable mirada de Javier Pradera en relación a su propio pasado contiene seguramente esa lección tan sencilla (y tan difícil): pudimos equivocarnos, logramos rectificar.

Hay 2 Comentarios

Soberbio artículo, y sublime frase de Claudín, que muchos se deberían aplicar en estos tiempos de culebras gigantescas.

Lo que me ha llamado la atención tras la lectura, ha sido el comentario en relación al libro de Jorge Semprún. No se muy bien por qué lo has publicado. pero me parece un buen detalle. No se podía quejar Javier Pradera con la mujer tan guapa que tenía. Así que quizás es que no había sitio para los dos en España, tan vasta y tan chica.
Me ha gustado mucho, gracias.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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