Uno de los asuntos que recorre el libro de manera subterránea es lo qué ocurrió para que el descendiente de una familia de los vencedores ingresara en uno de los partidos que más se significaron en el bando de los vencidos. El padre y el abuelo de Javier Pradera (en la imagen, a la derecha, con Jorge Semprún; la foto es de Uly Martín) fueron asesinados al empezar la guerra por una de esas patrullas que integraban los elementos más radicales que defendían la República, entre ellos los comunistas. La primera ruptura que se produjo con los valores de su mundo familiar estuvo relacionada con la Iglesia. ¿Cómo podían defender la dictadura, y su brutal represión y sus salvajes injusticias, los mismos que predicaban el mensaje de amor y solidaridad contenido en los Evangelios? El salto a la militancia en el PCE tuvo que ver con la voluntad de rebelarse contra la dictadura porque era la fuerza que mejor encarnaba la contestación. "Había algo más", escribe Santos Juliá: "el PC no era solo el partido del antifranquismo; lo era, desde luego, pero era sobre todo el partido de la revolución, del socialismo, vividos como expectativa por un grupo de amigos".
Nada de maquillar el pasado, y de ajustarlo a las expectativas del presente. Javier Pradera entró en el PCE para enfrentarse con la dictadura. Lo metieron en la cárcel, y se le torció su carrera militar en el Cuerpo Jurídico del Aire y tampoco pudo implicarse como profesor en la universidad. Se implicó en cuantas tareas le encomendaron, pero supo también ser crítico. Y eso le valió algún coscorrón, alguna reprimenda, alguna humillación.
Su batalla, en cualquier caso, no fue la de las mayúsculas mayestáticas, esas en las que se embarcan los hombres de una pieza, los grandes héroes, los mártires creyentes, incluso los fundamentalistas. Peleó más bien en ese ámbito más cercano de las minúsculas: conseguir un poco más de libertad, acabar con aquella injusticia, defender unas cuantas ideas. Estuvo, como cualquier hombre o mujer corriente, en medio del fango. A Fernando Claudín, uno de los colegas de Pradera en el Partido, le recomendó otro de ellos (Gregorio López Raimundo) cuando le tocó enfrentarse a sus superiores: "Aunque tengas razón, debes someterte; tú, que has tragado tantas culebras en tu vida ¿por qué no sigues tragando culebras?". Cuenta Santos Juliá que Claudín le contestó: "Todo tiene sus límites, incluso el consumo de culebras". Así suelen suceder las cosas. Lo difícil es tener la lucidez y la honestidad, el coraje y la decencia para saber en qué, y cuándo y dónde no se puede traspasar el límite. La insobornable mirada de Javier Pradera en relación a su propio pasado contiene seguramente esa lección tan sencilla (y tan difícil): pudimos equivocarnos, logramos rectificar.
Hay 2 Comentarios
Soberbio artículo, y sublime frase de Claudín, que muchos se deberían aplicar en estos tiempos de culebras gigantescas.
Publicado por: miguel | 25/12/2012 5:02:21
Lo que me ha llamado la atención tras la lectura, ha sido el comentario en relación al libro de Jorge Semprún. No se muy bien por qué lo has publicado. pero me parece un buen detalle. No se podía quejar Javier Pradera con la mujer tan guapa que tenía. Así que quizás es que no había sitio para los dos en España, tan vasta y tan chica.
Me ha gustado mucho, gracias.
Publicado por: Belén Mtnez. Oliete | 15/12/2012 17:47:43