Los hombres amarillos

Por: | 13 de diciembre de 2012

"Y sin embargo, el hombre amarillo vendrá", observa José María Eça de Queirós en 'Chinos y japoneses', uno de los textos recogidos en Desde París. Crónicas y ensayos 1893-1897 (Acantilado, traducción de Javier Coca y Raquel R. Aguilera), donde se han reunido algunas de las crónicas que envió durante esos años a la Gazeta de Noticias de Río de Janeiro mientras ejercía de cónsul en la embajada portuguesa de la capital francesa. "Vendrá, no para asolar sino para trabajar. Ésa es la invasión peligrosa para nuestro viejo mundo, la invasión sorda y hormigueante del trabajador chino". El texto apareció en la primera semana de enero de 1895 y se ocupa de la guerra que había estallado poco antes entre China y Japón por el dominio de Corea. Eça de Queiros, con esa distante elegancia con la que procura entender y contar lo que está pasando, no se entretiene en dar puntual noticia de lo que sucede, para eso ya están las informaciones del periódico, sino que procura más bien romper con los estereotipos que los europeos manejan al tratar de chinos y japoneses y así penetrar mejor en la idiosincrasia de aquellos pueblos desconocidos. Y comenta que los chinos son recios e inteligentes, con una extraordinaria capacidad de trabajo y cierta indiferencia ("sensibilidad nerviosa mínima", apunta) ante los castigos. Recuerda también que fue en 1852 cuando llegaron a San Francisco los primeros cien emigrantes que procedían del lejano gigante asiático. Diez años después eran cien mil y, fueron tales las protestas de los trabajadores locales que las autoridades de Estados Unidos tuvieron que prohibir la entrada de más chinos a California. ¿Qué había ocurrido? Que su llegada había alterado la balanza de los salarios. Eça de Queirós anota con ironía que el hecho de poder disponer de tantos trabajadores baratos necesariamente tenía y tendría como cómplice e instigador al propio capitalismo. Ha pasado tiempo desde que Eça de Queirós se ocupó de los hombres amarillos, pero sus observaciones siguen siendo pertinentes.

Jose maria eça de queirosPrimero empiezan trabajando donde buenamente pueden hasta que se hacen con unos cuantos ahorros y es entonces cuando deciden dedicarse al comercio, una actividad en la que, según el escritor portugués (en la imagen), son prodigiosos por "la lealtad, la sutileza, la perspicacia, la rapidez para comprender los métodos y las mañas de cada plaza". El caso es que ya llevan tiempo desplegando sus habilidades en España, y no es difícil reconocer su incombustible capacidad de trabajo. Hace poco, sin embargo, ha sido una oscura trama dedicada a blanquear entre 200 y 300 millones de euros al año la que ha saltado a la luz, con su líder Gao Ping en primer plano. De pronto, y por unas prácticas que condenan la mayor parte de los chinos que residen en España, se levanta delante de nuestros ojos un paisaje cada vez más familiar en Occidente: las naves de un polígono como el de Cobo Calleja, en Fuenlabrada, en la que todo es chino. Las personas, las cosas, la decoración, la lengua ininteligible, la música de fondo, los caracteres de los carteles. A esas naves, y a otras semejantes de otros lugares, llegaban los contenedores procedentes de los puertos de Valencia y Barcelona cargados con ropa falsificada de distintas marcas, juguetes con el sello de seguridad de la Unión Europea y tabaco, entre otras cosas, que iban generando una inmensa cantidad de dinero negro. Para blanquearlo se fue montando una trama de distintas sociedades y reclutando a un sinfín de trabajadores para que cumplieran los cometidos que se les asignaran. Por ejemplo: trasladar a China en un viaje de recreo una bolsa cargada de billetes: 380.000 euros.

"Porque de todo ha habido en China en estos recientes diez mil años, excepto un pesimista", apunta en su texto Eça de Queirós. Trabajan incansables y, cuando se ponen a trampear, tal como ha mostrado la Operación Emperador hace poco en Madrid, lo hacen también de manera llamativa. Y es que para mantenerse inagotable haciendo lo que sea o para asumir aventuras de ciertas dimensiones no conviene el desánimo, ni la desmoralización, ni desesperanza alguna, ni desilusiones que empañen la gestión cotidiana de las cosas. Se vio también hace poco en el XVIII Congreso del Partido Comunista Chino. Una hoz y un martillo de dimensiones gigantes presidieron el encuentro en Pekín, y más de 2.200 delegados llegados de todo el país eligieron a sus nuevos jefes para los próximos años. No se recomienda escepticismo alguno para que funcionen organizaciones de semejante magnitud.

No dejaran de asombrarnos, y eso que ya han llegado y están entre nosotros. Eça de Queirós los observaba desde París y los encontraba aún muy lejos. Apuntaba, eso sí, cómo nos habían visto tiempo atrás, cuando los occidentales llegaron a China. Nunca, escribe, pudieron encontrar en esa suerte de agresivos comerciantes que querían quedárselo todo "las únicas cualidades que para ellos configuran al 'hombre bueno': el sosiego, la buena educación, la tolerancia, el sentido de la equidad, el amor a las letras y a la palabra escrita, el culto a la tradición y a la autoridad". ¿Seguirán valorando esas cualidades, seguirán sin encontrarlas en nosotros?

Hay 1 Comentarios

No encuentro la relación entre el ciudadano chino y el japonés, como tampoco puede establecerse entre el el británico y el noruego. O entre el australiano y el europeo.
Son sistemas de valores diferentes. A simple vista, diferencias a un japonés de un chino por la vestimenta.
Un japonés trabaja para la colectividad, es solidario.
Es estudioso y diligente, pero vigila la calidad.
En Japón se fomenta el amor al prójimo.
Un japonés,además, es capaz de trabajar más horas, no por el colectivo, sino para conseguir el respeto del patrón.
Al japonés le disgusta profundamente la desigualdad social.
Ninguno de estos valores se fomenta en la cultura china, en la que el coraje y la perseverancia se promocionan de otra forma.
Ahora convendría hablar del español. Actualmente el asiático no podrá encontrar buena educación; ni como valor ni como principio. Tampoco el sentido de la equidad. Escasea el amor a las letras. Y la autoridad, auctoritas, se ha perdido por agresión (negligencia) y corrupción.
No se si la respuesta apunta a la cuestión de permanencia de ciertos principios y sistemas. Pero es este el hoy;
y el reflejo que proyectamos, no es una ilusión.

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Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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