Arrastrados por la corriente

Por: | 13 de febrero de 2013

Adaptarse al cliente es la fórmula. Esta idea, que constituye el motor y la razón de ser de tantas empresas que procuran acertar en sus respectivos negocios, se da de bruces con un viejo anhelo que sostiene al mejor periodismo. El de librar una batalla que es justamente la contraria: contar la verdad aun cuando al cliente pueda no gustarle. Los lectores aceptaron el envite. Por incómodo y doloroso que resulte, el mundo no siempre es como queremos que sea. Y los periodistas se ocupan de mostrarlo, aunque no guste: dan noticia de los excesos del poder, de las trampas con las que convivimos, de las mentiras que queremos contarnos. Gracias a esa información podemos ser un poco más libres y ejercitar a fondo nuestra condición de ciudadanos. En este instante, que suene la orquesta y que suban los violines hasta romperse en un quiebro nostálgico. Todo eso se ha acabado. El último que apague la luz (Taurus), de Lluís Bassets, reconstruye el escenario en que está teniendo lugar esta tragedia (o este drama, para quienes no quieran darle tanta solemnidad; o esta comedia, para aquellos cínicos que entendieron siempre el periodismo como mera publicidad de unos intereses concretos). "No tendremos periódicos, al ritmo temporal marcado por la jornada diaria, sino continuos", escribe Bassets. Y en ese contexto en que toda la información es un flujo, una corriente que avanza impertérrita y no se detiene jamás, "ni siquiera la verificación resistirá la presión del público para conocer los datos disponibles en sus versiones más elementales, a veces en el nivel de los simples rumores. No habrá, pues, una versión de los hechos, sino sucesivas versiones perfectibles de los hechos…". Si el periodismo, con su vocación de servir de instrumento para establecer (siempre en la medida de lo posible, pero siempre también con la voluntad de mayor rigor) la verdad de los hechos, está de retirada: ¿en qué lugar quedan los ciudadanos? Y, por tanto, ¿qué pasa con la democracia?

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El libro de Lluís Bassets (la foto es de Joan Sánchez) reúne "cinco meditaciones" que ha venido haciendo durante los últimos años sobre un oficio al que lleva entregado toda su vida. Los datos son alarmantes: cada vez hay menos dinero para la información de calidad. Los lectores ya no compran la prensa escrita porque les sale gratis en Internet, y han caído los ingresos por publicidad y los que procedían de distintas estrategias de promoción y mercadotecnia. La pregunta que incordia todos los días en todas las redacciones es "¿cómo vender un producto informativo a un ciudadano hiperconectado que sabe todo de lo que quiere saber sin necesidad de pagar por ello?".

El antiguo cliente se sienta hoy delante de la pantalla y se fabrica un menú a su gusto. La demanda gobierna y pone así en cuestión cualquier reto, que proceda del lado de la oferta, por establecer una agenda en la que se hayan jerarquizado previamente los hechos que merecen ser tenidos en cuenta. El flujo permanente de noticias que impone la red dinamita así el espacio social. Con lo que no existe ya ese lugar donde puedan ponerse en común los problemas y desafíos de una comunidad. La polis se ha ido al garete y ha sido sustituida por una miríada de individuos autónomos y soberanos que se informan a su manera o, en el peor de los casos, solo persiguen ver confirmados sus prejuicios. Por paradójico que resulte, se han estrechado los márgenes de libertad que solo pueden crecer a través del diálogo con el otro, con los otros. Cargarse de razón es la marca de la época. Caen en picado los argumentos, se imponen los tópicos que generan mayor consenso.

Esto no es un resumen de las meditaciones de Bassets, es más bien una reflexión a partir de las cuestiones que plantea. Porque eso es lo más relevante de su empeño: meter el dedo en todas las heridas que afectan al periodismo que se ha hecho y que se está haciendo. Ni la prensa tradicional fue el espejo de todas las virtudes, ni la marea digital está por entero contaminada de detritus. O viceversa. Lo que es indudablemente cierto es que la crisis ha afectado a este negocio por partida doble. No solo no hay medios ni dinero, sino que el propio modelo que llevó a la prensa escrita a conseguir sus mejores logros se ha hecho añicos gracias a unas tecnologías que han modificado radicalmente la manera de transmitir la información. "No habrá, pues, una versión de los hechos, sino sucesivas versiones perfectibles de los hechos…", escribe Bassets, y ahí mismo añade: "…y una mayor necesidad de orientación, análisis, contextualización y explicación derivada de la mayor precariedad de la información". Es en esa grieta donde hay que poner las zarpas para salvar el oficio. De lo contrario ese flujo insaciable de información que alimenta a un mundo hiperconectado terminara por arrastrar los viejos retos del periodismo, que quedarán reducidos a una burda caricatura: puesto que cada vez soy más irrelevante, solo me queda lanzar guijarros para que impacten en la corriente. Igual rebotan, y siguen haciendo ruido, o producen algún episódico remolino.  

Hay 3 Comentarios

También creo que existe sobreabundancia de información. Incluso en los propios medios. Pero la pregunta es: ¿Quién necesita vivir a ese ritmo de vértigo y durante cuánto tiempo?
Las opiniones, las noticias, se superponen a los hechos e incluso se adelantan a ellos.
Creo que ese poder manipulador , el que consigue dominar los acontecimientos, es el que debe de activar la resistencia.
Frente a los poderes de las administraciones y de los lobbys, que han mediatizado el cómo, el cuándo, que han eliminado el cómo y nos dejaron sin saber el por qué; se utiliza hoy la incipiente revolución tecnológica para que sea la marea pública la que distorsione el curso de acontecimientos que todavía no se han producido.
Hemos vivido décadas en las que se ha generado opinión totalmente partidaria, encubriendo la otra o una gran parte, en las narices del lector. Y en muchas ocasiones, la opinión que circula y contamina, comenzó en los propios medios.
Pero no por ello dejamos de reconocer a los verdaderos profesionales. A no confundir una noticia con una columna de opinión. A saber esperar. Y a trasladar a los personajes que encabezan los diarios a su entorno. Porque esa otra parte, la evidente y la más natural, es la que como un poso, acaba calando.

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Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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