El rincón del distraído

Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

Zonas pantanosas

Por: | 26 de febrero de 2013

"Este libro es una invención", se lee al inicio de Media vida (traducción de Flora Casas; Areté, 2003), una de las grandes novelas de V. S. Naipaul. "No es exacto en cuanto a los países, épocas ni situaciones que aparentemente describe". La cita va firmada por "N. J. N." y encabeza el apasionante desafío en el que se embarca el escritor de Trinidad para armar la construcción que finalmente el lector tiene entre las manos. "Es una invención", dice; "no es exacto" a propósito de lo que "aparentemente describe". Los elementos que contiene la frase resultan inquietantes. El hecho de que sea una invención, parece decir, le da licencia para cometer inexactitudes, pero esas inexactitudes solo tienen que ver con aquello de lo que aparentemente trata. Da la impresión de que Naipaul estuviera pidiendo tener las manos libres, poder moverse en su historia con los mayores márgenes de maniobra para, de esa manera, desentenderse de los eventuales ajustes con la realidad. No es exacto ni en los países, ni en la época, ni en las situaciones porque Naipaul solo aparentemente trata de países, épocas y situaciones. Lo que le importa está en otra parte. Conviene decir que la primera parte de Media vida cuenta una visita de Somerset Maugham a la India, cuando fue a documentarse para escribir una novela sobre la espiritualidad. Conviene también recordar que el segundo nombre del protagonistas del libro es Somerset y que su padre se lo puso como un homenaje al escritor inglés, pues este llegó a entrevistarlo cuando estuvo en la India pues entonces había hecho voto de silencio y era un santón más del lugar. Es posible, sin embargo, que nada de esto sea "exacto". Igual ni siquiera Somerset Maugham conoció al padre de Willie Chandran. ¿Importa algo? Naipaul, al servirse de esa cita, contesta que no. Que da igual. Estamos en el terreno de la invención. Las precisiones que puedan hacerse sobre la realidad sobran, carecen de sentido. Lo único importante ya es el artefacto narrativo, la construcción del mismo, la manera en que ha desplegado sus estrategias para llegar a un acuerdo con el lector: lo que estoy contando es verdad.

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Media vida tiene tres partes muy distintas. En la primera de ellas el centro lo ocupa el padre de Willie Chandran y tiene como telón de fondo esa India que despierta y se expresa a través del mahatma Gandhi. La segunda parte se desarrolla en Londres: Willie ha encontrado plaza y beca en un colegio de Magisterio y está viendo qué diablos puede hacer con su vida. Decide dedicarse a escribir. Trabaja para la BBC, empieza a construir sus primeras piezas. A ratos da la impresión de que fuera el propio Naipaul (la foto es de Jordi Adriá) el protagonista de esta parte y que, por tanto, las situaciones fueran autobiográficas. "Sé que ese gran tocayo tuyo y amigo de tu familia dice que un relato tiene que tener planteamiento, nudo y desenlace", le dice su amigo Roger a Willie, "pero si lo piensas bien, la vida no es así. La vida no tiene un planteamiento claro y un desenlace nítido. La vida siempre continúa. Deberías empezar por el medio y terminar en el medio, y todo debería estar ahí".

Seguramente es la tercera parte, donde confluyen las tramas que abren las otras dos, la que propicia la emergencia de las grandes cuestiones que aborda el libro. Willie se ha instalado en África tras terminar Magisterio y haber publicado su primer libro y lo ha hecho con una mujer que conoció porque esta había leído sus relatos. Cuando llegaron a su destino, tras haber dejado atrás Alejandría y el canal de Suez y Port Sudan y Yibuti y Dar es Salam, Willie pensó: "No sé dónde estoy. No creo que pueda encontrar el camino de vuelta. No quiero acostumbrarme a esta vista. No debo deshacer las maletas. No debo actuar como si fuera a quedarme aquí".

Se quedó dieciocho años. Media vida cuenta ese momento: cuando se llega a la mitad del camino y se descubre que nada de cuanto se ha hecho es real, que se ha vivido de prestado. "Yo tengo cuarenta y un años, estoy en la mitad de mi vida", dice Willie. Y observa también: "Yo he estado escondiéndome de mí mismo. No he arriesgado nada. Y he dejado pasar la mejor parte de mi vida". Así que hace las maletas, deja a su mujer, se lanza a empezar de nuevo. "Este libro es una invención", se lee nada más abrir el libro de Naipaul. "No es exacto en cuanto a los países, épocas ni situaciones que aparentemente describe". Trata de zonas pantanosas, esas que difícilmente se nombran, y escarba muy adentro. El libro es ya antiguo, pero seguro que aún pueden encontrarlo.

Arrastrados por la corriente

Por: | 13 de febrero de 2013

Adaptarse al cliente es la fórmula. Esta idea, que constituye el motor y la razón de ser de tantas empresas que procuran acertar en sus respectivos negocios, se da de bruces con un viejo anhelo que sostiene al mejor periodismo. El de librar una batalla que es justamente la contraria: contar la verdad aun cuando al cliente pueda no gustarle. Los lectores aceptaron el envite. Por incómodo y doloroso que resulte, el mundo no siempre es como queremos que sea. Y los periodistas se ocupan de mostrarlo, aunque no guste: dan noticia de los excesos del poder, de las trampas con las que convivimos, de las mentiras que queremos contarnos. Gracias a esa información podemos ser un poco más libres y ejercitar a fondo nuestra condición de ciudadanos. En este instante, que suene la orquesta y que suban los violines hasta romperse en un quiebro nostálgico. Todo eso se ha acabado. El último que apague la luz (Taurus), de Lluís Bassets, reconstruye el escenario en que está teniendo lugar esta tragedia (o este drama, para quienes no quieran darle tanta solemnidad; o esta comedia, para aquellos cínicos que entendieron siempre el periodismo como mera publicidad de unos intereses concretos). "No tendremos periódicos, al ritmo temporal marcado por la jornada diaria, sino continuos", escribe Bassets. Y en ese contexto en que toda la información es un flujo, una corriente que avanza impertérrita y no se detiene jamás, "ni siquiera la verificación resistirá la presión del público para conocer los datos disponibles en sus versiones más elementales, a veces en el nivel de los simples rumores. No habrá, pues, una versión de los hechos, sino sucesivas versiones perfectibles de los hechos…". Si el periodismo, con su vocación de servir de instrumento para establecer (siempre en la medida de lo posible, pero siempre también con la voluntad de mayor rigor) la verdad de los hechos, está de retirada: ¿en qué lugar quedan los ciudadanos? Y, por tanto, ¿qué pasa con la democracia?

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El libro de Lluís Bassets (la foto es de Joan Sánchez) reúne "cinco meditaciones" que ha venido haciendo durante los últimos años sobre un oficio al que lleva entregado toda su vida. Los datos son alarmantes: cada vez hay menos dinero para la información de calidad. Los lectores ya no compran la prensa escrita porque les sale gratis en Internet, y han caído los ingresos por publicidad y los que procedían de distintas estrategias de promoción y mercadotecnia. La pregunta que incordia todos los días en todas las redacciones es "¿cómo vender un producto informativo a un ciudadano hiperconectado que sabe todo de lo que quiere saber sin necesidad de pagar por ello?".

El antiguo cliente se sienta hoy delante de la pantalla y se fabrica un menú a su gusto. La demanda gobierna y pone así en cuestión cualquier reto, que proceda del lado de la oferta, por establecer una agenda en la que se hayan jerarquizado previamente los hechos que merecen ser tenidos en cuenta. El flujo permanente de noticias que impone la red dinamita así el espacio social. Con lo que no existe ya ese lugar donde puedan ponerse en común los problemas y desafíos de una comunidad. La polis se ha ido al garete y ha sido sustituida por una miríada de individuos autónomos y soberanos que se informan a su manera o, en el peor de los casos, solo persiguen ver confirmados sus prejuicios. Por paradójico que resulte, se han estrechado los márgenes de libertad que solo pueden crecer a través del diálogo con el otro, con los otros. Cargarse de razón es la marca de la época. Caen en picado los argumentos, se imponen los tópicos que generan mayor consenso.

Esto no es un resumen de las meditaciones de Bassets, es más bien una reflexión a partir de las cuestiones que plantea. Porque eso es lo más relevante de su empeño: meter el dedo en todas las heridas que afectan al periodismo que se ha hecho y que se está haciendo. Ni la prensa tradicional fue el espejo de todas las virtudes, ni la marea digital está por entero contaminada de detritus. O viceversa. Lo que es indudablemente cierto es que la crisis ha afectado a este negocio por partida doble. No solo no hay medios ni dinero, sino que el propio modelo que llevó a la prensa escrita a conseguir sus mejores logros se ha hecho añicos gracias a unas tecnologías que han modificado radicalmente la manera de transmitir la información. "No habrá, pues, una versión de los hechos, sino sucesivas versiones perfectibles de los hechos…", escribe Bassets, y ahí mismo añade: "…y una mayor necesidad de orientación, análisis, contextualización y explicación derivada de la mayor precariedad de la información". Es en esa grieta donde hay que poner las zarpas para salvar el oficio. De lo contrario ese flujo insaciable de información que alimenta a un mundo hiperconectado terminara por arrastrar los viejos retos del periodismo, que quedarán reducidos a una burda caricatura: puesto que cada vez soy más irrelevante, solo me queda lanzar guijarros para que impacten en la corriente. Igual rebotan, y siguen haciendo ruido, o producen algún episódico remolino.  

El desafío de pensar

Por: | 08 de febrero de 2013

Acaba de publicarse ¿Una gran ilusión? (Taurus, traducción de Victoria Gordo del Rey), un ensayo de Tony Judt basado en una serie de conferencias sobre Europa que dictó en mayo de 1995 en el Centro John Hopkins de Bolonia. "Estas fueron transformaciones irrepetibles, únicas", escribe sobre lo que ocurrió tras terminar la Segunda Guerra Mundial. "Es decir, Europa occidental probablemente nunca volverá a tener que recuperarse de treinta años de estancamiento económico o medio siglo de declive agrario, o reconstruirse tras una guerra devastadora. Ni volverá a unirse por la necesidad de hacerlo, o por la coincidencia de la amenaza comunista y el apoyo estadounidense. Para bien o para mal, las circunstancias de la posguerra, que actuó como la comadrona de la prosperidad de Europa occidental a mediados del siglo XX, fueron únicas; nadie volverá a tener la misma suerte". Vaya, que los hechos que facilitaron la consolidación del Estado de bienestar en ese ámbito singular que llamamos Europa fueron excepcionales. No pueden darse por descontados. Y la simple conservación de lo que se consiguió entonces exige por tanto hoy políticas imaginativas y gestos de largo alcance y una multitud de difíciles y delicados compromisos. Tony Judt comenta que muchas de las preguntas y respuestas que plantea en su libro podrían caracterizarlo como un euroescéptico y, sin embargo, confiesa ser un europeo entusiasta. ¿En qué quedamos? Pues seguramente en el desafío de pensar a contracorriente, hurgando en las contradicciones del proyecto europeo, sacando a la luz sus lacras e insuficiencias, y revelando que el mito de un continente próspero, unido, democrático y cosmopolita está atravesado por fuerzas populistas y provincianas, ancladas todavía en un pasado profundamente traumático, abocadas a la descomposición. Judt puso en escena sus dudas e interrogantes hace ya más de quince años. Todavía no se habían incorporado a la Unión Europea los países del Este, no existía la moneda única y, por tanto, aún era inimaginable una crisis de la eurozona como la que padecemos ahora. ¿Tienen sentido, con semejante distancia, las reflexiones de Judt? Seguramente sí: tocan asuntos medulares a los que en muchos sentidos no se ha dado respuesta y reconstruyen los claroscuros de un proyecto que se enfrenta hoy a un horizonte sombrío. "Si vemos la Unión Europea como una solución para todo", dice Judt, "invocando la palabra 'Europa' como un mantra, enarbolando el estandarte de 'Europa' frente a los recalcitrantes herejes 'nacionalistas' y gritando '¡abjurad, abjurad!', un día nos daremos cuenta de que, lejos de resolver los problemas de nuestro continente, el mito de 'Europa' se habrá convertido en un impedimento para saber reconocerlos".

Tony judt luis magan
Lo que a Judt (la fotografía es de Luis Magán) le preocupaba en el momento de preparar sus conferencias era la ampliación de la Unión Europea hacia el Este. ¿Tenía sentido, era solo una ilusión, un simple gesto paternalista de los países más desarrollados? Si el bienestar había sido el gran logro de la Europa occidental en las últimas décadas, ¿era posible proyectarlo y afianzarlo en esos Estados que venían de un pasado reciente comunista y que habían ido acumulando hondas heridas por no haber podido ser, a lo largo de su historia, suficientemente europeos, siempre marcados por su condición oriental, condenados por su marginalidad?

Judt analiza lo que pasaba entonces. Los datos de un estudio de 1994 le advierten de que la incorporación a la UE de Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría va a resultar más cara de lo que percibían por entonces juntas España, Portugal, Grecia e Irlanda. Pero hay más indicadores: aumenta el desempleo, el crecimiento se paraliza, suben los precios. Y paisajes inquietantes, como son esas poblaciones satélites desoladas, los suburbios deteriorados y los deprimentes guetos urbanos que van imponiéndose en las grandes ciudades del viejo continente. Más cosas: los europeos están envejeciendo y una creciente población de personas mayores descansa sobre los hombros de un grupo cada vez menor de jóvenes. Los votantes empiezan a inclinarse por posturas de extrema derecha y los partidos conservadores tradicionales ya no ven con tan malos ojos los excesos ultranacionalistas y xenófobos. ¡Judt escribía en 1996, parece que habla de hoy mismo!

Y lo que quería entonces era señalar las progresivas carencias democráticas del proyecto europeo, que seguramente hoy son mayores que entonces. Bruselas se sostiene en un ideal de gobierno eficiente, universal, carente de particularismos y regido por el pensamiento racional y el Estado de Derecho. Por tanto, si es necesario saltarse las decisiones de unos parlamentos nacionales un tanto más reaccionarios y que no se ajustan al modelo, pues habrás que saltárselas. El viejo despotismo ilustrado. Tony Judt, sin embargo, no aplaude que se vayan imponiendo esos derroteros y lo que reivindica entonces es… ¡la nación-Estado! Al fin y al cabo, es la más moderna de las instituciones políticas, dice, y subraya que cualquier unidad transnacional suele pecar de déficits democráticos. "También puede ser cierto que la vieja nación-Estado sea una forma mejor para asegurar lealtades colectivas, proteger a los desfavorecidos, promover una distribución más justa de los recursos y compensar el efecto perturbador de los patrones económicos transnacionales", escribe. Cuanto se manifestaba en la segunda mitad de los noventa de manera embrionaria, se ha multiplicado vertiginosamente en los tiempos que corren. Judt ya hablaba de una Alemania arrolladora y de una Francia en declive. Su ensayo ¿Una gran ilusión? sigue ofreciendo materiales de primera mano para enfrentarse al presente. No se lo pierdan.

El País

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