“El zar no sólo es el propietario, el dueño de Rusia y de todos los rusos, por la tradición medieval, sino que por la teoría de los legisladores es, en cuanto zar, el único y perpetuo representante de la nación; e incluso por la doctrina de los teólogos es, como David, el delegado especial de Dios sobre la tierra", escribió el escritor y diplomático José María Eça de Queirós en uno de los textos que publicaba en un periódico brasileño a finales del siglo XIX y que está recogido en Desde París (Acantilado, traducción de Javier Coca y Raquel R. Aguilera). Un buen día llegaron los bolcheviques con la idea de acabar de una vez con esa calamitosa injusticia, con ese tremendo despropósito. Tomaron el poder en 1917, se afanaron por cambiarlo todo. En la primavera de 1989, su aventura empezó a irse a pique: el comunismo se estaba cayendo a trozos en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el periodista polaco Ryszard Kapuscinski decidió ir allí para contarlo. En su primera parada, Moscú, fórmula ya un implacable diagnóstico: "El bolchevismo es, evidentemente, otro impostor, pero es un impostor que va más lejos: ya no solo es la encarnación terrestre de Dios. Es el mismo Dios". Lo hace mientra revela las características de un monumental proyecto que tuvo Stalin, el Palacio de los Sóviets, una inmensa mole coronada con una gigantesca estatua de Lenin (para que se hagan una idea, su dedo índice iba a medir seis metros). No llegó a construirse nunca. Antes del fracaso, para arrancar con su plan, Stalin ordenó para hacerle un hueco en una zona muy próxima al Kremlin que se destruyera el Templo de Cristo Salvador. Se trataba de otra colosal construcción que el zar Alejandro I puso en marcha en el otoño de 1812 y que sólo consiguió inaugurar Alejandro III en mayo de 1883. El nuevo orden acabó a dinamitazos con aquella magna obra en solo cuatro meses para no poner, finalmente, nada en su sitio. Con esa historia, se inicia la segunda parte de Imperio (Anagrama, 1994; traducción de Agata Orzeszek), el libro de Kapuscinski sobre la antigua URSS. La Casa del Lector ha inaugurado hace unos días en Madrid una exposición que reúne parte de las fotografías que hizo el reportero y escritor durante aquel largo viaje.
Kapuscinski se propuso recorrer las quince repúblicas de la URSS y, para no engañar a nadie, tituló esa parte de su libro A vista de pájaro. Estuvo viajando entre 1989 y 1991. Ereván (Armenia), Tbilisi (Georgia), Bakú (Azerbaiyán), Vorkutá (Komi), Ufá (Bashkiria), Irktusk, Yakutsk o Magadán en Siberia, la conflictiva Nagorny Karabaj, el Turkestán, Kíev (Ucrania), San Petersburgo o Minsk (Bielorrusia) fueron algunas de sus paradas. Miles y miles de kilómetros, cientos de anécdotas. Pasó momentos de peligro, mucho frío, conoció parajes de una belleza sobrecogedora. Imperio está lleno de las historias de gente muy diversa (como las de la foto, en Moscú, 1991) y también da cuenta de la terrible historia del comunismo. Observa que la gente ha recuperado la palabra, que empieza a superar el miedo, pero también advierte: "El llamado hombre soviético es, sobre todo, un hombre cansado hasta el agotamiento, así que no debe sorprendernos que no tenga fuerzas ni para alegrarse por la recién recuperada libertad".
Imperio no pasa por ser de los mejores libros de Kapuscinski. Otro periodista polaco, Mariusz Wilk, se mostró muy crítico en Diario de un lobo. Pasajes del mar Blanco (Alba, 2009; traducción de Katarzyna Olszewska Sonnenberg), su libro sobre las islas Solovki, la sede de la más antigua prisión política zarista y del primer campo de trabajo de la época comunista. "La brillante idea de darse una vuelta por toda la Unión Soviética", escribe; "es también una empresa superficial, abocada a convertirse en diagnósticos simplistas, en esbozos e imágenes simbólicas, entre las cuales el autor va introduciendo sus impresiones de viaje, a menudo poco precisas".
"El lager era una estructura ideada con sadismo a la vez que con precisión cuyo objetivo consistía en destruir y aniquilar a la persona de tal manera que ésta, antes de morir, experimentara los peores sufrimientos, humillaciones y tormentos", apunta Kapuscinski cuando visita Kolymá ("junto a Auschwitz, el peor lugar del mundo"). Artur Domoslawski, responsable de la biografía Kapuscinski non-fiction (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2010; traducción de F. J. Villaverde González y A. Orzeszek), dice sobre Imperio que "algo desafina en este libro". Señala la brutal dureza de Kapuscinski con el comunismo frente a las ruinas de su proyecto hecho añicos y no consigue comprender cómo él mismo pudo participar de esa ideología hasta los años ochenta, cuando abandonó el Partido. Tuvo una oportunidad de explicarse, y no lo hizo, observa. Imperio está ahí: quizá la detallada crónica que Kapuscinski hace de su descenso a los infiernos sea, a la postre, su manera de hacer cuentas con su propio pasado.
Hay 7 Comentarios
ya nada es como por aquel entonces..
Publicado por: Imprenta Bajo coste | 16/04/2013 13:13:29
Desde luego que si no nos alegramos....no nos queda nada mas que hecharnos a llorar
Publicado por: imprenta en cádiz | 15/04/2013 18:26:39
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Publicado por: rss noticias | 15/04/2013 12:28:41
Hola, amigos. Una de las lecciones que podemos aprender (y que ya es hora de que sirva para algo) es que hasta ahora todos los gobiernos, todos los sistemas políticos, todas las grandes promesas de reforma y mejoramiento de la situación de la gente, encierran aproximadamente un 90% de mentira, de engaño, de trampa. La lección aprendida consiste en el tiempo que pase entre el estrépito de la victoria y la conciencia de la gente sobre el engaño y la rapidez con que reacciona para hacer el cambio, con los votos en la mano y las urnas llenas de los votos que le dicen al gobierno de turno: no. "Tú también nos engañaste". "Vamos a ver cuánto tardamos en descubrir el engaño del partido por el que acabamos de votar". Y así se van afinando las cosas y mejorando un poco la situación. Lo de Kapuscinski no es sino un episodio más del desengaño, peor o mejor logrado.
Publicado por: Francisco Tostón de la Calle | 14/04/2013 15:31:44
Qué lástima que no pueda pasarse por las Rusias actuales y ver la cara de felicidad que se le ha quedado al hombre liberal de aquellos parajes.
Se fue creyendo que el comunismo era una estatua con un dedo de 6 metros, pero era un sabio...
Publicado por: Donatien Martinez-Labegerie | 13/04/2013 17:27:12
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Publicado por: Mardoner | 12/04/2013 22:01:31