La vida corriente

Por: | 30 de mayo de 2013

El intelectual sostenía que beber en público era una muestra de mala educación, así que cuando quería emborracharse se metía en su habitación, cerraba la puerta y se ventilaba a solas el contenido de una botella. Ryszard Kapuscinski escribe que entonces escuchaban "el ruido sordo de un cuerpo que caía desplomado sobre el suelo", y añade: "nunca le dio tiempo de llegar a la cama". La anécdota la cuenta en las primeras páginas de La guerra del fútbol (Anagrama, 1992; traducción de Agata Orzeszek), donde describe la vida en el Hotel Metropol, esa suerte de balsa con habitaciones en la que se instaló al llegar a Acra, la capital de Ghana, en 1960. El intelectual formaba parte del paisanaje habitual de aquel sorprendente lugar y era amigo de contar chistes y de enseñarle al grupo de íntimos una fotografía de su novia, una dama ya mayor. "Vive en California", les decía, "y lleva quince años esperándome. Esperará otros quince y se morirá. Pero la muerte no es tan terrible. Sólo hay que estar suficientemente cansado". Los libros de Kapuscinski están llenos de gente así. Tipos entrañables, con una visión muy particular de las cosas y con unas vidas que nada tienen que ver con las de las gentes que tratamos habitualmente en Occidente. La fuerza de su pulso narrativo, su capacidad de observación, la empatía con que se acerca a cuantos va conociendo, sus afanes por convocar la ternura y la risa, su gusto por la exageración…: todo eso forma parte del mejor bagaje del reportero polaco y, seguramente, sus libros se conservarán a la larga mejor por estas virtudes que por su trabajo estrictamente periodístico. Este último estuvo en su día muy condicionado por los avatares políticos del tiempo que le tocó vivir, el de la Guerra Fría siendo un ciudadano de la Polonia comunista, y eso termina a la larga notándose. Fue, sin embargo, su vocación de informar la que lo llevó a conocer los lugares más remotos del mundo. Y lo que quiso siempre fue ir a "la esencia de las cosas". Por eso reparó en las personas y en sus asuntos, y por eso se ocupó de dar cuenta de ellos. Trató de la vida corriente de la gente corriente. Con una mesa redonda en la que participaron el martes distintos periodistas españoles se cerraron en la Casa del Lector las actividades paralelas que se programaron con motivo de la exposición que reúne algunas fotografías del viaje que hizo Ryszard Kapuscinski por la Unión Soviética a principios de los años noventa.

Kapuscinki carles ribas
En 1956 Kapuscinski (la foto es de Carles Ribas) salió por primera vez de Polonia. No había cumplido aún 25 años y llevaba ya un tiempo obsesionado por "cruzar la frontera". Su sueño era simplemente pisar el suelo de Checoslovaquia, pero un día le comunicaron en el Estandarte de la Juventud, el periódico en el que trabajaba, que se preparara para irse a la India. El episodio lo recoge en Viajes con Heródoto (Anagrama, 2006; traducción de Agata Orzeszek) y explica que su jefa lo condujo entonces a su despacho y que allí le regaló el célebre libro del historiador de Halicarnaso. La influencia que su lectura iba a tener en el trabajo del periodista fue enorme. Heródoto también fue amigo de poner mucha atención en las cosas que suelen preocuparles a los mortales, las que los motivan y los conmueven. No hay que avanzar muchas páginas en Los nueve libros de la historia para encontrarse con lo que le sucedió al rey Candaules. Estaba tan enamorado de su mujer que no cesaba de hablarle de su belleza a uno de sus guardias, Giges, e insistió en que tenía que verla desnuda. Lo obligó a esconderse cerca de su habitación para que observara como, poco a poco, iba quitándose la ropa antes de dirigirse al lecho. Así lo hizo, pero la reina consiguió verlo de pasada y se enfureció contra su marido, aunque no se lo hizo notar. Al día siguiente llamó a Giges y lo obligó a elegir entre dos opciones: o mataba a su esposo y la poseía, o ella se encargaba de que lo mataran a él. Giges se inclinó, como resulta bastante lógico, por la primera de las propuestas.

Como en su día hiciera Heródoto con las vidas de las autoridades de los reinos de su época, Kapuscinski se sumerge en las cosas de aquellos a los que encuentra en sus viajes. Muchas veces esos tipos sencillos son los auténticos protagonistas de sus historias. En Un día más con vida (Anagrama, 2003; traducción de Agata Orzeszek), donde relata la guerra e independencia de Angola, se fija por ejemplo en la importancia que tienen Ruiz, el portugués "vivaracho" que pilotaba el único avión que tenía el MPLA en Luanda, o Alberto Ribeiro, un ingeniero que velaba porque siguiera funcionando, a pesar de los ataques enemigos, la estación de bombeo que proveía de agua a la capital cercada.

Y está Ébano (Anagrama, 2000; traducción de Agata Orzeszek y Roberto Mansberger Amorós), donde reunió buena parte de las historias que le tocó vivir en África. Habla de la independencia de Ghana y de su líder, Kwame Nkrumah; del golpe de Estado de Idi Amín en Uganda, de las atrocidades de Ruanda, de la vieja historia esclavista de Zanzíbar, y más y más. Describe los síntomas de la malaria que padeció y los pinchazos que recibía cuando pilló la tuberculosis, además de referirse a las veinticuatro pastillas que consumía entonces al día. Escribe de leones, elefantes, de una cobra que estuvo a punto de merendárselo. Observa que en África "todo es provisional en grado sumo, inestable, liviano y precario...". Y, bueno, cuenta de la gente corriente que encontró. Un día estaba varado en el oasis de Oudane, en el Sahara, al noreste de la capital de Mauritania, Nuakchot. Quería salir de allí y esperaba que pasara alguien. Llegó un camión, un Berlier inmenso, bajó el chófer: "un árabe descalzo y de tez oscura, ataviado con una larga galabiya de color añil". Lo invitó a subir, partieron. No sabía dónde iban, sólo había arena. De pronto falló el motor, ahí en mitad del desierto. A Salim le costó averiguar cómo abrir el capó, luego "se encaramó al guardabarros y se puso a contemplar el motor, pero miraba aquella enmarañada construcción como si la viese por primera vez en su vida". Al rato ya lo había desarmado todo, "destornillaba las tuercas y quitaba los cables, y todo ello sin ton ni son, como un niño que, furioso, rompe un juguete que se niega a funcionar". Permítanme, ése es el mejor Kapuscinski. El que describe al intelectual, el que reconstruye su odisea en el desierto con Salim. El de la vida corriente, el de los hombres sencillos.   

Hay 2 Comentarios

"Viajes con Heródoto" es uno de los libros mas bellos que he leído. Gracias al articulista por recordarme la calidez de la escritura de Kapuscinski.

Su historia es maravillosa. Leerle es envidiarle. Al igual que nuestro Meneses, son personas únicas

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Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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