La batalla de la noticia

Por: | 12 de junio de 2013

El nuevo libro de Félix de Azúa, Autobiografía de papel (Mondadori), está lleno de suculentas observaciones sobre el oficio del periodista. Están servidas con el punto de provocación que suele poner en lo que escribe y tienen esa distancia irónica que va directa a los fundamentos y prescinde de los tópicos de rigor. Observa, por ejemplo, y se acuerda de lo que decía Karl Kraus –el escritor austriaco que convirtió durante 37 años (1899-1938) las páginas de su revista Die Fackel (La antorcha) en una sonora bofetada a las convenciones de su época–, "que las noticias se inventaron para dar un aspecto respetable a los periódicos. Tanto los diarios antiguos como los modernos contienen muy pocas informaciones relevantes". Pero bueno, ¿no se había dado por hecho que "los diarios y los demás medios de comunicación se habían inventado para dar noticias? Y, sí, es cierto que las dan (pocas), pero sobre todo están llenos de "publicidad, anuncios locales, propaganda de los partidos políticos, esquelas, comentarios de los ideólogos a sueldo de cada sector y, como no, literatura". Tirando por ese camino pronto llega Azúa a otra conclusión reveladora: "Dado que ya sabemos que la forma es el contenido, podríamos perfectamente afirmar que los diarios son centros de producción literaria cuya finalidad es disimular al máximo los acontecimientos reales e ir construyendo una historia ideológica peculiar". Sálvese quien pueda, ¿y la verdad de las cosas, esa vieja objetividad que tanto se reclama, los hechos y los hechos y los hechos? Pues seguramente tiene razón Azúa y, desde hace tiempo (¿desde el principio?), esos hechos vienen camuflados en los medios con la retórica que cada empresa ha inventado como marca. Noticias, noticias, esas que por así decirlo aparecen servidas en el grado cero de la escritura, sin adornos, sin peso ideológico, sin una mirada, sin dirección, sin banda con tambores y bombo que las celebren o las condenen, poca cosa. Los periodistas, pues, preparan su menú hirviéndolo con sus propias finas hierbas. Y sirven su producto a una tribu de convencidos, a un público cautivo. El margen que queda para la verdad de las cosas, si es que tal verdad existe en algún sitio, es minúsculo, ridículo, despreciable.

Feliz de azua alvaro garcia
Si en Autobiografía sin vida, su anterior libro, Azúa (la fotografía es de Álvaro García) recorría de una forma muy particular la historia del arte para encontrar esas imágenes que marcaron la manera de ver el mundo de las gentes de su generación y de algunas otras bastante próximas, en Autobiografía de papel  lo que hace es ir recuperando su itinerario de escritor para tratar su experiencia como si fuera un caso. No se pronuncia sobre lo que ha hecho, no es cosa suya (dice), sino que cuenta lo que le pasó. Empezó como poeta, luego escribió novelas, se pasó al ensayo, ahora publica en los periódicos y en la red. Por establecer un marco temporal, su caso es el de cuantos "empezaron a escribir con intenciones artísticas entre 1960 y 1980".

Se lanzaron a las palabras porque concibieron la poesía como una fuente de conocimiento tan rica como la ciencia y la religión, y asistieron a la quiebra de esa ambición. Así que se llevaron toda la lírica a la prosa hasta que comprendieron que lo más honesto era ir quitando de la novela cualquier asomo de solemnidad. Luego vino el aprendizaje de la decepción, que terminó articulándose a través del ensayo. La última etapa ha sido la de volver a la artesanía: escribir en los periódicos. En el camino, una grieta decisiva. En los años setenta empieza una "internacionalización intensísima", se van poniendo las primeras piedras de la globalización. Digamos que se funden los grandes relatos de antaño, surge la sociedad de consumo, se impone la democracia total, reina la cultura de masas. Y así, hasta el paroxismo actual, donde todo es instantáneo, y todo llega a todas partes. Es el tiempo del periodismo, "el único género que exige un conocimiento superficial, pero lo más extenso, del mundo".

Y es en este punto donde surge otra de sus observaciones inapelables: "Y es que los periodistas (de diarios) han perdido la batalla de la noticia, o de la falsa noticia, o de la retórica de la noticia. Tengo para mí que no hay color entre las imágenes del atentado contra las Torres Gemelas, tan increíblemente parecidas a una película de Bruce Willis, y su relato. Los diarios comprendieron, ese día, que el mundo del futuro ya no era suyo. O mejor dicho, que el periodismo mismo había cambiado para siempre de soporte". En esas andamos. Medio perdidos. Intentando ajustar las herramientas viejas al vertiginoso ritmo de las nuevas tecnologías. Librando esa vieja batalla que acaso se ha perdido ya, y de manera definitiva. ¿O no?

Hay 2 Comentarios

Me ha gustado especialmente la alusión a las imágenes del atentado contra las Torres Gemelas. Estoy totalmente de acuerdo con su visión. Y sentí lo mismo.
Y aunque es cierto que se ataca desde todos los frentes el oficio del periodismo, que se desea eliminar, considero el ataque más peligroso al que proviene de de los medios y de quienes trabajan en ellos.
Si es una Administración o un gobierno quien ataca frontalmente, queda todavía el recurso para quienes aparentan lo que no son, de apelar al sistema político.
Los que continúan luchando ya sin protección ni amparo de ninguna clase reciben cierto eco que potencia su coraje.
Pero qué lamentable resulta acudir a un diario con la noticia entre las manos y comprobar que tu interlocutor no ve. No por una enfermedad visual sino porque no es periodista. Un periodista sabe que detrás del suceso, de la denuncia, está la noticia. Sabe buscar, despeja y encuentra. Y se detiene solamente cuando se le comunica la negativa. Cuando no se publica. Entonces reflexiona y vuelve a buscar la salida.
Parece incongruente que exista queja dado que hoy afortunadamente se publica casi todo o casi todo es publicable. No lo es. Es necesaria la lucha frente a la la afirmación de que "los diarios son centros de producción literaria cuya finalidad es disimular al máximo los acontecimientos reales e ir construyendo una historia ideológica peculiar".
Porque esa historia ideológica peculiar va cambiando. Periodistas y lectores podemos incidir en ese proceso que nos incumbe. Precisamente porque somos independientes. La pérdida de la interdependencia hay que utilizarla inteligentemente y a nuestro favor.

Este hombre, Azúa, sería un referente intelectual en cualquier país medianamente serio, no porque adoctrine, como hacen los pseudointelectuales, sino porque obliga a pensar por uno mismo, sobre todo cuando no se está de acuerdo con él. Único e inimitable. (y lo dice alguien que a veces a escrito barbaridades en su blog)

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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