El veneno del espectáculo

Por: | 16 de septiembre de 2013

A Friedrich Nietzsche le gustaba desparramar cuando hablaba de sí mismo. Los capítulos de su fascinante autobiografía, Ecce homo, llevan títulos que no esconden la alta consideración que tenía de su persona y tarea: Por qué soy tan sabio, Por qué soy tan inteligente, Por qué escribo libros tan buenos, Por qué soy un destino. Las cartas del último año de su vida lúcida abundan también en ese sentido. Es el filósofo del futuro, el que se adelanta a su época, el único que ha sido capaz de entender profundamente la deriva de su tiempo. Y el único, además, al que han apartado, marginado, despreciado. No le importa: puesto que nadie lo dice, tendrá él mismo que proclamarlo sin ningún pudor: “Nosotros los nuevos, los carentes de nombre, los difíciles de entender, nosotros, partos prematuros de un futuro no verificado todavía, necesitamos, para una finalidad nueva, también un medio nuevo, a saber, una salud nueva, una salud más vigorosa, más avispada, más tenaz, más temeraria, más alegre que cuanto lo ha sido hasta ahora cualquier salud”, escribió en La gaya ciencia. ¿Una simple boutade? Parece que no. Y es que cuando se vuelve a sus libros, de lo que tratan es precisamente de lo que ocurre ahora. Y, a veces, resulta raro encontrar un diagnóstico tan fino sobre el presente hecho hace más de un siglo. Concretamente en mayo de 1888 si tomamos, por ejemplo, El caso Wagner (incluido en Nietzsche contra Wagner; Siruela, 2002; traducción de José Luis Arántegui).Conviene, si se puede, dejar en segundo plano las consideraciones estéticas y musicales que Nietzsche propone sobre el compositor alemán, o dejarlas entre paréntesis. Y fijarse, más bien, en su descripción de las corrientes profundas que están marcando ya entonces lo que va a venir después. No tanto Wagner como Wagner sino, más bien, Wagner como el lugar donde se despliegan las marcas de lo que pasa hoy. Escribe Nietzsche: “Wagner jamás calcula como músico, ni desde alguna conciencia musical: quiere el efecto, nada más que el efecto”, y lo que conviene retener es esa voluntad de impactar, de sacudir, de deslumbrar, de pasmar. Nietzsche dice: “Se es actor con aventajar a los demás en la inteligencia de una sola cosa: aquello que deba hacer efecto de ser verdad no puede permitirse serlo”. Y quiere señalar que una puesta en escena que procura el espectáculo de la verdad se deja la verdad en el camino. En fin: “La música de Wagner jamás es verdad”. O lo que es lo mismo: en cuanto el énfasis se pone en la tarea de atrapar la voluntad del otro en las redes de cada uno ya no hay propiamente tarea propia. Perdónenme: ¿no está describiendo Nietzsche la política que se hace hoy, el periodismo de nuestro tiempo, las estrategias económicas que padecemos? 

Nietzsche-friedrich“Pero dejando aparte al magnetizador y al pintor de frescos, aún hay otro Wagner que va atesorando pequeñas preciosidades para poner aparte: ése es nuestro más grande melancólico de la música, lleno de miradas, delicadezas y palabras de consuelo en las que nadie se le había anticipado, maestro en los tonos de una felicidad lánguida y pesarosa”. La fascinación que tiene Nietzsche por el Wagner que se complace en desplegar un sinfín de miniaturas y que se extravía en los meandros de su música permanece en todo momento intacta. Lo que denuncia es su conversión en taumaturgo de los efectos, en esa suerte de hechicero al que ya solo le interesa su presa. “La adhesión a Wagner se paga cara”, escribe Nietzsche. “¿Qué es lo que ha cultivado cada vez más a lo grande? Ante todo, la arrogancia del lego, del idiota en arte”. “En segundo lugar”, apunta un poco más adelante, “una indiferencia cada vez mayor hacia todo aprendizaje estricto, distinguido y concienzudo al servicio del arte; en su lugar ha puesto la creencia en el genio, o hablando en plata, el descarado diletantismo”. Vaya, que ha consagrado en tercer lugar “lo peor de todo: la teatrocracia, esa archibroma de creer en la primacía del teatro y en su derecho a señorear las artes, el arte...”. Simplificar al máximo cualquier desarrollo para complacerse en la teatralidad de los efectos. Se han acabado los matices, importa el espectáculo. “Esto es precisamente lo que demuestra el caso Wagner: ¡se ganó a las multitudes... y corrompió el gusto, corrompió incluso nuestro gusto por la ópera!”.

La ruptura con Wagner fue decisiva para Nietzsche. De pronto descubre en el compositor que tanto había admirado un vuelco: ya no le importa tanto la música como los gestos, quiere ante todo ser un gran referente para el público que ha seducido. A finales de 1888, y tras haber recibido reproches  por haber cambiado de criterio respecto al compositor en El caso Wagner, Nietzsche se dedica a reunir todos los fragmentos en los que desde mucho antes ya denunciaba la deriva efectista del compositor, y publica Contra Wagner (incluido también en la edición citada de Siruela). Ahí recoge un fragmento de Humano, demasiado humano, que apareció en 1878, donde apuntaba: “Ya en el verano de 1876, en plena celebración del primer Festival, dije adiós a Wagner. No soporto la doblez; desde que Wagner estaba en Alemania había ido condescendiendo paso a paso a todo lo que yo despreciaba; incluido el antisemitismo...”.  Fin de la historia. Siguió su camino solo, “más profundamente solo que nunca”.  

De El caso Wagner, en cualquier caso,importa sobre todo lo que no tiene que ver con Wagner. Lo que va por debajo. El radical rechazo de Nietzsche por el mero efectismo. Su extremada lucidez al anunciar un tiempo donde no hay matiz que valga. Nietzsche lo dice a su manera bronca: “En su arte [el de Wagner] se mezcla de la manera más seductora lo que más necesita hoy todo el mundo, los tres grandes estimulantes de los exhaustos: brutalidad, artificio e inocencia (idiocia)”. Notas que tan bien cuadran con esta sociedad que se adora a sí misma por sus principios grabados a brocha gorda. Ya sea la política, la economía o el periodismo, reina el espectáculo. ¿O no les parece a ustedes que los titulares hoy tienen más que ver con el rotundo efectismo de La cabalgata de las valkirias que con las delicadas minucias del preludio de Tristán e Isolda? Pues eso.  

Hay 2 Comentarios

Magnífico! Escribe más sobre Nietzsche!

Hola, me ha gustado tu artículo pero creo que el Ecce Homo está escrito totalmente en tono irónico, no creo que tuviera esa actitud realmente, en otras de sus obras como LA genealogía de la moral, él mismo se considera un romántico como el resto, o incluso en el mismo Ecce Homo a pesar de los títulos engañosos dice que también se ha equivocado durante toda su vida, se arrepiente de su tesis doctoral, etc.

Por otro lado tampoco creo que sea el filósofo más despreciado, es uno de los más reconocidos, en su época tuvo la tragedia de ser malinterpretado y entendido como el filósofo de los nazis, pero también los anarquistas lo tomaron como ejemplo, así que no creo que sea el más despreciado, ni despreciado en absoluto.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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