En La quiebra de las democracias (Alianza, 1987), el sociólogo Juan J Linz rescata una de las frases de las que está trufada la ascensión de Hitler al poder: “Voy a revelaros lo que me ha llevado al puesto que ocupo. Nuestros problemas parecían complicados. El pueblo alemán no sabía qué hacer con ellos. En estas circunstancias el pueblo prefirió dejárselos a los políticos profesionales. Yo, por otra parte, he simplificado los problemas y los he reducido a la fórmula más sencilla. Las masas lo reconocieron y me siguieron”. Así que arrasó, y la República de Weimar se fue al garete. A Hitler le hicieron falta, pues, una fórmula sencilla y el apoyo de las masas. Europa conoció, a partir de ese momento, uno de los periodos más oscuros de su historia. Mucho después, cuando la tormenta hubo amainado, surgieron esos grandes interrogantes que, en el fondo, se reducen a uno solo: ¿cómo fue posible que pasara lo que pasó?
De eso trata La quiebra de las democracias. Linz, lógicamente, viste su trabajo con toda la artillería propia de las ciencias sociales y procura construir, según sus propias palabras, “un modelo descriptivo del proceso de caída de una democracia”. Tiene la atención puesta, sobre todo, en la Europa de entreguerras, pero no le hace ascos a otras circunstancias históricas y, de tanto en tanto, en la apabullante catarata de ejemplos con los que refuerza sus tesis aparecen referencias a otros procesos en los que la democracia cayó hecha añicos, por ejemplo, en distintos países latinoamericanos. Está pensando también, como no podía ser de otra manera, en el golpe de 1936 y en el desplome de la Segunda República, y en lo que vino después, la guerra y la larga dictadura franquista. “Nuestra hipótesis es que los regímenes democráticos que hemos estudiado tuvieron en un momento u otro unas probabilidades razonables de supervivencia y consolidación total, pero que ciertas características y actos de importantes actores —instituciones tanto como individuos— disminuyeron estas probabilidades”, escribe en la introducción del libro.
La quiebra de las democracias tiene un punto de farragoso. La traducción es torpe, pero seguramente es que la propia escritura de Linz está llena de torpezas. Está tocada por esos rígidos corsés de los que se invistió la sociología para ser tomada como una ciencia rigurosa y, por tanto, abusa de terminología y de erudición. El riesgo de quedar sepultado por la avalancha de referencias es muy grande, así que conviene mantenerse despierto para salvar los obstáculos. La gran paradoja del libro, como ha observado José Álvarez Junco, es que los términos que pone en circulación no se ajustan, exactamente, a lo que se esperaba de un concepto científico tradicional. No los define con precisión, no cierra su significado. Al contrario, los deja abiertos y los pone en funcionamiento para que resulten más productivos.
Digamos que las herramientas con las que desbroza la maleza para ir al hueso del problema son tres vagos conceptos, los de oposición leal, semileal y desleal a la democracia, a los que refuerza con otros tres —legitimidad, efectividad y eficiencia—, que son los que garantizan su estabilidad. El filósofo Gilles Deleuze reivindicaba aquellos conceptos que no remiten a esencia alguna, que no dicen lo que una cosa es, sino que más bien levantan un mapa de sus circunstancias. Eso es lo que hace Linz. Habla, por ejemplo, de oposición leal y entonces señala sus características (“inequívoco compromiso de llegar al poder sólo por medios electorales”, “rechazo claro e incondicional de medios violentos...”, “voluntad de unirse a grupos ideológicamente distantes para comprometerse a salvar el orden político democrático”... y, así, hasta diez). De parecida manera procederá con los otros términos: analizando, describiendo, comparando. Despliega situaciones, episodios, momentos, y de esa manera reconstruye el panorama donde se produce la catástrofe. La ambigüedad, asociada a las fuerzas semileales, “contribuye decisivamente a la atmósfera de crisis en el proceso político”, escribe. Y se explica: “…es muy posible que empiecen a transmitir mensajes equívocos para poder mantener su postura radical frente al sistema, pretendiendo al mismo tiempo que tratan de llegar al poder por medios legales. Una concepción plebiscitaria de la democracia, una identificación con una latente mayoría y la descalificación de la mayoría como ilegítima, permite a estos partidos afirmar su aspiración al poder absoluto, y el límite entre lo desleal y lo semileal se hace confuso para muchos participantes”.
Por mucho que hayan cambiado las circunstancias, la música que resuena cuando se recorre La quiebra de las democracias resulta familiar. Las dificultades de ejercer una oposición leal cuando las posiciones extremas (desleales) se ven reforzadas por una crisis devastadora, y surge la tentación semileal: la de pescar en río revuelto. Mal asunto. Las turbulencias están servidas.
Hay 2 Comentarios
Pues en España estamos reproduciendo el escenario de la Alemania de la República de Weimar. El descrédito de los políticos, por su comportamiento, el de la instituciones, envilecidas por los partidos dominantes, sobre todo la Justicia, inoperante, con leyes farragosas sentencias atemporales por lo lentas quese producen, etc. Entonces la democracia se despretigia y la gente tiende a los extremos. Nacionalismo, fascismo, comunismo. Afrotunadamente, se está produciendo un hecho esperanzador, que es la formación de partidos y movimientos de protesta que no vienen del radicalismo extremista, si no de personas radicales en defensa del buen funcionamiento de las instituciones, al servicio de la gente y no de los ricos y poderosos. Los ricos y los poderosos no necesitan la justicia ni la seguridad ni las leyes. Las pueden comprar.
Publicado por: Toni de Ciudadanos | 26/11/2013 13:30:50
En mi opinión es la ambigüedad asociada a las fuerzas desleales, y no semileales, la que socava institucionalmente las democracias. Y es en la medida en que dicha asociación se refuerza mediante la consecución de objetivos, cuando las fuerzas semileales aumentan exponencialmente.. Creo que el trasfondo es sin ninguna duda de naturaleza educativa:
Una sociedad educada en y para la democracia, no consiente ni justifica el crimen, el fraude y la corrupción que legitiman las facciones desleales.
Más aún cuando su estrategia a la hora de fortalecerse, enriquecerse y garantizar su prosperidad es siempre la misma: el robo a mano armada o la utilización del poder político para debilitar el cumplimiento de los Derechos Fundamentales.
Publicado por: Belén Mtnez. Oliete | 24/11/2013 12:14:48