La fuerza de los argumentos

Por: | 29 de enero de 2014

León Blum tenía una voz fina y bastante aguda. Era un tipo alto y, sin embargo, parecía frágil. No era de esas presencias que se imponen físicamente sobre los demás, pero resultaba seductor. Cuando era joven trabajó como crítico de teatro y se le habían quedado esos ademanes tan propios de la bohemia. El historiador Tony Judt dice de él que tenía algo de “dandi ascético”. “Si emocionaba a la gente no era por su carisma, en el sentido convencional, sino por la fuerza de sus argumentos, la lógica y profundidad de sus propias convicciones clara y convincentemente transmitidas incluso a la más hostil y ajena de las audiencias, ya fuera en el parlamento, sobre el estrado o en una columna periodística”, escribe. Blum era judío, procedía de una familia alsaciana. En 1923 explicó en una sesión del parlamento: “Yo nací en Francia, me eduqué en escuelas francesas. Mis amigos son franceses... Tengo derecho a considerarme perfectamente asimilado. Bien, no obstante me siento judío. Y nunca he advertido, entre esos dos aspectos de mi conciencia, la menor contradicción, la menor tensión”. En El peso de las responsabilidad, que recoge tres ensayos sobre tres grandes personajes (Blum, Camus, Aron) que terminó alrededor de 1995 y que Taurus acaba de publicar (traducción de Juan Ramón Azaola), Tony Judt llega a referirse al político francés como una especie de hombre del Renacimiento. Nacido en 1872, empezó pronunciándose sobre lo que ocurría en los escenarios y luego fue un prestigioso jurista —auditeur del Consejo de Estado, el más alto tribunal de derecho administrativo— que preparó en 1898 la defensa de Emile Zola en el juicio vinculado al caso Dreyfus. Dejó las leyes por la política cuando fue elegido diputado por el partido socialista en 1919. Fue nombrado primer ministro cuando el Frente Popular llegó en Francia al poder en 1936. Los republicanos españoles no guardan buena memoria de aquella época: Blum prometió ayudarlos, pero luego secundó al Reino Unido en el Comité de No Intervención. Los franceses, en cambio, lo tienen asociado a algunas medidas que tomó entonces, como las vacaciones anuales pagadas, una conquista de la clase obrera. En la Francia ocupada, fue uno de los 80 parlamentarios que votaron en contra de dar plenos poderes a Pétain. Fue encarcelado y luego lo condujeron, primero, al campo de concentración de Buchenwald y, después, al de Dachau. En diciembre de 1946 fue nombrado presidente del Gobierno interino que se estableció en Francia hasta enero de 1947. Le tocó defender el cambio y la renovación de los hombres de la Cuarta República. En 1950 murió a los 77 años.

Leon blum¿Qué interés puede tener Blum (en la foto) a estas alturas? Basta ver su aspecto para confirmar que pertenece a otra época. El siglo XX va quedando muy lejos, pero la brutal crisis de estos últimos años ha obligado a recordar aquella otra, la de los años treinta, que sacudió los cimientos del mundo de entonces y que tuvo catastróficas consecuencias. También está presente hoy la Europa de entreguerras, por la falta de derroteros en el horizonte, por el ascenso de los extremismos, por la crisis de la democracia representativa. En aquella tumultuosa época tuvo Blum un papel esencial. Fue el portavoz del partido socialista francés cuando se debatió en 1920 si debía incorporarse a la Tercera Internacional, la plataforma de izquierdas que defendía las tesis de Moscú. Se mantuvo firme, y evitó esa deriva: no aprobaba el terror como forma de gobierno. Había que trabajar por la justicia, pero dentro de la democracia. Judt le atribuye en los años siguientes un papel esencial a la hora de evitar que el partido socialista se escorara hacia la derecha en su afán de distinguirse de los comunistas.

Blum fracasó cuando llegó al poder con el Frente Popular. Impulsó los acuerdos de Matignon del 8 de junio de 1936 (“generosos aumentos de salarios, una semana laboral de cuarenta horas, vacaciones pagadas y el derecho a la negociación colectiva”), pero las expectativas eran tan grandes y tan dura la tarea de gobernar, con una derecha que saboteaba cada paso y con los comunistas desentendiéndose de compromiso alguno, que las cosas no salieron como debían haber salido. Luego vino lo peor: los ejércitos de la Alemania nazi invadieron Francia y llegaron a París sin demasiados contratiempos. Durante los años treinta, a Blum le tocó padecer el antisemitismo que empapaba el ambiente; cuando se impuso el régimen de Vichy, fue a la cárcel y, de ahí, al infierno de los campos. 

“Estamos afrontando una amenaza imperial a Europa”, comentó en junio de 1938 en uno de los congresos de su partido, tres meses antes de la crisis de Múnich. Era consciente del peligro que representaban Hitler y Mussolini, y no tuvo más remedio que cuestionar la tradición pacifista de los socialistas. “Podéis seguir diciendo que nosotros ‘no votamos a favor del tratado de Versalles’, pero no os engañéis; esa es la actitud de los espectadores, no de los participantes. Y no os olvidéis que los espectadores despreocupados pueden a veces convertirse en cómplices”. De nada sirvieron sus palabras. Tanta despreocupación, y la tentación de mirar a otra parte, fueron determinantes para que Francia siguiera cayendo en esa lánguida decadencia que facilitó la ocupación, consumada en el verano de 1940. Aquel dandi ascético, León Blum, siguió en sus trece y no votó a favor de permitir que Pétain tuviera las manos libres para someterse a los dictados del Führer. Tony Judt lo rescata en su libro por su coraje y por seguir defendiendo sus ideas (igualdad, laicismo, libertad, justicia) en tiempos confusos, por llegar incluso a defenderlas al margen (o contra) los suyos. De acuerdo: la historia no sirve mucho para evitar que se repitan los mismos errores. Pero no está de más cuando sirve para recordar que hubo tipos así. Cuenta Judt que Blum no era nada sentimental, que lo suyo era armar buenos argumentos para defender sus ideas, e intentar convencer al otro. Justo lo que se necesita en tiempos como los que padecemos y donde solo parece tener peso la furia de las emociones. Y así nos va.  

 

Hay 4 Comentarios

La fuerza de los argumentos o los argumentos de la fuerza, no me refiero a las fuerzas armadas sino a todo lo que con su fuerza domina al mundo, hoy el capital, el mercado y como ante la fuerza de Alemania muchos miraron para otro lado tambien hoy muchos miran sin ver que este modelo de sociedad o cambia y mira a los millones que deja excluidos o no tiene posibilidad de subsistir, porque como alguien ha dicho se puede tener engañados a muchos por un poco tiempo pero a muchos por mucho tiempo es imposible o el capitalismo se humaniza o la humanidad acabara con el capitalismo
Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires

Que Blum estuvo en Buchenwald lo cuenta Semprún en alguno de sus libros, probablemente en La escritura o la vida, donde cuenta que vivía en una cabaña inaccesible para el resto de prisioneros.

No es pequeña su mancha por haberse alineado con Inglaterra por la no intervención en España. Cuanto hubieran podido cambiar las cosas si no hubiera esperado a 1938 para darse cuenta del peligro que era Hitler… y de que él si estaba interviniendo en España.

Por lo demás, vivo en Francia y creo no equivocarme al decir que Blum es casi un olvidado más allá de los círculos académicos.

Claro que sirve recordar, reconocer y reflexionar... No tengo ninguna duda de la importancia de la disciplina en este sentido.
Aunque otras Personalidades han alertado de que la vida es muy peligrosa, no por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa. Subrayaría: “Podéis seguir diciendo que nosotros ‘no votamos a favor del tratado de Versalles’, pero no os engañéis; esa es la actitud de los espectadores, no de los participantes. Y no os olvidéis que los espectadores despreocupados pueden a veces convertirse en cómplices”.

Con las nuevas subidas de extrema derecha por Europa, si siguen ganando terreno, espero que algo queda de las enseñanzas de Blum.
Sin embargo, más allá de la amenaza de los extremistas políticos, se lleva tiempo practicando un extremismo económico que en nada beneficia al planeta o la sostenibilidad de los estados de bienestar.
Les dejo un microcuento sobre el estado del mundo. Pinchen mi nombre si les apetece leer.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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