La claridad helada

Por: | 14 de febrero de 2014

El último de los intelectuales franceses de los que se ocupa Tony Judt en El peso de la responsabilidad (Taurus; traducción de Juan Ramón Azaola) es Raymond Aron. “El mundo moderno es demasiado complejo para reducirlo a una fórmula, a una condena o a una solución”, comenta Judt glosando su pensamiento, y luego lo cita: “La sociedad moderna [...] es una sociedad democrática que hay que observar sin arrebatos de entusiasmo o de indignación”. Nada de emociones, por tanto, nada de sentimientos y, a ser posible, tampoco nada de disquisiciones teóricas que no conducen a parte alguna. “El analista no crea la historia que interpreta”, escribió Aron en otro lugar. Y de eso se trata, de ser lo más fino a la hora de sumergirse en sus recovecos.

Judt presenta a Aron como un hombre de selecto pedigrí. Nacido en 1905, asistió a las elitistas clases del  Lycée Condorcet, luego estudió en la École Normale Supérieure, y en 1928 obtuvo el agrégation en Filosofía con el número uno. Se enredó muy pronto en el periodismo, con lo que su carrera académica empezó de manera tardía y a través de una disciplina que no había sido hasta entonces la suya: obtuvo la cátedra de Sociología en La Sorbona en 1954.

Lo que Judt no se cansa de subrayar es su carácter de insider, de alguien que estaba en el cogollo del sistema y que, de hecho, conocía a muchos de  los hombres que tomaban las decisiones sobre las que él se pronunciaba en sus columnas periodísticas. Estuvo próximo a las elites de Francia, Alemania y Estados Unidos y por eso, quizá, recomendaba no andarse por las ramas y ser realista. A la hora de involucrarse en los debates públicos importantes no tenía ningún sentido aferrarse a grandes y nebulosas abstracciones sino ser mucho más pragmático, y preguntarse por ejemplo: ¿Qué haría usted siendo ministro del Gobierno? Sostuvo que “el intelectual siempre tiene que enfrentarse a la decisión de cómo actuar en una situación dada; comprenderla no es suficiente”, y en su libro sobre Clausewitz proponía que “renunciemos a las abstracciones del moralismo y la ideología y en vez de ellas busquemos el verdadero contenido de las posibles opciones, limitadas como están por la realidad misma”. 

Raymond-Aron
Lo más sensato es verlo en acción. Aron pasó una temporada en los años treinta estudiando en Alemania, de ahí le vienen las influencias de Husserl y Max Weber, y asistió en primera fila al resquebrajamiento de la República de Weimar. Pudo ver cómo iba creciendo el monstruo del nacionalsocialismo y cómo los vecinos de Alemania miraban a otra parte y levantaban el estandarte de la paz como una banderola con la que pretendían engatusar a Hitler y frenar así sus afanes expansionistas. En febrero de 1933, Aron escribió en Esprit: “Los franceses de izquierda utilizan un lenguaje sentimental (justicia, respeto) que los protege de las duras realidades. En su deseo de enmendar nuestros errores olvidan que nuestras políticas tienen que tener en cuenta no el pasado, sino a la Alemania de hoy. Y no es una reparación de las faltas pasadas el cometer otras en la dirección opuesta... Una buena política se mide por su efectividad, no por su virtud”. 

No se anduvo por las ramas, ni entonces ni más adelante. Judt dice de Aron que siempre estuvo inclinado a la izquierda, pero que terminó siendo una figura solitaria. No se le aceptaba su libertad de criterio, no se llevaba bien que denunciara con acritud los desmanes del comunismo, no se le entendía que en la Guerra Fría estuviera del lado de quienes defendían las libertades públicas, los Estados Unidos. “La nuestra no es nunca una batalla entre el bien y el mal, sino entre lo preferible y lo detestable”, escribió Aron. Y también: “La acción política es una respuesta a las circunstancias, no una disquisición teórica o la expresión de sentimientos”. 

Fue un liberal que escribía en un periódico conservador, Le Figaro, pero que en su defensa del liberalismo económico se enfrentaba abiertamente a Hayek. Siempre crítico con el establishment, odiaba sin embargo el desorden y la confusión. Era un radical anticomunista que aborrecía el modelo americano. Tony Judt pone en escena todas las contradicciones de Aron y de esa manera construye un fascinante elogio de su independencia. Las ideas, pensaba Aron, forman parte de la realidad, como las armas y los garbanzos, como los cepillos de dientes y las grandes fábricas. Pueden cambiarla: por tanto, cada cual debe ser responsable de lo que piensa. No se puede alegremente, como hacían tantos intelectuales de izquierda, bendecir los desmanes revolucionarios solo por congraciarse con el aplauso del público. Así que, como escribe Judt, “insistió en que el primer deber de los franceses era comprender qué había sucedido en su país y qué había que hacer ahora”. En estos momentos, es una lección que nos vendría bien poner en práctica aquí: ¿qué nos ha pasado, cómo debemos actuar? Y hacerlo sin ningún entusiasmo. Sin indignación. Con su helada claridad.    

 

Hay 2 Comentarios

Gran comentario. Enhorabuena.

Este artículo es estupendo José; da muchas ganas de leer a tony judt y a Raymond Aron.

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José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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