El ruido y la democracia

Por: | 04 de marzo de 2014

Hubo mucho ruido durante la Segunda República. También hubo violencia. El nuevo régimen desembarcó con la voluntad de cambiar profundamente el rumbo de España, y lógicamente encontró resistencias y también presiones de todo tipo para acelerar las reformas. La propia época era excesiva. La Gran Guerra había dejado muchos problemas abiertos y sobrevino, además, la crisis económica del 29. Así que el orden burgués liberal y las formas democráticas fueron bombardeados sistemáticamente en toda Europa desde los extremos. Hace un par de años se publicó Palabras como puños (Tecnos), un libro colectivo coordinado por Fernando del Rey que analizaba a través de los discursos, las proclamas, los valores, las ideas y las estrategias de las distintas fuerzas políticas que se batían en el parlamento y en las calles lo que rezaba el subtítulo: La intransigencia política en la Segunda República española. La furia y la pasión, el ingenio y la brocha gorda, el disparate elevado a argumento, la hipérbole como gran figura retórica, el desafío elegante y el insulto chabacano: llovieron entonces palabras como pedradas y el mérito de los autores fue desembarcar en el tumulto de aquellos años y meterse en sus entrañas para reconstruir su alta tensión política y social. 

Republica madrid proclamacion

En un mitin en tierras salmantinas, uno de los líderes de los radical-socialistas, Álvaro de Albornoz, dijo en 1933 que ser “revolucionario” no consistía en “decir frases gruesas, ni en fumar tagarnina, ni en escupir por el colmillo” sino en “algo más hondo: la transformación de la mentalidad y el espíritu” (en la imagen, proclamación de la República en la Puerta del Sol de Madrid). Lo de “escupir por el colmillo”, sin embargo, se llevaba mucho. La descalificación, la amenaza, el insulto, el exceso verbal. En El Socialista del 16 de junio de 1931 se podía leer, por ejemplo: “¡Ya viene, ya viene! […] la turba de alimañas, de raposas, de avechuchos, de sabandijas, de cuervos, de garduñas, de lechuzas, de reptiles, de chacales, de hienas y demás animales y animánculos dañinos que infectaron el país hasta el advenimiento de la República, torna ahora en infernal algarabía de graznidos, chillidos, aullidos, silbidos y rugidos”. Hubo, pues, palabras altisonantes. Y también  sangre y muerte. Frente a las pistolas fascistas, los anarquistas reclamaron que “se esgriman las pistolas del proletariado”. La CNT no se andaba con chiquitas en sus proclamas (los tradicionalistas eran unos “desvergonzados frailazos” a los que había que barrer “a estacazos”) y la FAI recomendaba la violencia como “gimnasia revolucionaria”. Y así, a la República le tocó aguantar un golpe militar, el de Sanjurjo en 1932, y varias insurrecciones anarquistas y la revolución de Asturias en 1934 y la proclamación del Estado catalán ese mismo año. El experimento de la libertad dio muchos vuelcos durante esa temporada, pero no conviene sacar las cosas de quicio. Fernando del Rey reivindica ocuparse del “impacto de las retóricas de intransigencia y de la violencia política en el escenario público”, pero es rotundo cuando escribe que “frente a las simplezas que se cuentan por ahí”, “ni la Guerra Civil comenzó en octubre de 1934 ni tampoco resultó en ningún momento un desenlace inevitable”. Las palabras fueron ruidosas y hubo asesinatos y disputas a tiros, pero para derrumbar a la República hizo falta algo más: una trama civil y militar que quisiera cargársela. Ocurrió con el golpe de julio de 1936, pero para que cayera del todo tuvo que producirse una larga y cruenta guerra civil.

Palabras como puños se divide en cuatro grandes apartados: en el primero se analizan “los discursos, los valores, las actitudes y las estrategias” de libertarios (Gonzalo Álvarez Chillida), comunistas (Hugo García) y socialistas (Fernando del Rey); en la segunda se hace lo mismo a propósito de los radical-socialistas (Manuel Álvarez Tardío) y de los nacionalistas catalanes (Eduardo González Calleja); en la tercera se abordan las fuerzas de derecha: la CEDA (Manuel Álvarez Tardío), los monárquicos y los falangistas (ambos tratados por separado por Pedro Carlos González Cuevas); la cuarta se centra, para terminar, en los discursos irresponsables de los intelectuales (Javier Zamora Bonilla) y en las voces de la policía (Diego Palacios Cerezales). Aunque algunos de los textos se aparten un tanto de las líneas generales, lo que el libro persigue es reconstruir, a partir de “investigaciones originales, basadas en fuentes primarias”, las ideas que fuerzas tan diferentes tenían de la República y de las instituciones representativas, cómo entendían la lucha política y el enfrentamiento con sus adversarios, hasta dónde llegaba su respeto por los valores democráticos y por las reglas de juega establecidas, qué margen de maniobra otorgaban a la violencia… 

La política ya no era cosa exclusiva de las elites, ni se decidía solo en los despachos del poder. Estaba la calle, y esa gran dama a la que había que cortejar utilizando cualquier estrategia: la masa. Hay quien dice que uno de los errores de los republicanos fue desdeñar la capacidad de movilización de los católicos. Fuera como fuera, las multitudes contaban cada vez más. Como ahora, eran caprichosas e imprevisibles, podían desbocarse o desaparecer de escena, convertirse en un oleaje furioso o esfumarse como por ensalmo. Las fuerzas políticas desplegaron en esa años de entreguerras  una multitud de técnicas para domesticar y encender su energía indómita. El 22 de octubre de 1933, por ejemplo, Esquerra Republicana inauguró la campaña electoral con un gran espectáculo presidido por Macià en el estadio de Montjuïc: “Desfilaron unos ocho mil jóvenes, de ellos, quinientas mujeres, encuadrados en cincuenta y cinco secciones de grupos de montaña en filas de cinco en fondo, uniformados con camisa verde oliva, pantalón corto caqui, bandas en las piernas, alpargatas y la estrella de EC en el pecho, precedidos de una sección motorista y otra ciclista, con banderines federales y banda de música”, cuenta González Calleja. Este singular “festival atlético-deportivo” levantó una gran polémica. Algunos tacharon esas coreografías multitudinarias ejecutadas por “juventudes uniformadas y disciplinadas” de deriva fascista. Era, en cualquier caso, un signo más de unos años turbios y agitados. La República vivió los estertores de un sinfín de creencias que se venían abajo. Los discursos irresponsables e intransigentes formaban parte de ese pastel. Palabras como puños consigue desplegar el abanico de los más diversos desmanes.

 

Hay 1 Comentarios

Hay que desconectar al PP del poder político , en España y en el resto de Europa. En realidad el PP debe desaparecer como partido, por ser los claros sucesores del franquismo-fascismo y por el daño inmenso que hacen, cuando "gobiernan".


El poder lo tenemos nosotros, la ciudadanía, con nuestro voto. Hay que hacerle ver "eso" a Rajoy y a la Cospedal. Ellos viven y manipulan nuestros intereses, porque se lo hemos permitido. Los hemos dejado. Si nos organizamos, gente como Cañete y otros, no debe llegar a ninguna parte.
¿hasta cuando, los españoles nos vamos a portar como unos garrulos, sin ideas ni criterio político, que deja llegar al poder y que nos manejen una partida de corruptos, depredadores e incompetentes? ¿Tendríamos derecho a quejarnos luego?


Invito cordialmente a todos a informarse de las opciones al Parlamento Europeo. No dejen de votar, de manera informada, debatida y convencida. Hay que evitar que alguien de la derecha llegue a representarnos en Europa. Es demasiado lo que hay en juego.
De momento, piensan que su permanencia en el poder depende de cómo esté nuestro bolsillo. Creen que si estamos “contentos” votaremos por ellos de nuevo. ¿Se puede ser más básico, elemental y primitivo? Ya sabemos porque somos gobernados a lo bestia. Hemos llevado al poder a gentecilla con esta forma de pensar. Y hasta se permiten pensar que somos como ellos.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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