El escritor islandés, en Barcelona en 2010 . FOTO: CONSUELO BAUTISTA
Por ANA LORITE
Tan despiadado e inexorable es el frío que asola Islandia como el crimen que Arnaldur Indridason relata en su última entrega del inspector Erlendur Sveisson, Invierno ártico (RBA, traducción de Enrique Bernárdez Sanchís). La oscuridad se cierne sobre el lector desde las primeras líneas: “El edificio era tétrico y carecía de todo asomo de vida en la oscuridad de los días más cortos del inverno”. El autor centra la acción en Reikiavik, en una época del año en que solo es de día –apenas una penumbra clara- unas dos horas. Elías, un niño de origen asiático de diez años, aparece apuñalado cerca de su casa y en estado de congelación.
Con una prosa sencilla, sin concesiones, Indridason nos sumerge en las profundidades de la sociedad islandesa, con la xenofobia y la falacia del multiculturalismo como telón de fondo, para llegar a la conclusión de que el crimen contra ese niño es tan absurdo, tan incoherente, que congela el alma del lector tanto como el inverno ártico hiela la sangre.