Cuando alguien inicia una apuesta suicida como la de seguir la obra de un maestro, de un escritor influyente que creó un personaje que ha pasado a la historia de la literatura, acepta un envite del que solo puede salir victorioso o herido de muerte. Jonh Banville (Wexford, 1945), o más bien su alter ego para la ficción criminal Benjamin Black, aceptó de buena gana el encargo de los herederos de Raymond Chandler para escribir La rubia de ojos negros (Alfaguara, traducción de Nuria Barrios), una obra puramente chandleriana, con esa prosa, ese humor, ese estilo. Un homenaje desde el respeto, sin clichés ni tópicos, una continuación perfecta de la vida de ese detective maldito y adorable llamado Philip Marlowe.
En mi encuentro ayer con Black en un restaurante del centro de Madrid en compañía de un variopinto y excelente grupo de periodistas, editores y escritores, pude observar cómo el escritor irlandés hacía gala de un excelente sentido del humor y de una gran conversación, pedía, por favor, críticas malas y defendía con total normalidad su apuesta. Un lujo que no dejamos de celebrar.