Martin Bora, el personaje de Ben Pastor inspirado en el oficial alemán Von Stauffenberg, es alguien complicado. Militar prusiano por vocación, tradición familiar y pasión; católico, caballero fiel, gran jinete, exdeportista de élite y hombre gran hondura ética. Es decir, alguien destinado a estar desubicado en la Ucrania en 1943, enfundado en el uniforme del Abwehr, el servicio de inteligencia de Alemania, potencia ocupante. Un hombre justo, o que al menos lo pretende, en el bando equivocado.
En Cielo de plomo (Alianza, traducción de Pilar de Vicente) Bora, marcado por la experiencia de Stalingrado, vuelve voluntario al frente del Este. Allí, rodeado de oficiales que que no quieren o no saben ver que el signo de la guerra ha cambiado de manera inexorable, el comandante ha de investigar una serie de muertes en un bosque cercano y, a la vez, interrogar a dos altos cargos soviéticos que, por razones distintas, han caído en manos de los alemanes. La presencia de estos dos comisarios políticos, con implicaciones personales para el protagonista, va a cambiar la vida de quienes creen que tienen un botín de guerra de gran valor. Una historia de traiciones y desesperación que funciona con precisión y que mete al lector de lleno en una trama perfectamente situada en uno de los momentos más importantes del siglo XX.
Con esta reseña, terminamos nuestra serie de repasos a lo último que han sacado algunas de las figuras más importantes presentes en BCNegra y que se inició con Un hombre sin aliento de Philip Kerr, siguió con Yo fui Johnny Thunders de Carlos Zanón y se remató con la revisión de dos libros de Peter James.
Que nadie se lleve a engaño. Bora es un militar alemán en medio de una guerra salvaje. Castiga a la población civil en duras acciones de represalia, quema casas, mata si es necesario dentro de sus propias filas, mata sin dudar al enemigo soviético, espía, conspira y lucha por sobrevivir, aunque sea su propia supervivencia lo que más le pesa. El lector, o al menos quien esto escribe, se deleita ante algunas muestras de la valía de este militar, de su sentido del honor, de su cultura, de su capacidad musical, etc., para luego enfadarse o, mejor, quedarse a cuadros al recordar que este Bora viste el uniforme que viste, que es o al menos fue un creyente de la causa del imperio alemán, que se fue muy joven de voluntario a la Guerra Civil española por pura ideología. Nada que ver, eso sí, con el olor a carne quemada, azufre y tierra destruida que dejan las hordas de la SS, presentes como una sombra terrible a lo largo del libro.
El personaje creado por Ben Pastor (María Bervena Volpi, Roma, 1950) fue de los pocos que volvió de Stalingrado y la herida sigue en carne viva, el hedor de la muerte y la descomposición le persiguen cada vez que cierra los ojos, la culpa del superviviente le ahoga:
“En Stalingrado, semana tras semana, ante mis ojos los hombres perdían la cabeza, se suicidaba, se idiotizaban, volvían a un estado brutal, besital. Yo no. Aguanté. Por mí mismo y por los demás, aguanté días, semanas, meses. Nunca me di por vencido. ¿A qué precio?
Como ocurre en Un hombre sin aliento, de Phili Kerr, nos encontramos ante la paradoja de alguien que busca castigar la injusticia y que no queden impunes varios asesinatos y lo hace a pocos kilómetros de los campos de exterminio industrial de vidas creados por el propio régimen para el que, de una u otra manera, trabaja.Dilema que ningún autor resuelve, porque es irresoluble, pero que en el caso de Bora está muy bien llevado gracias a la complejidad del personaje, a su gran carga ética, a su fuerza ideológica.
Católico con un fuerte sentido de culpa, Bora vive marcado por la ausencia de su mujer, a la que no sabe si ha perdido al ofrecerse voluntario al frente del Este. A pesar de todos sus esfuerzos, él mismo es consciente de la futilidad de sus pesquisas, de la triste indiferencia del resto del mundo hacia su idea de lo que justo. “Me parece muy interesante esa idea de que incluso en un baño de sangre y en medio de una ideología deshumanizadora hay quien sigue intentando hacer justicia y perseguir el mal en la medida de sus posibilidades, aunque pueda parecer inútil y hasta absurdo”, reflexionaba la autora hace unos meses en EL PAÍS. Absurdo, turbador y duro. Como Cielo de plomo, como la guerra, como la muerte. Lean y disfruten.
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