Gillian Flynn, en su casa de Chicago. / ANNE RYAN (CORBIS)
Los regresos a casa no siempre son buena idea. Menos aún si eres una periodista de Chicago que trabaja para un periódico de cuarta categoría, desesperada por encontrar una historia y enviada a la fuerza a su Misuri natal para investigar unos asesinatos. Y menos aún si llevas 11 años sin pisar Wind Gap, tu pueblo, un lugar provinciano y lleno de odios, envidias y rencores. Y la situación se convierte en desastrosa si tu madre, que para colmo se llama Adora, es la mujer más rica del lugar pero no te puede ni ver. Y fuiste la chica guapa de esa mísera villa pero ahora nadie puede mirar tu cuerpo, machacado con cortes autoinflingidos durante años, lleno de palabras tatuadas a base de objetos punzantes, dolor y odio a ti misma. Este el punto de partida de Heridas abiertas, el debut literario de Gillian Flynn que hoy publica Roja y Negra (traducción de Ana Alcaina).
Lee el primer capítulo en exclusiva en EL PAÍS.
Camille Preaker no es la única mujer con historia en una trama plagada de personajes femeninos llenos de fuerza, complejos, violentos, necesitados y desesperados. “Quería luchar contra la idea de que las mujeres somos inherentemente buenas, maternales y todas esas otras asunciones que se hacen sobre nosotras” me comentaba Gillian Flynn (Kansas City, 1971) cuando la entrevisté con motivo de la publicación de Perdida. “Hay muchas mujeres que luchan por ser buenas pero no pueden”, añadía con una risa traviesa desde Chicago. Esta novela, finalista del Edgar, adictiva, inquietante y salvaje, está llena de ellas.