Indigestos sueños de Tánger

Por: | 27 de agosto de 2014

TangerSergio Vera Valencia, lector impenitente, ácido y lúcido crítico y coordinador del club de lectura de novela criminal las Casas Ahorcadas nos trae una crítica perfecta par los tiempos que corren. Sueños de Tánger, Jon Arretxe (Erein), una novela negra sobre inmigración, que “se engulle en dos sentadas, pero se indigesta durante semanas”.

Hacemos un pequeño parón en nuestra serie de Los detectives de nuestra vida, que seguirá esta semana con el gran Sam Spade. 

-¿Me pasas el pan, por favor?- digo un mediodía cualquiera, durante una comida cualquiera.

Al menos catorce subsaharianos han fallecido esta madrugada, cuando intentaban cruzar a nado la frontera de Ceuta –reza sin fe el presentador del noticiario.

-Toma- responde mi madre, sin inmutarse.

Ni ella, ni nadie.

¿Por qué íbamos a hacerlo? Estamos inmunizados, es el pan de cada día.

Sin embargo, cuando me marcho en busca de paz, la divina providencia quiere que durante la siesta en vez de con Morfeo, me tope con Sueños de Tánger. Con una misteriosa joven que atraviesa las arenas de Bamako a lomos de una moto desvencijada, tan joven, tan blanca, que solo puede ser un pájaro de mal agüero para una humilde familia como la de Issa.

Y con Mohammed, un elegante limpiador de basura magrebí enviado a Tánger por los servicios secretos españoles para atajar el problema de la inmigración ilegal.

Y con Monés, un doctorado por la Universidad de la calle, que tan pronto ejerce de falso guía como de verdadero tullido, con tal de sacar unos dinares.

Y con Fátima, una bella marroquí que lo perdió todo junto con la virginidad, que cada noche vende lo único que le queda, para que cada mañana su hija tenga algo que llevarse a la boca.

Y con Moussa, uno de tantos africanos que malvive cerca de la frontera a la espera de que un golpe de suerte o de mar termine con su agonía.

Y sobre todo, con el Zoco Chico, el corazón de Tánger, el alma de la novela. Con sus cafés abarrotados de turistas, sus callejas atestadas de miseria, sus discotecas ahítas de depravación y sus miradores rebosantes de sueños.

Con estos mimbres Jon Arretxe urde una ágil y demoledora novela coral que se engulle en dos sentadas, pero se indigesta durante semanas. Una cruda y amarga historia de perdedores imaginarios, pero más veraz que cualquier crónica periodística.  Un gran ejemplo de la potencia y compromiso que caracterizan la obra de uno de mis mayores descubrimientos del 2013, y de porqué la ficción criminal es la literatura social del siglo XXI.

Inmejorable para viajar sin salir de casa. Imprescindible para conocer la verdad tras los titulares. Para que vuelva a atragantársenos el pan de cada día, y no podamos seguir yendo en paz. Es justo y necesario.

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