Yonqui, una novela tan adictiva, que deja síndrome de abstinencia

Por: | 24 de noviembre de 2014

YonquiNOTA DEL COORDINADOR: Sergio Vera Valencia, lector incombustible y responsable de Las casas ahoracadas de Cuenca nos trae esta reseña de una de las novelas que no queríamos que pasara desapercibida este año. Lean y disfruten.

En este año, en que Adolfo Suárez ha pasado ha mejor vida, y el rey a la mejor imposible, me he percatado de que muchos de los nacidos en democracia sabemos más, bastante más, de Felipe II que de González, del Tratado de Utrech que de los pactos de la Moncloa, y de la España grecorromana que de las calles de nuestros padres, si me permitís el tributo al maestro Ledesma.

No sé si porque se trata de historia demasiado reciente para los libros de Historia, o porque la LOGSE es tan mala como dicen los que tripitieron 8º de EGB, pero me temo que así es. Sea como fuere, ya se sabe que la Historia nunca la escriben los perdedores, y menos el Yonqui de Canillejas al que da la palabra Paco Gómez Escribano en su última novela, donde retrata desde dentro dos de las mayores lacras de la Transición: la drogadicción y la delincuencia  juvenil.

Nuestro Cicerone por el infierno de la jeringa  será un quinqui conocido como el Botas, pero que pasa tanto tiempo entre el caballo y el mono, que deberían haberle apodado Calzaslargas. Un antiheroinómano de padre muerto por cirrosis, hermano capút de hepatitis, hermana hippy missing, madre alcoholizada y novia de triste vida alegre.

Y claro, con semejante patio, este perro callejero opta por huir hacia adelante: esnifando para encontrar razones para respirar, chutándose para no hacerse mala sangre, fumando petas para olvidar que no hay nada para llevarse a la boca, metiéndose rayas para no rayarse, trapicheando para pagar los vicios, todo el tiempo con la pasma en el retrovisor de coches robados,  “Leño” en el radiocasette y speed en las venas,  viviendo al día, y con colegas muriendo todos los días.

Porque las pagaran o no, las drogas pasan factura.

Siempre.

Así es la vida del Botas, y así nos la cuenta: con su lenguaje, con su argot. Con sus bugas y sus kelis, sus pipas y sus notas, con tal naturalidad y verosimilitud  que el resultado es más literario que si lo firmase un académico de la lengua. Porque un licenciado de la calle con más horas de comisaría que de escuela, no escribe, transcribe, habla.

Así es, y así debe ser.

Con este, su primer “thriller quinqui”, como el autor gusta en llamarlo, Paco Gómez Escribano se destapa no sólo como un escritor de raza, sino también como un avezado lector de género, que se aleja de los clásicos del hard-boiled, de los Chandlers y los Hammetts, para adentrarse en el lado más marginal del crimen literario, erigiéndose en uno de los contados hijos putativos ibéricos de Edward Bunker y George V. Higgins, en un apasionante y veraz cronista de nuestros bajos fondos.

Porque estamos ante una obra con el ritmo de un pasapáginas y la carga crítica de una novela social, escrita con la autenticidad del que ha vivido lo que cuenta, y el pulso de un juntaletras que conoce bien su oficio. Tan adictiva que cuando termines, tendrás síndrome de abstinencia. 

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