John Rebus es una especie en extinción. El policía escocés creado por Ian Rankin (Fife, Escocia, 1960) sigue en pie 19 novelas después y sigue con fuerza, y eso es lo raro. A pesar de los altibajos, de su jubilación en la genial La música del adiós (RBA, 17ª entrega de la serie), el bebedor malencarado, tozudo, brillante, indisciplinado e intuitivo Rebus mantiene toda su esencia en La Biblia de las Tinieblas (RBA, traducción de Eduardo Iriarte). En esta nueva entrega Rebus tendrá que afrontar la parte más oscura de sus inicios como policía, cuando no era más que un principiante, un novato que formaba parte casi por accidente de Los Santos de la Biblia de las Tinieblas, un grupo de policías corruptos y violentos que imponían su ley a cualquier coste. ¿Cuánto mal hizo él por entonces?
Nuestro querido personaje, al que ya hemos rendido pleitesía aquí, está cansado, bebe menos, pega menos golpes y encaja más, ha engordado, sigue muy solo, sabe que se acerca el final y trata de encajar en algún sitio. Quién iba a decirlo, John Rebus.
La Biblia de las Tinieblas no es una biblia. Es un viejo ejemplar del Derecho Penal escocés sobre el que escupieron y juraron fidelidad a la secta Los Santos, un grupo de policías sucios, que perseguían a los malos siendo a veces peor que ellos. El joven John Rebus formaba parte de ese grupo que ahora se ve salpicado por un caso resucitado por una fiscal con ganas de fama.
El turbio asunto está relacionado con un extraño accidente que investiga Rebus junto a su inseparable Siobhan Clarke, ahora su jefa. John no puede vivir alejado de su trabajo, lo único que tiene alguien cuya vida privada naufragó hace décadas, y ha vuelto a la policía aceptando una degradación. Malcom Fox, el detective de asuntos internos creado por Rankin y que ya se cruza en el camino de Rebus en Sobre su tumba, completa un trío de protagonistas que supone uno de los grandes aciertos de Rankin.
Rebus se ha apartado un poco y Clarke y Fox han ganado espacio para equilibrar la balanza y no cansar al lector. En La Biblia de las Tinieblas sabemos más de la vida de Clarke, con quien John ha alcanzado una relación llena de complicidades y sinceridad brutal. También entramos en los problemas de Fox, ajenos a quienes no hayan leído las dos novelas que Rankin ha escrito sobre él. Sabemos que está a punto de volver a ser un detective normal, a trabajar con aquellos a los que ha investigado, a aguantar odios y desprecios; sabemos que es alcohólico y que no lo prueba a pesar de que se muere de ganas; sabemos que su vida familiar dista mucho de ser ideal; sabemos que también tiene dudas morales sobre su trabajo y su servicio a la causa; sabemos que es mortal y no tan distinto a Rebus.
Todos estos ingredientes se completan con una mirada a la actualidad política de Escocia meses antes del referéndum y las continuas referencias a ese Edimburgo que Rankin ama y Rebus necesita. Por cierto, en breve publicaremos un recorrido por esa gran ciudad.
Casi cada persona a la que Rebus pide ayuda, interroga o insulta sabe quién es este policía legendario y no siempre por buenas razones. Eficaz y problemático a partes iguales, sus interlocutores le dedican todo tipo de improperios, indirectas y a veces algún halago. Ahora, además, tiene que sincerarse con su pasado lejano, con su vida con Los Santos. Rankin aprovecha a una agente a la que pide ayuda para rendir un homenaje a su personaje:
“No conocía a John Rebus desde hacía mucho tiempo atrás, pero sabía que era bueno en su trabajo, igual que un sabueso al que le dieran a oler la presa y luego lo soltaran para que hiciera aquello que mejor se le daba. El papeleo, los protocolos y las reuniones presupuestarias no le iban a Rebus: no le habían ido nunca y eso no iba a cambiar. Tenía unos conocimientos informáticos rudimentarios y su trato con la gente dejaba mucho que desear, pero ella estaba dispuesta a mentir a James Page por él, y encajar la reprimenda si la pillaban. Porque era uno de esos polis de casta que en teoría ya no existían, una especie poco común en vías de extinción. Y echaría en falta a los de su raza cuando, como no podía ser de otro modo, desaparecieran por fin de la faz de la tierra”.
Nadie podría decirlo mejor. Ahora que se acerca el final, John pide a veces refrescos de naranja y también a veces tiene la tentación de ir por el camino recto de las normas. Quién iba a decirlo, John Rebus.
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