Jeta, sentimental y grandioso: Rocco Schiavone, nuevo héroe negro

Por: | 28 de enero de 2015

Pista negra
Hay veces que uno sabe que ha nacido un héroe literario desde las primeras líneas del primer libro de una serie. No importa cuánto dure, la suerte que tenga o los halagos y palos que reciba: por las razones que sea está en tu altar y no será fácil que baje. A mí me ha pasado con este jeta sentimental llamado Rocco Schiavone, este corrupto que se vuelve casi infalible cuando se trata de resolver un crimen, este vividor con el alma oscurecida, este personaje fresco que inunda cada página de Pista Negra, el debut literario de Antonio Manzini que ahora llega a España de la mano de Black Salamandra (traducción de Teresa Clavel).

Con este post seguimos con las lecturas previas para que disfruten al máximo de BCNegra 2015, ya tan cerca. La serie se inició con Philip Kerr y su Mercado de invierno y seguimos con esa dama de la ficción criminal llamada Sue Grafton y su W de Whisky y esperamos llegar a comentar dos o tres más, dependiendo de cuánto aguante mi cuerpo los envites del sueño. Lean y disfruten.

Rocco Schiavone metió en vereda a quien debía (en el Mediterráneo eso es casi siempre  alguien del entorno político) y encima de que no retiró de la circulación a la escoria de turno terminó desterrado a Aosta, en Los Alpes. La muerte civil para un romano hasta la médula, un sibarita, un urbanita enfermizo. Sólo un caso difícil sacará de la miseria a este adicto a los casos difíciles, aunque proclame lo contrario, a este policía oscuro pero efectivo. Por fin, el caso esperado llega cuando encuentran el cuerpo de un joven de la zona aplastado por un quitanieves.

Todo en Schiavone es peculiar sin ser excéntrico, es complejo sin ser artificioso. Su mundo te atrapa sin necesidad de descripciones o parrafadas wikipedia, gracias al acierto de Manzini. Rocco es corrupto, fuma marihuana en el despacho, no duda en ser muy cruel con casi todos sus subalternos, trata de trabajar lo menos posible, o al menos eso dice, y es un cínico de campeonato. Pero no es una caricatura y en él no hay maniqueísmo.

Además de una ácida descripción de la gente con la que se cruza, a la que encuadra en distintas categorías animales que coinciden con las del libro de naturaleza que tenía de niño, tiene una clasificación curiosa de lo que le molesta en la vida:

Rocco Schiavone tenía una personalísima escala de valoración de las tocadas de cojones que la vida le reservaba día tras día con absoluta indiferencia. La escala comenzaba en el sexto grado, o sea, todo lo relacionado con las obligaciones domésticas (...). En el séptimo estaban los centros comerciales, las oficinas de correos, los laboratorios de análisis, los médicos en general, especialmente los dentistas, y, para acabar, las cenas de trabajo y los parientes, aunque al menos estos, gracias a Dios, estaban en Roma. El octavo grado incluía, en primer lugar, hablar en público, seguido de los trámites burocráticos de trabajo, el teatro e informar a jefes superiores y jueces. En el noveno figuraban los estancos cerrandos, los bares sin helados Algida y, sobre todo, las vigilancias con agentes que no se duchaban. Por último, estaba el décimo grado. El non plus ultra, la madre de todas las tocadas de cojones: tener que apechugar con un caso”.

 

Odia Aosta porque allí no puede pillar, en todos los sentidos, no hay grandes posibilidades de corromperse, no le da juego. Y los que le rodean son tremendamente provincianos, y sus subalternos rozan el subnormalismo (menos Italo, a quien apadrina y lleva de la mano con dureza y cariño). Pero es precisamente todo eso lo que le lleva a buscar la solución del caso con más ahínco, a investigar, allanar moradas, interrogar con bofetadas de por medio y engañar a los ciudadanos de esa humilde villa de vacaciones y esquí como si le fuera la vida en ello.

Pero Schiavone es grande. Un drama de su pasado le persigue, le nubla el conocimiento, le oscurece el alma. Y cuando me di cuenta de qué era, oculto en un diálogo imaginario frente al espejo de un cuarto de baño, se me cayó el alma a los pies. Entonces se me presentó otro personaje, otra perspectiva, otra narración. A partir de ahí, Manzini nos enseña al otro Rocco, alguien que dice esto sobre la muerte:

“En la naturaleza, la muerte no entiende de culpas. Los perros lo saben. Puedes leerlo en sus ojos. Deberías hacerte perro, Italo. Aprenderías un montón de cosas. Aprenderías, por ejemplo, que en la naturaleza no existe la justicia. Eso es un concepto totalmente humano. Y como todas las cosas humanas, es opinable y falaz. Dame un cigarrillo”.


Schiavone se siente sucio cuando investiga, sucio cuando roba, sucio cuando resuelve un caso. Su compleja personalidad, las marcas del pasado, la miseria de la vida no le dejan ser feliz. Una vez terminado el caso hay un alegato brutal: contra las pesadillas que vive cuando tiene los ojos abiertos y que vuelven, siempre, cuando los cierra; contra los recuerdos que no dejan seguir adelante; contra el fango y la mierda de la vida. Pero ese no lo copio aquí. Léanlo. Bienvenidos al mundo de Rocco Schiavone, mi nuevo héroe. Hasta pronto.

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