NOTA DEL COORDINADOR: Aunque parezca increíble tras tanto viaje al bar, a los bares, a las barras o donde sea, aquí vuelve el gran Alexis Ravelo con lo último y lo más golfo de esa fiesta llamada BCNegra. Y con fotos de Leer sin Prisa. Madre mía. Gracias.
Pueden leer todas las entregas aquí y la información sobre la fiesta de lo criminal en la sección de Cultura de EL PAÍS.
POR ALEXIS RAVELO
Realizando con eficiencia mi labor más allá del estricto cumplimiento del deber, ayer me desplacé y plantifiqué en el número 88 de Nou de la Rambla, donde está situado el Conservatori del Liceu y justamente delante de una comisaría de los Mossos d’Esquadra, quienes, más que vigilar, protegen a esta gente que escribe. ¿Se lo puede creer? Encima, algunos de ellos ocultan su verdadera personalidad de escritores negrocriminales tras su sagrado uniforme.
De hecho, escuché las charlas junto a uno de ellos, un tal Rafa Melero, que trama una cosa que se titula La penitencia del alfil. Aquí, entre nosotros: de vez en vez, me aproveché del buen rollito del individuo para dejarle la grabadora y subirme a echar un vinito —el sitio tiene bar— y hacer un pis. Pero no era el único mosso: en la primera mesa —esta vez no es ya que no fuera redonda, es que no pusieron ni mesa— participó Pere Cervantes —ya lo tenemos fichado—. Compartía escenario con David Llorente —también tiene ficha—, Albert Pijoan —de este hombre no le puedo contar mucho, porque no entendí lo que decía, aunque sonaba muy bien— y una tía doblemente peligrosa que viene de Cádiz, habla con acento madrileño y ha sido vista conspirando con el cartel de la Semana Negra de Gijón. Se llama Carmen Moreno y digo que es doblemente peligrosa, porque no solo acaba de publicar una novela negra, Una última cuestión, sino que además es editora. Ábrale ficha, jefe. Esta mesa la moderó —y muy bien, todo hay que decirlo— Nacho Cabana, el que le comenté el otro día.
Como me estaba tomando una copita, llegué justito a la siguiente mesa —“Nuevas geografías negrocriminales”—, donde la cosa se puso internacional y, además, más peligrosa aún, porque llegaron cuatro encantadores de serpientes: William C. Gordon, Zygmunt Miloszewski, Nieves Abarca y Gonzalo Garrido. Miloszewski es polaco y habló en inglés, pero esta vez no hubo problema, porque había traducción simultánea. Además, Gordon —ya le hablé de su sonrisa— habla un español dulce que condice— ¿ha visto, jefe, qué bien hablo?— con su proverbial bonhomía. Abarca y Garrido —los Bonnie & Clyde del psycho killer patrio— hablaron de algo interesante: la legitimación que siente el criminal. Aquí, Miloszewski no estuvo de acuerdo: para él es más inconsciente el delincuente común que, por ejemplo, el terrorista. Yo no sé demasiado de estas cosas, jefe, pero me quedo con lo que dijo Gordon, estadounidense él. A saber: que él vive en un país que se construyó sobre la injusticia y la violencia, y que sigue siendo violento e injusto, por lo cual él se siente movido a hablar de ello en sus novelas. Me jode reconocerlo, jefe, pero este señor me cae bien. Pero no se preocupe, que yo no me voy a pasar al lado oscuro. ¿Qué cómo resisto a la tentación? Cayendo en el alcohol. Por eso, tras esta mesa, me fui al bar. Y allí, precisamente, me encontré por fin con Toni Hill. Tal y como me temía, se nos ha pasado al enemigo. Me lo dijo él mismo en un aparte, y tan contento oiga, con una sonrisa en la boca. Dice que ahora es feliz escribiendo. ¿Qué le parece?
En fin, esto, lo de Toni Hill, ocurrió justo antes de que él subiera al escenario con otros de su calaña: Rosa Ribas —esta también es de las que sonríen, ocultando bajo su apariencia de intelectual de lo setenta a una escritora negrocriminal de raza—, Andreu Martín «el Maestro» y Jaume Ribera —padres de Flannagan y de mil cosas más que exceden este informe— y, por fin, Lorenzo Silva. De este último, qué le voy a contar: lo tenemos más que fichado y siempre anda tramando algo. No por nada es de los que llegan de viaje justo unas horas antes de la reunión y se van siempre y también de viaje, justamente después. Esas visitas de médico que hace a los conciliábulos me hacen sospechar que siempre tiene, al menos, un par de calderos al fuego.
También hubo, ayer, un homenaje a Henning Mankell, ese negrocriminal sueco que ahora anda algo pachucho. Bajo un título de resonancias cortazarianas, el Comisario Camarasa y su editora en España conversaron sobre él y recogieron los mensajes que le dedicaron los lectores que atestaban el auditorio.
Luego, nueva visita al bar. Yo sé que el vino a veces perjudica mi trabajo, pero estoy viejo para cambiar. Algo perjudicado llegué a la última mesa, “Los hipócritas”, en la que Antonio Manzanera, José Luis Caballero y Fernando Rueda hablaron con Jordi Bordas sobre esas novelas de espías que a usted le gustan tanto. No sé por qué hablaron tan mal de los tipos que se infiltran. Yo mismo, en mi modestia, ando de infiltrado y no creo que sea un tipo tan impresentable, ¿no?
En fin, jefe, que al final, después de tanta visita al bar y tanto vino, decidí que necesitaba algo más consistente y me fui al Boadas, a echarme un Manhattan a su salud —adjunto factura—. Y allí me encontré con una tal Marta Marne que tenía una cámara de las de verdad y me prestó sus fotos, porque las que yo había sacado con la cámara de usar y tirar me salieron veladas.
Como hoy la cosa empieza otra vez temprano, voy a tener que acabar ya el informe para hacer mis abluciones y tomarme una cerveza, que dicen que es buena para la resaca.
En Barcelona, Año 15 de BCNegra, día 4
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