NOTA DEL COORDINADOR: Inasequible al desaliento, nuestro cronista sigue trasteando por Barcelona dispuesto a superar cuantas barreras le pongan o se ponga, que también hay de eso. La cita del principio la entenderán aquellos a quienes va dirigida, espero.
Pueden leer todas las entregas aquí y la información sobre la fiesta de lo criminal en la sección de Cultura de EL PAÍS. Lean y disfruten.
POR ALEXIS RAVELO
Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo.
Ludwig Wittegenstein: Tractatus Logico-Philosophicus, proposición 5.6.
Ya estoy mejor, jefe. Lo que no cura el alcohol, lo cura el tiempo. O el roce con los amigos. Por eso ayer —lo reconozco— me salté alguna charla para hacer un vermú casero con Rosa Ribas. Sí, jefe, me he hecho amigo de esta individua, qué se le va a hacer, que uno andará infiltrado pero el corazón es permeable y ya conoce usted aquello de que el corazón tiene razones que la razón no entiende.
Pero eso fue solo un ratito chico y después de asistir a un par de mesas interesantes. Ayer, en BCNegra se habló, sobre todo, de fronteras: de fronteras literarias y geográficas, éticas y políticas, sociales y hasta ontológicas —fíjese qué palabra más bonita y raruna—, aunque no se dijera explícitamente, porque una de las mesas sin mesa hablaba de cómo algunos autores y autoras utilizaban lo sobrenatural en sus ficciones policíacas, como es el caso de Yrsa Sigurdardottir, Mikel Santiago y Dolores Redondo, quienes apelan en sus novelas a viejas leyendas. Aprovecho para hacer un inciso y aclararle que eso que le han contado de que yo, mientras transcurría esta charla, estaba pimplando en el bar del Conservatorio es también una leyenda, si no una sucia mentira inventada por los agentes dobles para desacreditarme —por cierto, le adjunto la factura de unos cuantos whiskis que tuve que convidarle a un confidente—.
De lo fantástico y lo real se había hablado ya en la primera mesa —también sin mesa— del día, que abordaba las obras de cuatro tipos jóvenes —a saber: Alejandro Corral, Marcos Chicot, Augusto Cruz y Milo J. Krmpotić— y la moderaba Álvaro Colomer. La charla llevaba por título, precisamente, Los fronterizos, porque todos ellos, de alguna manera, se salen de los estrictas márgenes de lo negrocriminal en sus ficciones que hablan de tecnología, de ciencia, de psiquiatría, de vampiros y de fantasmas. A los otros aún tengo que abrirles ficha —sin perder tiempo, porque creo que darán que hablar—, pero al tal Krmpotić le sigo la pista desde hace tiempo. Su última canallada es una novela desasosegante que se titula El murmullo y que parece, a primera vista, la típica historia de niña secuestrada y periodista guapa que ve fantasmas. Pero el tío es más listo que el hambre y, encima, tiene estilo, así que lo que podría haber sido un entretenimiento se convierte en algo muy serio. Si los otros tres escriben igual de bien, vamos a tener que atarlos cortitos.
De fronteras se habló en la mesa sin mesa siguiente, en la que Maurizio Pisu —un individuo sardo muy conocido en los ambientes, sospechoso de cosas muy graves pero al que nunca le hemos podido probar nada—, charló con Donato Carisi, Antonio Manzini y Roberta de Falco, alias Roberta Mazzoni. Esta última habló de Trieste, esa ciudad fronteriza que cambió de país varias veces a lo largo de los siglos XIX y XX y que no por nada Joyce —aquel que recordábamos ayer— escogió como refugio. Antonio Manzini —Pista negra, que edita Salamandra Black —, ambienta sus novelas en la ciudad de Aosta, adonde su policía, Rocco Schiavone —un policía peculiar que comienza cada día fumándose un porro enorme—, se ha mudado desde el mismísimo Trastévere romano.
Economía criminal de la ciudad, la última actividad de la tarde, abordó las fronteras entre diferentes tipos de delincuencia, lo que viene a ser hablar de fronteras sociales, lo que a su vez viene a tener el correlato de las fronteras urbanas. Y, si no, que se lo digan al moderador, Javier Alegría, director del diario El Raval. En esta mesa intervinieron la antropóloga Dolores Juliano, Carlos Quílez —viejo conocido suyo y mío que ahora anda difamando a los honrados empresarios y respetables políticos con su Manos sucias—, Itziar González y Antoni Rodríguez, jefe del Área de Crimen Organizado de los Mossos d’Esquadra. Y yo, como estaba allí el señor Rodríguez, persona de orden, y además empecé a no entender ni papa —a causa del alcohol, del cansancio y de esas otras fronteras, las del lenguaje— decidí que podía marcharme de allí sin que nadie pudiese echarme en cara no haber cumplido con mi deber.
Hoy la cosa comienza pronto, jefe, en el Auditorio de Blanquerna —c/ de Valldonzella, 12— con una charla sobre cómic que va a tener lugar a las 12:30, así que le envío este informe y salgo corriendo a comprar otra cámara de usar y tirar, que ya gasté otro carrete. Para que luego diga que no curro.
En Barcelona, Año 15 de BCNegra, día 6.
Post scriptum: En un fugaz encuentro, Toni Hill me contó ayer que lo ha visto a usted por aquí, que ha cruzado la marca del Meridiano y se ha personado en Barcelona porque al parecer no se fía de que yo me esté comportando con la seriedad debida. No he querido creer este infundio, destinado, muy seguramente, a desacreditarle a usted y trastornarme a mí.
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