NOTA DEL COORDINADOR: Toni Hill nos trae hoy su visión en primera persona de lo vivido el pasado fin de semana en la tercera edición de Valencia Negra, un festival que se ha ganado un hueco entre las principales citas del año para los amantes de lo negro y criminal.
En la foto, un tal Alexis Ravelo, que después de ganar en Gijón y de hacerlo antes en Getafe, se lleva ahora el máximo galardón en Valencia. Las flores no sangran (Alrevés) se lo merece, ya contamos por qué.
POR TONI HILL
En Valencia subieron las temperaturas la semana pasada. El termómetro se disparó, convirtiendo las mañanas de mayo en tórridas jornadas veraniegas, y el sol se mantuvo fuerte, decidido a conferir un aire luminoso a los once días de evento negro. Y, desde luego, lo consiguió: sus efectos se apreciaban al final del festival, en los rostros cansados de los organizadores. Once días de actividades resultan agotadores para quienes están en el backstage, preparándolo todo, ocupándose de esos detalles que no se ven, pero se hacen notar. Aunque no era sólo cansancio lo que se leía en sus caras: también había satisfacción, el orgullo que acompaña al trabajo bien realizado.
Porque, digámoslo ya, este tercer Valencia Negra ha sido un éxito en todos los frentes: público, organización, participantes, mesas redondas, coloquios… Valencia Negra se ha consolidado en tres años como el festival de novela negra mediterráneo por excelencia. Tiene su propio sello, distinto al de otros con más solera como Gijón o Barcelona, y esto no se ha producido por casualidad sino que ha venido dado por una cuidadosa selección de autores, por una meditada elección de los temas a tratar, y sobre todo por una actitud organizadora que se mantiene en un deliberado segundo plano, atenta pero sin ambiciones de figurar.
En Valencia Negra no hay protagonistas y actores invitados, y eso es muy de agradecer: los autores nos repartimos en las mesas, nos enfrentamos a temas no habituales (para ponerles un ejemplo, un servidor habló del “Amor en la novela negra” junto con Félix G. Modroño y Jerónimo Tristante, perfectamente moderados por la todoterreno Cristina Macías), y luego nos quedamos con gusto a escuchar al resto. Y esto último, que quizá parezca una banalidad, dice mucho del talante de compañerismo que se imprime al festival. Las autoras, como Rosa Ribas, estaban encantadas porque, por una vez, no existió la inefable “novela negra escrita por mujeres”, uno de esos temas que se agota en sí mismo a los diez minutos, y en su lugar se habló de nostalgia, de corrupción, del pasado mal cicatrizado, de poesía, de trilogías de éxito, de películas y series de televisión, y de muchos otros aspectos que enriquecen y matizan el universo ficticio de los autores del género.
En mi opinión, quizá lo único que les quedó un poco deslucido fue la entrega de los premios. No sé si tiene mucho sentido incorporar una categoría de novela extranjera si no hay ningún autor presente, y lo mismo puede decirse (aun con más extrañeza dada la cercanía geográfica) del de novela negra en lengua catalana. Cabe señalar que la ganadora de este último, Anna Maria Villalonga, agradeció su premio desde una pantalla. Por suerte, sí que estaban cuatro de los cinco nominados al de mejor novela negra en lengua castellana (por orden alfabético, Empar Fernández, Marcelo Luján, el ganador Alexis Ravelo, y Javier Valenzuela), y pudimos felicitar a alguien en persona. Sé que durante la semana se entregó otro, al gran Andreu Martín, y desde aquí quiero aprovechar para mandarle un abrazo.
Todo acabó al más puro estilo mediterráneo, comiendo arroz negro frente al mar. Decía al principio que las sonrisas de los organizadores lo decían todo, pero también hay que prestar atención a las de los autores participantes. Creo que ninguno de mis compañeros de mesa podrá negar lo mucho que nos reímos y lo bien que lo pasamos. Al final, cuando el autocar nos llevaba a la estación, en lugar de sesudos escritores de novelas criminales parecíamos niños que vuelven a casa tras un fin de semana de campamentos, canciones incluidas. Un happy end brillante, alejado de los tópicos del género, que debemos agradecer a Jordi, a Santiago, a Bernardo, a Marina, a María y a Mario, y a tantos otros.
Valencia Negra ha necesitado sólo tres ediciones para convertirse en un referente moderno y consolidado, un ejemplo que auna calidad en las propuestas con un talante amable y cálido, como la brisa que soplaba en la Malvarrosa. Si pueden, no se lo pierdan el año que viene. Les aseguro que merece la pena
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