'La chica del tren': el germen corrosivo de la desconfianza y el voyerismo

Por: | 10 de junio de 2015

Paula_BSP copy Kate Neil
Paula Hawkins en un tren | FOTO: Kate Neil


¿Quién no se ha quedado una tarde entera dando vueltas a lo que le ha dicho su pareja por teléfono, al tono, a cierta o supuesta incoherencia en algo de lo comentado? ¿Quién no se ha fijado en alguien en el metro, en un tren, en un autobús o en la calle y se ha imaginado su vida, o un trozo de ella, o algo? Ya, algunos me dirán que de eso nada, que se cree el ladrón que todos son de su condición. Acepto. Dejen de leer entonces.

Para todos los demás, Paula Hawkins ha escrito La chica del tren (Planeta, traducción de Aleix Montoto), un best seller mundial con una fuerza y un atractivo indudables, con homenajes a la Patricia Highsmith de Crímenes imaginarios, parecidos a Perdida de Gillian Flynn y un indudable influjo de aquella bestia de maltratar conciencias llamado Alfred Hitchcock.

Rachel, una fracasada con tendencias alcohólicas, mira todos los días por la ventana cuando el tren que la lleva a Londres para a las 8.04 en una intersección. Allí ve a Jes y Jason, una pareja feliz, idílica, que tiene todo lo que ella tuvo o aspiró a tener y que viven cerca de donde ella intentó construir su sueño con su exmarido Tom. Un día ve o cree ver algo turbio y aquí empieza el lío. Porque la buena de Rachel no anda muy bien de la cabeza (está muy deprimida y padece serias carencias de autoestima) y tiene la costumbre de desayunar vino blanco o latas de gin tonic preparado. Duda, desesperación y voyerismo. Tres ingredientes que bien aliñados dan para un buen inicio.

Pero veamos cómo está Rachel en sus propias palabras:

“Quiero y no quiero una copa. Si no tomo nada, hará tres días que no bebo, y no puedo recordar la última vez que permanecí sobria durante tres días seguidos. También puedo saborear otra cosa en la boca: una vieja obstinación. Hubo un tiempo en el que tenía fuerza de voluntad y podía correr diez kilómetros antes de desayunar o subsistir durante semanas con 1.300 calorías diarias. Tom me dijo que era una de las cosas que le gustaban de mí: mi terquedad ,mi fortaleza. Recuerdo una discusión hacia el final de la relación, cuando las cosas estaban a punto de ponerse realmente feas. Perdió los estribos conmigo. “Qué te ha pasado, Rachel”- me preguntó-. ¿Cuándo te has vuelto tan débil?”

No es, como ven, alguien que pueda salir corriendo a decirle a la policía que ha visto o que cree haber visto algo. Y sin embargo, lo hace. “No haya nada más corrosivo y doloroso que la desconfianza”, asegura Anna, otra de las protagonistas de una novela que vemos a través de los ojos de tres mujeres. La otra, Megan, también está llena de puntos oscuros y sorpresas.

Hay una clave en todo lo que hace Rachel en esta novela que atrapa de verdad, sin tópicos: la necesidad de alguien que está terriblemente solo de sentirse involucrado en algo o con alguien. Tal y como ha dicho la autora en varias entrevistas:

“Creo que es posible que alguien que se siente sola y aislada en una gran ciudad sienta que tiene cierta clase de conexión con la gente a la que ve todos los días (pasajeros, gente de las casas por las que pasa) sin que realmente haya nunca un contacto. Los extraños que se ven en el tren o que pasan por la calle son tan familiares que sientes como si los conocieras aunque no tengas ni idea de cómo son realmente sus vidas”.

A estos ingredientes se añade el de la mujer desaparecida (de ahí que se la compare con Perdida), la investigación en la que nadie es realmente quien parece  (cuándo se terminará de reconocer lo que se le debe a Patricia Highsmith) y relaciones de pareja  que se derrumban destrozando vidas a su alrededor.

Una novela que funciona muy bien como divertimento (me la leí en un avión de una sentada; Stephen King asegura que le quitó el sueño una noche entera) y que tiene ciertas claves inquietantes y un buen análisis de la miseria que rodea a los personajes, todos de clase media. Hawkins, antes periodista, no ha conocido el éxito hasta los 42 pero ya había escrito antes una serie de novelas y el libro de consejos financieros Financial Goddess. Se nota oficio y se notan las influencias y eso se agradece.

El gran mérito psicológico de La chica del tren es que mete en la mente del lector los sentimientos negativos de los protagonistas: ansia por conocer la vida del otro, crítica sin saber qué hay realmente en la vida de los demás, desconfianza hacia lo que se ve y lo que te cuentan. Una trampa mortal y moral de la que se sale extasiado. Lean y disfruten.

Hay 2 Comentarios

Pues habrá que verla...

@AdeCirene

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