Tarde, mal y nunca, una triste y bella novela negra

Por: | 15 de julio de 2015

TardeNo deja de ser curioso venir a una fiesta como la Semana Negra  con el alma algo entristecida. Pero es lo que me ha ocurrido en las horas que he estado en el tren, ajeno al paisaje, al ruido de zoco tan habitual en España, a todo, y me he enfrascado en la lectura de Tarde, mal y nunca, novela de Carlos Zanón (RBA). Zanón es uno de los cuatro finalistas, y para mí el favorito, del Premio Dashiell Hammett que cada año se concede en Gijón con Yo fui Johnny Thunders, de la que ya hemos hablado aquí.

En Tarde, mal y nunca, su segunda novela, Zanón usa sus mejores armas, maneja con habilidad las historias de perdedores, de gente acabada, gris, de barrios tristes en su amada Barcelona. En este caso, Epi, uno de esos chicos que van por la vida como si llevaran un saco en la cabeza, alguien en quien nadie se fija, mata a martillazos a su colega de farra y fechorías, Tanveer Hussein. Ese es el inicio de una novela en la que hay crítica social, retrato costumbrista, violencia física, psicológica y estructural y una dura historia.

Les dejo aquí el post sobre los finalistas del Hammett y la programación de la Semana Negra para que no se pierdan.

Epi es un perdedor que sólo ha sentido que las cosas marchaban cuando estaba con Tiffany Brissette, mujer fatal de cejas tatuadas de azul, reina en un barrio de míseros súbditos. No está muy bien de la cabeza, se droga y le gusta mucho la fiesta, no tiene trabajo pero durante un tiempo Epi fue el rey. El problema es que el único amigo que tiene, Tanveer, malhechor de tres al cuarto, violento y atractivo hispano marroquí, le quita la novia. La venganza de Epi en el bar del barrio, en presencia de su hermano Alex, abre una novela corta e intensa, llena de detalles, descripciones, frases de barrio.

La historia se cuenta desde la perspectiva de Epi, desde la de Alex y desde la de Tiffany y otros personajes secundarios, en una diversidad de voces que no chirría en ningún momento. Ellos llevan de la mano al lector por una historia en la que todos pierden algo, en la que todos muestran que han nacido en la cara fea del mundo. 

Hay un par de momentos que me parecen geniales y que no puedo evitar reproducir.

El primero, sobre el barrio:

 

“Si uno pasa mucho tiempo en la selva conoce y distingue el silencio que siempre hace presagiar lo peor. En el barrio pasa lo mismo. En las tiendas y entre la gente se respira cuándo la calle está nerviosa o dormida. Es la pulsión que recuerda que debajo del asfalto y de los paneles de cemento, bajo los aparcamientos subterráneos y las mil y una historias encerradas tras cada puerta, permanece la esencia viva de la tierra, el fuego y el agua. Como una ángel negro de la memoria, casi todas las cosas que se cuentan o pasan tienen un eco en las paredes del barrio. Historias viejas, mitos, refranes, mandamientos, amenazas coléricas, consejos publicitarios”.

 

El segundo, sobre la infancia perdida, que no necesariamente añorada:

 

“La cabeza se llena de imágenes. De ellos con su padre a cambiar cromos en el Mercat de San Antoni, o aquella vez en la escuela que Epi se partió la cara en su defensa y también aquella otra en la que él no lo hizo y permaneció escondido en la clase, a oscuras, esperando a que pasara la pelea. Recordó las peleas que le había hecho a su madre con respecto a su hermano pequeño y a ésta, joven y bonita, yendo a buscarles al colegio o secándoles el pelo con una toalla rosa que olía a jabón. Aquellas películas que veían los cuatro juntos los sábados por la noche riéndose hasta morir…”

El tono de la novela me recuerdan en ciertos aspectos, como ya me pasó en Yo fui Johnny Thunders, a mi vida en el segoviano barrio del Cristo del Mercado. Estampas grises y nostálgicas, leyendas urbanas, miedos y sueños rotos. Una novela negra que habla de la vida. El tren llega a Gijón. Que empiece la fiesta.

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Salió este verano en la colección que sobre novela negra en español publicó El Pais a 1'95€. La compré y voy a leerla.
Gracias por tu reseña

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