Decía Lorenzo Silva en Getafe en 2014 que el artefacto clásico de la novela negra funciona y lo controlan muchos autores y eso explica parte del éxito del género. A pesar de que hay demasiadas muestras de lo contrario, el maestro tiene razón en lo básico. Quizás por eso me gustan más las novelas de personajes, aquellas en las que la trama y todo el armazón que termina formando el artefacto funciona, pero en las que es el protagonista el que te roba el alma, el que te hace identificarte hasta el dolor y los secundarios los que te conmueven u odias.
En este apartado, las tres novelas del escritor británico David Mark (publicadas en España con todo el acierto por Siruela) ocupan un lugar destacado. El sargento Aector McAvoy forma parte ya de mi altar pagano de héroes de la novela negra, de personajes a través de los que ver la vida.
Es un gigante con la elegancia de un sir que actúa siempre bajo sus rígidos principios morales, no huye de la violencia cuando es necesario, llora, habla con los animales y adora a su mujer, la gitana Roisin, una esposa complicada y arrebatadora con la que tiene una historia brutal.
“Sólo pensar en su mujer le basta para hacerle sonreír. Ha oído decir que amar de verdad es cuidar de alguien más de lo que se cuida a sí mismo. McAvoy descarta esa idea. Él cuida de todo el mundo más que de sí mismo. Moriría por un extraño. Su amor por Roisin es tan perfecto y espiritual como ella misma. Delicado, apasionado, leal, audaz… Ella sabe cómo proteger el corazón de su marido”. No se equivoquen. Esta descripción de nuestro héroe en El oscuro invierno (primera de la serie, traducida por Javier Sánchez) no es la de un bobo santurrón. No. McAvoy es un personaje complejo, lleno de cicatrices físicas y vitales, que odia su trabajo pero que se obliga a hacerlo, como se obliga a otras cosas, porque alguien tiene que estar en ese lugar entre el dolor y el olvido. Un policía que, por ejemplo, traiciona a los suyos para denunciar desmanes y corrupción porque siente que no puede hacer otra cosa, aunque lo vaya a pagar para siempre.
Las novelas se sitúan en Hull, una ciudad media de Inglaterra, cerca de Yorkshire, violenta y algo triste. Un lugar que McAvoy no terminar de amar, tampoco de odiar pero al que el autor está irremediablemente atado, como reconoce en esta entrevista.
Con una estatura de 1,96, bigote de las Altas Tierras de Escocia, pecas y trajes a medida con camisas de gemelos y abrigos caros, McAvoy no pasa desapercibido. Lo intentó, pero es imposible. Roisin es su fortaleza y su debilidad.
Su mujer es la adolescente a la que salvó de una violación en un campamento gitano y de la que se enamoró para siempre. Sus agresores terminaron muy mal y McAvoy manchó su alma para siempre. Roisin actúa por impulsos, hay reglas que no entiende y mete al policía en serios problemas. Sólo por ella McAvoy es capaz de romper su fe en lo correcto. A través de Roisin se ve muy bien cómo crecen los personajes y las novelas. Si en la primera hay más de presentación y en La otra piel (traducción de María Porras) se entra de lleno en el círculo personal y laboral del personaje, en El dolor que nos une (traducción de María Porras) Roisin es parte de la trama, del drama, del problema y quizás de la solución en una novela intensa y llena de grandes momentos.
Pero una novela negra, y más una que destaca por sus personajes, no es nada sin los secundarios. Trish Pharaoh es la jefa de Aector, una mujer maternal, agresiva, atractiva, algo masculina, que le da a la botella porque odia la vida, que es vista como un pibón “putón” pero que lleva años sin sexo porque a su marido se lo llevó por delante un ataque que le dejó reducido a una marioneta. Y sabes que podría haber algo con McAvoy, que pegan, que se desean, que hay cierta tensión sexual no resuelta. Pero sabes también que eso es la muerte para los dos.
No les cuento nada de las tramas de cada novela porque son buenas, están conseguidas, no son nada extravagantes y se nota la mano de un escritor que antes ha sido periodista de sucesos. Hay asuntos que no se resuelven, que pasan de novela a novela, como en la vida; otros en los que no ganan los que deberían ganar, como en la vida; otros que se llevan por delante a los más inocentes, como en la vida. El final de El dolor que nos une es simplemente brutal, pero ese no es el tema hoy.
Hay un momento en que alguien le dice a nuestro detective:
“Sería magnífico que el mundo entero sintiera su rabia. Que la gente fuera incapaz de comer, dormir o funcionar hasta que la balanza se equilibrara y el mal hubiera sido suprimido por algún acto de bondad, decencia o justicia, o como quiera usted llamarlo. Pero no es así. La gente ve una noticia horrible, le parece espantoso, menea la cabeza y dice que el mundo va de mal en peor, pero luego pone la tele (...) O se va al pub y se toma unas pintas. Y sé que eso a usted le pone enfermo. Sé que ve a la gente ocuparse de sus cosas cotidianas y se siente vacío y cabreado y asqueado al comprobar que todo el mundo se muestra insensible e inhumano en vez de pensar en los muertos. Pero si se pasa la vida esperando que las cosas cambien, morirá decepcionado.
Y, sin embargo, McAvoy sigue empeñado en su cruzada, baja la cabeza, sigue trabajando, buscando justicia, luchando por el amor. Alguien tiene que hacerlo. Vayan un rato con el detective santurrón. No les dejará indiferentes. Lean y disfruten.
Hay 3 Comentarios
Muy buenos mandamientos a tener en cuenta! http://www.7pecadoscapitales.net/los-10-mandamientos
Un saludo!
Publicado por: los 10 mandamientos | 07/07/2016 11:33:46
Hola María. Qué despiste. Cambiado. Muchas gracias por tus palabras. Un saludo,
Publicado por: Juan Carlos Galindo | 10/11/2015 14:30:39
Bravo, Juan Carlos, qué bien sabes diseccionar a un personaje en unas líneas. Solo quería hacerte notar que la traducción de El dolor que nos une la firmo yo, no Javier. Gracias por tu blog.
Publicado por: María Porras Sánchez | 10/11/2015 12:30:38