Estamos aquí ante un dilema. Cómo Martin Bora, un señor íntegro, educado y con un fuerte código ético pero al mismo tiempo orgulloso de haber participado en la batalla de Belchite del lado de los nacionales y de haber invadido Polonia nos puede caer bien. No es un dilema, es un drama, pero ocurre y es responsabilidad de Ben Pastor, nacida Maria Verbena Volpi en Roma, en 1950.
Con la publicación de Camino a Ítaca en Alianza (traducción de Pilar de Vicente) llega a España el penúltimo libro de la serie, una intriga en la isla griega en 1941, poco después de la ocupación alemana, un libro que muestra lo mejor de Pastor, su apuesta literaria, su interés por el detalle y la introspección. No es una novela sencilla, pero es una gozada.
Si quieren saber más sobre algunos de los acontecimientos históricos de la época y su relación con Cataluña, sí, con Cataluña, lean este gran artículo de Jacinto Antón.
El encargo es sencillo pero molesta a Bora, que está establecido en Moscú, poco antes de la retirada alemana para la posterior invasión. Le gusta la capital soviética, le gusta su papel a medio camino entre la diplomacia y el espionaje, que es a lo que se dedica en la Abwehr, la unidad de inteligencia del Ejército alemán. El pacto germano soviético está a punto de saltar por los aires y Bora no entiende por qué tiene que ir a Creta en busca de un vino para que Alemania agasaje al temible gerifalte soviético Beria en vez de prepararse para avanzar por la estepa con su unidad de caballería. Porque, ante todo, Bora es un militar prusiano, educado por un militar prusiano en los rígidos valores del honor y el servicio.
Nada más llegar a Creta, bañada en sangre por la brutalidad nazi, Bora tiene que investigar un asesinato de un académico suizo y todo su servicio para evitar que a Alemania se le acuse de crímenes de guerra. Sí, esta paradoja en la que Bora se mueve siempre. Recuerdo Cielo de plomo (también publicada por Alianza) en la que nuestro capitán investigaba unos burdos asesinatos a escasas horas en coche de Birkenau.
Bora no es un nazi, es un servidor de su patria. No es lo mismo y de manera trágica y eficaz, Pastor nos lo demuestra continuamente. En una prosa que altera recuerdos de la infancia del capitán con páginas de su diario, se recogen reflexiones entusiastas sobre el espacio vital y el orgullo de Alemania mezcladas con preocupaciones humanistas que descartan cualquier pasión nazi. Un lío del que sólo puede salir vivo, que no indemne, un personaje tan bien creado como Martin Bora.
Bora es ordenado hasta el extremo, tiene cierta aversión al contacto físico y alguna pulsión sexual muy marcada, una gran tendencia a la introspección, algo raro en un militar de la época, y es un gran lector. Su visión, plagada de sabiduría y de referencias, es la de un hombre culto.
En su enfrentamiento con su amigo de la infancia, que dirige la división de paracaidistas acusada de la masacre, Bora se define por contraposición: no es un SS, no es un alborotador, no ha quemado sinagogas ni libros, su sentido del honor está desfasado, no es de la clase de los que están construyendo la nueva Alemania. Y, sin embargo, los sirve con orgullo.
En esta ocasión, el caso se complica hasta extremos, en un viaje del protagonista por Creta, acompañado del espíritu de Ulises, de un maloliente policía griego y de una masculina y atractiva liberal estadounidense casada con un revolucionario de la zona. ¿Quién ha matado al suizo? ¿Quién era este oscuro académico? Las respuestas van más allá de un simple crimen y tienen implicaciones geopolíticas. Las pesquisas se mezclan con los sinsabores de un Bora que no encuentra su camino, que nunca está satisfecho consigo mismo.
No esperen maniqueísmos, ni una prosa fácil. Pero si quieren leer estos días una novela negra con referencias, proyecto literario e intención recurran a Ben Pastor y conozcan uno de los peores momentos de la historia de la humanidad a través de la visión de Martin Bora.
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