'Aguacero': western negro sobre la miseria moral del franquismo

Por: | 31 de mayo de 2016

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Luis Roso | Foto: Asís G. Ayerbe.


Es complicado escribir sobre quienes investigan crímenes subidos a lomos del poder omnipresente de las dictaduras del siglo XX. Por eso quizás aquí hemos hablado de Bernie Gunther y Martin Bora con pasión y en breve lo haremos de Arturo Andrade, el personaje creado con tan buen pulso por Ignacio del Valle.

En este contexto, hoy traigo a un policía novato en el ámbito literario español pero digno merecedor de un sitio junto a estos antihéroes de la novela negra. Con Aguacero (Ediciones B) Luis Roso nos presenta a Ernesto Trevejo, un inspector de la Brigada de Investigación Criminal franquista que tendrá que enfrentarse a un siniestro caso en un pueblo de la sierra de Madrid.

Una historia con una atmósfera cargada, dura, protagonizada por un personaje que puede ser rastrero y ruin, pero también inteligente y complejo. Una obra situada en los años cincuenta del siglo XX en España, una década oscura y asfixiante. Una novela con diálogos potentes, ironía y una buena estructura. Un libro escrito por un autor de 25 años que esperemos nos dé más alegrías. Pasen y lean.

Madrid, enero de 1955. Dos guardias civiles, Víctor Chaparro Lorenzo y Ramón Belagua Silva (referencias evidentes a los protagonistas de la serie de Lorenzo Silva) son hallados brutalmente asesinados. Inmediatamente se detiene a los sospechosos habituales y se arrancan confesiones, pero entonces otras dos personas mueren y todo se complica. La dictadura no puede echar la culpa a los de siempre y tiene que investigar crímenes que niega se puedan cometer en una España pura. Ahí entra en juego Ernesto Trevejo, del que ahora hablaremos, pero antes lo han hecho dos elementos que van a marcar definitivamente el relato. El primero, la lluvia, siempre la lluvia, con su impenitente caída. El segundo, un pueblo en el que Trevejo es un forastero, un lugar cerrado, lleno de odios y envidias y heridas sin curar y gentuza y alguna buena persona. Un pueblo en un ambiente de western crepuscular.

Creado el contexto, llegan los protagonistas. Trevejo es joven (34 años) y no es precisamente un cruzado. Tampoco es franquista por convicción sino porque es lo que toca y le permite vivir con comodidad. La presentación del personaje en casa de una chica con la que duerme de vez en cuando en Madrid lo refleja muy bien. Es un Humphrey Bogart sin el fondo bueno; un Martin Bora sin caballerosidad. Y por eso mismo es interesante y da lo mejor de sí en unos diálogos claves para el desarrollo de la novela porque a través de ellos se ve la crueldad y lo ruin de ciertos estamentos de la España franquista y la miseria moral y material en la que estaba sumida el país. Pero poco a poco el personaje va evolucionando, quiere resolver el caso, la verdad tira de su jeta de hormigón y se crea un conflicto interno.

Junto a él está Aparecido, su ayudante, un tipo con el que Roso crea una pareja de tintes cervantinos y que funciona. La historia de amor de Trevejo con una enigmática mujer del pueblo completa una trama que da varios buenos giros en los que se mezclan los odios cainitas con las envidias propias de un lugar pequeño y marcado por la guerra y oscuros intereses en la construcción de un pantano.

El autor dice que eligió la década de los cincuenta porque “los años cuarenta resultaban demasiado sórdidos” y en cambio esta época “es la del verdadero cambio, en la que se atisbaba la salida del agujero. Una década de claroscuros, en definitiva, la más conveniente  para ambientar una obra que, como esta, aspirara a la vez a ser oscura y luminosa”.  En esta cuidada elección de los detalles destaca la descripción de la vida de la Guardia Civil, acuartelada en medio del pueblo, una represora rodeada de víctimas y a la vez cutre y sin medios.

El libro termina en un Madrid sin rastro de lluvia pero yo todavía me siento empapado por el aguacero, con mi mente en aquel oscuro pueblo, deseando volver a toparme con una buena historia del policía Trevejo.

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