David Llorente (Madrid, 1973) confiere una nueva dimensión a la palabra compromiso. Con su teatro, con sus novelas, con cada línea de esta entrevista, con cada palabra dicha o callada, el autor de El bufón se expone, se descubre, se deja la piel. Afincado en Praga, lejos de su Carabanchel natal, Llorente nos responde en la distancia, con la pausa que permite el correo. Tras la tremenda acogida de Te quiero porque me das de comer (Alrevés), ahora publica Madrid: frontera (Alrevés), una distopía desasosegante, una patada en los bajos, un grito de denuncia de la miseria que corroe nuestra sociedad actual.
Influido por un amplio grupo de escritores que van de Camilo José Cela o Ismail Karadé a Imre Kertez, Kenzaburo Oé o Sandor Marai pasando por Herta Müller, Wislawa Szymborska, Foster Wallace o Cormac McCarthy y poseedor de una voz narrativa muy poderosa hecha a base de "muchos años de escribir y escribir, de leer y leer" el joven que creció al lado del supermercado de la droga La Jauja avisa: "Nunca hay que olvidar una cosa importante: si el lector sufre leyendo una novela dura, mucho más (infinitamente más) sufrió el escritor. Si el lector siente ganas de vomitar, el escritor ya se vació las tripas por la boca". Ya ven, lo que sigue no es una entrevista apta para los que no quieran pensar.
¿Fue el niño que se apartaba de los demás en el colegio para leer? ¿El David de Te quiero porque me das de comer es un poco David Llorente, escapando de la miseria moral y material gracias a la literatura?
Yo en el colegio fui muchos niños. A veces me juntaba con los marginados y los desamparados, aquellos a los que los otros chicos, cuando se aburrían y no sabían muy bien qué hacer, les daban de hostias. También me junté con los matones y los hijos de puta y (con ellos) me dedicaba a robar bollos en la panadería, a beber cerveza en las tapias del cementerio y a hacer un poco el mal para subir peldaños en la jerarquía escolar y barrial. Todo aquello no era más que una manera de matar el tiempo y de sacudirme el aburrimiento como un perro se sacude el agua cuando sale de un río. David era más David cuando los mandaba a todos a tomar por culo y cogía un libro. Ya se podía acabar el mundo. Todas las frases de todos los libros acababan formando una sola frase que (al mismo tiempo) acabó formando mi personalidad: Dejadme en paz.
El David de Te quiero porque me das de comer soy yo, sí. La metáfora (en el texto) está muy clara: el personaje atraviesa un caos de personas que chillan y que lloran después de que un par de desgraciados atracaran el bar, sale a la calle y se compra un billete de avión con el dinero que ha ganado de un premio literario (entonces los premios literarios daban dinero). Va en busca de un lugar en el que no le conozca nadie. No es casualidad que alguien nazca con una tendencia incontenible a la literatura. En un mundo que apesta desde que amanece hasta que vuelve a amanecer, el libro es la única puerta de salida y la única rendija por donde se cuela el aire.
¿Fue ese Carabanchel o un lugar parecido el escenario de tus batallas adolescentes?
Hay quien decía que Carabanchel era un barrio tranquilo. La gente solamente ve lo que quiere ver y a lo mejor hasta tiene razón.
En las peleas de mi barrio de Carabanchel no me despellejé los nudillos, pero aprendí a esquivar los golpes. Vivía al lado de la Jauja, que era el gran supermercado de la droga. Los yonquis caminaban hasta allí en una especie de peregrinación mística, compraban su dosis, se la chutaban y al cabo de unos pocos días ya necesitaban otra. Se quedaban en el barrio (¿adónde iban a ir, si la droga la tenían a doscientos metros?) y se dedicaban a robar. Un yonqui es como uno de los personajes animalizados del teatro de Valle-Inclán: solamente tiene una idea, solamente hay una cosa que le ocupa el cerebro: conseguir dinero para comprar heroína. Venderían a su madre por una pepelina. Imagina qué no harían contigo (si tuvieran fuerza para hacerlo).
Ímpetu
Dice en su perfil que “al escritor le fue encomendada la misión de levantar la alfombra y destapar la podredumbre”. En Te quiero porque me das de comer ya lo hacías, pero con Madrid: frontera das un paso radical hacia la crítica ¿Nos faltan escritores con ese ímpetu?
¿Y cuál es el ímpetu (entonces) que debe mover al escritor? ¿La fama? ¿El dinero? ¿Un premio? ¿Una palmada en la espalda? ¿Un micrófono en una conferencia? ¿Una entrevista en EL PAÍS? El escritor que se mueve por cualquiera de estas cosas ni es un escritor ni es nada que merezca la pena. El escritor, cuando alce la voz, debe levantar remolinos de polvo. Al escritor, al final de su carrera, le han tenido que partir los piños más de una vez. Quizás haya demasiadas dentaduras perfectas en la novela española actual.
Dice también: “No escribiré una sola frase que no sea susceptible de tatuármela en la piel” ¿Seguro?
Claro, hombre. Escribo lo que pienso y escribo de lo que me duele. También desde la sinceridad y desde el compromiso. Por supuesto, escribí de joven muchas cosas con las que hoy no estoy de acuerdo. Sin embargo, las dije convencido. De modo que si me las hubiera tatuado en la piel, las dejaría donde están.
Con Kira (1998), su primera novela, se llevó el Francisco Umbral y con El bufón (2000) el Ramón J. Sender. ¿Qué pasó luego entre esas obras y esos reconocimientos y Te quiero porque me das de comer, con la que llega el Silverio Cañada? Muchos años algo apartado del mundo literario. ¿Por qué?
Después de El bufón, escribí Ofrezco morir en Praga, luego De la mano del hermano muerto y después Te quiero porque me das de comer. Es cierto que entre El bufón y Ofrezco morir en Praga pasaron ocho años. ¿Qué pasó en ese tiempo? Una depresión. Quien la haya padecido sabe de qué estoy hablando. Apenas escribía nada de calidad. No estaba para esas cosas. Me conformaba con no saltar por la ventana.
Vives en Praga, ciudad que se homenajea en Ofrezco morir en Praga, y ha estado muy volcado en el teatro. ¿Eres un hombre de teatro antes que de novela? ¿Cómo se influyen y cómo se perjudican, si se da el caso, esos dos aspectos de tu escritura?
Realmente no homenajeo nada en Ofrezco morir en Praga. La novela lleva este título porque la depresión me dio de lleno en Praga y pensé que ahí se acababa mi vida. Es un libro que intenta penetrar en las entrañas negras de esa enfermedad.
Yo soy un hombre de novela y un hombre de teatro. Mi cabeza (por ahora) me da para tener dos ideas diferentes. La novela no influye en el teatro. Si lo hiciera, sería una influencia nefasta. El texto teatral solamente debe producirse cuando es inevitable, cuando el actor no da abasto para comunicarse con los movimientos y los gestos. Entonces hace uso de la palabra, del tono, del ritmo, de la pronunciación. De la novela desprecio la descripción y el adjetivo. La cháchara y el blablablá. Para secar el lenguaje de la novela (quizás) sí me ha ayudado el teatro. He leído extensos capítulos de novelas que podían resumirse en una escueta acotación teatral.
Los psicópatas y la imaginación
Con Te quiero porque me das de comer se mete en la novela negra, y con asesino en serie incluido. Es una novela muy particular, con mucha carga social, con un tono muy especial, pero novela negra al fin y al cabo. ¿Cómo llegó al género?
Quería hablar de mi viejo barrio de Carabanchel, de lo que sucedía allí entre 1993 y 2003. Hablé del auge de la heroína y de sus consecuencias destructivas en la gente y en la vida de la comunidad. Mientras la escribía, me fui dando cuenta de que necesitaba la técnica literaria de la novela negra. Comprendí que era el mejor vehículo narrativo para llevar la historia al punto al que la quería llevar.
¿De dónde surge ese deseo de romper con lo establecido en el género? ¿Cómo conjuga eso con la inclusión en la novela de un tipo como Max Luminaria?
La verdad es que yo no deseo romper nada. Sí es cierto, sin embargo, que me preocupo muchísimo por el lenguaje de la novela y por la estructura narrativa. Una historia la puede inventar cualquiera. Es irrelevante que un escritor tenga mucha o poca imaginación. Lo verdaderamente importante es el uso del lenguaje que hace el escritor y su habilidad para encontrar la técnica literaria/la estructura narrativa apropiada para esa novela en concreto. Te quiero porque me das de comer tiene cientos de personajes y cientos de historias y un marco común, que es el barrio de Carabanchel. A esto se une la idea de que todo lo que sucede en el barrio, sucede al mismo tiempo. Necesitaba, pues, una técnica narrativa que me permitiera crear la sensación de la simultaneidad.
Max Luminaria es un psicópata, un asesino en serie. Lógicamente, para poner en pie un personaje así, tuve que leer/documentarme mucho acerca de este tipo de personas. Me llamó la atención su doble vida: el asesino despiadado y el padre de familia ejemplar. La persona de la que nunca sospecharía la policía. El modelo a seguir por todos los vecinos del barrio.
El futuro próximo y el horror diario
¿Se puso algún límite a la hora de relatar sus atrocidades? ¿Qué piensa de la violencia explícita en la novela?
Si escribes una novela con límites…, mejor dedícate a otra cosa.
Es (una vez más) una cuestión lingüística. No hay atrocidades ni violencia explícita. Lo que hay (en realidad) es un lenguaje preciso/exacto. De manera que si lo que cuentas es cruel y el lenguaje es preciso, el lenguaje parece cruel. Si lo que cuentas es hermoso y el lenguaje es preciso, el lenguaje parece poético. Si lo que cuentas es chistoso y el lenguaje es preciso, el lenguaje parece cómico.
Por otra parte, no hay que tenerle miedo a las palabras. Las palabras significan lo que significan, describen el mundo y forman nuestro pensamiento. La gente se lleva las manos a la cabeza con demasiada facilidad. En Te quiero porque me das de comer me inventé muchas cosas y otras cosas las tomé de la realidad. Y precisamente todas esas escenas violentas están tomadas de lo que vi, de lo que me pasó o de lo que me contaron.
¿Cuánto te ha costado y cómo has creado esa voz de pesadilla cotidiana que se puede tocar con las manos que tanto sorprende e inquieta en tus dos últimas novelas?
Me ha costado mucho, años de escribir y escribir y de leer y leer. La clave (creo yo) está más en lo que rompes que en lo que salvas. Madrid:frontera es una novela de 260 páginas y llegué a tener escritas (para contar la misma historia) alrededor de mil. Fui quitando todo lo que no era necesario y me quedé con lo mínimo imprescindible para contar la historia. No hay descripciones. No hay distractores. No hay elipsis ni transiciones. Cada frase de M:F piensa que es imprescindible y que sin ella no habría novela. Están motivadas.
En Madrid: frontera vas a un escenario distópico y terrible, pero que juega con esas temibles estructuras del futuro próximo. ¿No era suficiente con Carabanchel?
Te quiero porque me das de comer hablaba del pasado y no era una novela social. Madrid: frontera es una novela social y habla del presente y de aquello en lo que puede desembocar el presente. Distópico (como muy bien dices) solamente es el marco.
Yo diría que es una novela social antes que cualquier otra cosa. Desahuciados, policía todopoderosa y cruel, mentiras sistemáticas, desaparición de la clase media que se cambia por una inmensa capa de desposeídos y por unos cuantos privilegiados ¿Querías construir una metáfora de nuestro tiempo?
¿Metáfora? No creo que los desahuciados, la mujer a la que le arrancaron el ojo de un pelotazo de goma, los suicidios, los que viven debajo de cartones, la ley mordaza, el desmantelamiento de los estudios/asignaturas de humanidades, los centros de internamiento de inmigrantes, el paro, los licenciados y los doctores que se van del país, sean una metáfora. Yo creo que es algo bastante real.
A pesar de que me parece que al final la distopía te sirve para poner de relevancia los temas jodidos de la actualidad y levantar la voz, no puedo evitar ver las referencias a Nosotros, a Farenheit, a Blade Runner y, especialmente, a 1984. El ambiente de Madrid: frontera, es como el previo a lo que se ve luego en 1984 . ¿Cuánto te influyó la narrativa distópica?
Mi manera de entender las influencias es un poco diferente. La narrativa distópica no ofrece temas, sino una técnica literaria muy concreta. En la narrativa distópica hay un vacío de información. El mundo ha cambiado a peor y no sabemos muy bien qué ha pasado para llegar a esa situación. Debemos reconstruirlo en nuestra cabeza. Eso es lo inquietante.
El caso de Madrid:frontera es un poco diferente. Elegí varios elementos de nuestra realidad cotidiana, me puse a contarlos de la manera más fiel posible y resultaba tan terrible que daba la sensación de ser una distopía. Pero no es una distopía. Es la realidad. Es una novela social. No hay ciencia-ficción. La realidad ha alcanzado a la literatura. Vivimos en la distopía.
¿Cómo es tu trabajo de escritor, rutinas diarias, manías?
Pues no sé. A ver. Escribo a mano, con bolígrafo azul o negro, en un cuaderno pequeño y cuadriculado. No aguanto el silencio absoluto cuando escribo, de modo que generalmente no escribo en casa, sino en alguna cafetería, en cualquier lugar de Praga. Tampoco (cuando escribo) me drogo ni bebo alcohol. Antes fumaba mucho, pero lo dejé. Escribo todos los días. Muchas noches rompo todo lo que he escrito durante el día. Dejo que las historias vayan fluyendo y los personajes vayan naciendo y muriendo. La novela (cuando ya sé qué estoy escribiendo y hacia dónde voy) me absorbe completamente. No pienso en otra cosa. La escribo también mientras paseo. Y mientras duermo: ¡cuántas veces me he despertado con la solución del capítulo!
Hay 4 Comentarios
Digamos que la depresión no lleva consigo la escasez de fuerzas. De hecho, durante una depresión es común padecer brotes eufóricos. El desmayo y la flojera muscular se asocian más a la ansiedad y al estrés que, por supuesto, derivan de la depresión.
Pero quién sabe. Al hilo de la depresión he oído, de boca de los enfermos, una cosa y la contraria. Quizás haya tantas depresiones como seres humanos.
Publicado por: David Llorente | 03/06/2016 15:26:06
Cuando tienes una depresión no tienes fuerzas ni para trepar a la ventana,el peligro es cuando estas algo mejor,porque ya si tienes fuerzas.Quien lo padeció lo sabe.
Publicado por: bashevis | 13/05/2016 13:00:02
Interesantísima entrevista. Genial aquello de que la realidad actual es ya una distopía. Me hizo recordar lo que dicen que dijo Lennon: algo así como que la vida es todo lo que te pasa mientras haces planes sobre ella. Lo mismo sucede con el mundo: solemos soñarlo e imaginarlo, olvidando muchas veces que está bajo nuestro cuerpo las 24 horas del día. Solo un detalle idiomático: 'susceptible (de)' significa "capaz de recibir la acción o el efecto que se expresan a continuación". Por ejemplo: "Un plan susceptible DE modificación." De modo que, aunque la frase “No escribiré una sola frase que no sea susceptible de tatuármela en la piel” suena muy bien, en realidad, cualquier palabra o frase, tonta o no, es susceptible de ser tatuada. De hecho, es lo que cada vez se ve más a diario por las calles de este planeta distópico (por definición, acaso). La pregunta sería (y aún no he dado con la respuesta), ¿qué adjetivo correspondería en su lugar? Saludos desde los arrabales de Colonia.
https://hjorgev.wordpress.com/2016/04/11/modigliani-hombre-sentado/
Publicado por: HjorgeV | 11/05/2016 11:20:25
Este hombre todavía no ha ganado el premio Nobel ni el Cervantes, como Vargas-Llosa, que dice que el mundo es fantástico y que el progreso es un hecho ¿se lo darán cuando cambie su discurso? Me temo que es posible, pero es él quien lleva razón y no Mario
http://autonomiaybienvivir.blogspot.com.es/2014/12/las-tendencias-de-progreso-del-pasado.html
Publicado por: Jesús Nácher | 11/05/2016 8:54:33