Roche ha venido para quedarse. Yo no lo sabía, pero parece que él lo tuvo claro desde el principio. Se puede decir ya, alto y claro, que es mi segundo perro. Es negro, muy negro, parece de tamaño mediano, aunque como todavía es un cachorro (de unos 10 meses, según el veterinario) y, además, de raza mileches -un poco de aquí y otro de allá-, no sabemos cuánto crecerá. Un auténtico perro sorpresa. De carácter, torbellino. Con energía en modo on 20 horas al día, con ese rabo suyo en constante movimiento, tanto, que a veces me asombra cómo sigue entero al final del día. Increíble. Se puede decir también que ante todo es un perro feliz. De esos inmunes a las broncas. Te mira tras uno de tus bufidos, “¡Roche, eso nooo!”, se sienta de una manera muy rara, con las dos patas traseras mirando a un lado y el cuerpo a otro, y vuelve a dar rienda suelta al rabo. A veces me parece que hasta sonríe, el tío. Lo cierto es que tiene algo por lo que reír, porque goza del extraño privilegio de ser uno de los 137.000 perros y gatos recogidos cada año, según las últimas cifras, de 2015, que ha publicado la Fundación Affinity, y, milagros de la vida, de los pocos que, un mes después, ya ha encontrado un hogar. De todos estos perros (104.501) y gatos (33.330) hallados, la mayoría encontrados en la calle, uno de cada cinco se han perdido y son devueltos a sus dueños. Un sencillo cálculo rebaja entonces a 80.000 perros los realmente abandonados.