Lo fácil al hablar de Pons, Esteban González Pons, el portavoz oficial del PP, es quedarse con su caricatura, con el personaje y olvidar a la persona, como nos alertaba hace ya bastantes años el entonces presidente madrileño Joaquín Leguina con respecto a su eterno rival político, Alberto Ruiz-Gallardón, durante una comida en la que todos nos encontramos inesperadamente en el Lur Maitea. Sí, uno de esos restaurantes de Madrid petados de grupitos de periodistas y políticos haciendo lo que técnicamente se conoce en el argot como mamonear, es decir intercambiar pareceres e informaciones normalmente de cuestiones internas y negativas de compañeros del mismo partido. Por cierto, Ruiz-Gallardón entonces también tenía un puntito de la actual insolencia de Pons.
Vuelvo a Pons y a su desproporcionada deconstrucción de la oratoria política. Vuelvo a intentar soslayar su tendencia a la verborrea, su brillante locuacidad, su propensión al exceso dialéctico, su dominio a veces descontrolado de la tuitdeclaración, su facebookadolescencia, su innata habilidad para el corte y confección del total de 20 segundos condenado a sucumbir en las radios y televisiones bien trufado de improperios, diatribas y gracietas más o menos afortunadas. Pero Pons no es como parece. Tiene detrás más cosas. Entre otras 236 páginas escritas bajo el revelador título de Camisa Blanca, su uniforme de campaña para sus apariciones más estelares, los fines de semana, cuando le dejan bola sus jefes en el PP e incluso el titular de los sábados y domingos, Javier Arenas.
Pons está estos días de nuevo de actualidad por varias razones. Por su libro. Y porque volvió a liarla el domingo al calificar de estúpidos a los posibles votantes reincidentes del PSOE, aunque luego se disculpó en su Twitter. Hay que recordar que al PSOE, en el peor de los escenarios posibles, le votarán el 20-N muchos millones de españoles. A lo peor para él más de los que Pons y su partido querrían.
No ha sido la primera metedura de pata agria de Pons. Lo ha hecho en más ocasiones: primero increpar y luego rectificar. Hace poco llamó mentiroso al candidato del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, con mucha virulencia, pero luego se negó a reconsiderar sinceramente su ataque. Le tiene ganas Pons a Rubalcaba. Le gustan mucho esos duelos con los grandes rivales, como ya demostró en su día con María Teresa Fernández de la Vega. Se crece. Cree que le da puntos.
El problema es cuando no se frena. Y no solo con políticos que piensan diferente a él. En un debate televisivo reciente llegó a menospreciar a un veterano y contrastado periodista porque había sido autor en su día de una biografía política del actual presidente del Gobierno, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. ¡Pues vaya delito!
Pons no es así, o al menos no lo era cuando los periodistas le conocimos en el Senado como uno de los primeros políticos en bucear por las redes sociales con comodidad y fruición. Era majo, accesible, agradable, moderado como le gusta a él mismo definirse, y tenía incluso una vida particular nada convencional para un dirigente de derechas. Está casado en segundas nupcias y tiene seis hijos a su cargo de tres administraciones familiares diferentes. El portavoz oficial del partido con más opciones de gobernar España tras el 20-N está jugando su papel, su rol, la única función que le han dejado por ahora en el PP.
En el equipo de Rajoy hay demasiados galácticos titulares, y poco espacio para manejar el balón. Le han reservado al diputado valenciano el trabajo más sucio, como ya hizo igual Rafael Hernando cuando el PP de José María Aznar llegó a La Moncloa en 1996. Hernando desapareció luego de escena achicharrado. Pons lo sabe, se acuerda. Es consciente de lo que le va a suceder tras el 20-N. Dice que lo tiene asumido, aunque esas cosas nunca se digieren con gusto. Se descarta como ministrable, aunque tiene sus ambiciones. Pero su destino real es por ahora una pena, otra pena. Porque este tipo de defunciones precipitadas no solo se producen en el PP, también ocurren y han ocurrido en el PSOE.
Pons presenta esta tarde, a sus 47 años y en el Círculo de Lectores de Madrid, su primer libro de memorias. No estará Rita Barberá, el referente local y valenciano por el que se metió en política, ni tampoco su ex amigo Francisco Camps, compañero de facultad. Irá arropado por Manuel Pizarro, al que Rajoy también achicharró como su jugada sorpresa en las elecciones de 2008. Pons confiesa en su libro que habría querido titularlo Casi al desnudo pero le gustó más al final el juego que le daba "la camisa blanca de la esperanza" de la canción de Víctor Manuel y Ana Belén. Yo le radiografío aquí con Libertad sin ira, como los trovadores de Jarcha.