Ni quiere ni puede resistirse. Cuando José María Aznar acude a un acto, en este caso del PP, pero podría ser de cualquier otro signo, quiere que se note. Que se aprecie que ha llegado. Suele entrar tarde, para que la música atruene y el auditorio le aclame como él cree que se merece, y luego despliega toda una ristra de comportamientos tan suyos que han preestablecido todo un código en el partido que gobernó con mano de hierro durante tantos años. El código Aznar. Es la manera de subir a escena, con un punto de estrella del rock, de saludar displicente y rápido a los hombres, de besar sin olvidos a las señoras, de apretar más o menos la mano de Mariano Rajoy según se haya portado últimamente, de observar los vídeos autopublicitarios, de enfatizar y solemnizar frases hechas y dejar sus señales. Externas y sobre todo para consumo interno.
Algunos, muchos en realidad, le tenían un pavor especial al código Aznar, como confiesa Esperanza Aguirre al relatar el temblor que le invadía las pocas veces que tuvo el detalle de recibirla en privado. Otros, ministros de sus Gobiernos o dirigentes del aparato de Génova, no podían ocultar su desconcierto y hasta estupor cuando le aguardaban en cualquier evento y constataban al fin a su llegada que apenas les tenía en cuenta. Ya es leyenda en el PP la famosa frase a un compañero del hoy presidente de las Cortes, Jesús Posada, cuando le premió como ministro al final de su mandato y pasó casi delante de él por los pasillos del Congreso: "¿Tú crees que él sabe que existimos?". Lo sabe, claro que lo sabe. Tiene una reconocida memoria rencorosa.
Aznar entró esta mañana de nuevo en un congreso del PP en Sevilla como un virrey. Fue en este mismo foro donde Manuel Fraga le encumbró hace ahora justo 22 años en aquel cónclave de la refundación que pasó a la historia como el de su teatral carta de dimisión y el titular de "ni tutelas ni tutías". Y aunque algunos pudieran pensar que en su discurso se contuvo no se permitió el lujo de dejar de sembrar en el auditorio algunas de sus perlas.
Son las advertencias de Aznar. Son conocidas. Son inmutables. No permiten concesiones. Son implacables. Desde luego con el PSOE y con José Luis Rodríguez Zapatero, al que no perdona que le derrotara por vía indirecta en las elecciones de 2004, y al que despachó como el presidente del "peor Gobierno de nuestra democracia", olvidando los duelos a muerte que mantuvo con Felipe González. Pero su ejercicio de memoria se dirigió fundamentalmente a Rajoy, para que no olvide el mandato que le han dado millones de votantes y la exigencia que tiene contraída con España. Una obligación patriótica en el sentido Aznar, en su código.
Aznar le vino a decir: Mariano tienes que hacer lo que debes hacer y cuanto antes mejor. Condiciones que se pueden resumir en dos puntos: ejecuta ya sin demoras ni retrasos las reformas económicas que España necesita para volver a la senda magnífica en la que yo la dejé; y no te dejes convencer por nadie, ni dentro ni fuera del partido, de que para lograr el fin de ETA solo hay la vía que yo seguí del cumplimiento estricto y sin matices de la ley, de toda la ley. Del primer consejo Rajoy parece haber tomado buena nota y ya se aplica en ello con el BOE y el Consejo de Ministros. El segundo lo está ejecutando a su manera, según el código Rajoy de la discreción, un poco a la gallega y otro mucho a la vasca.