Ojo con revólveres, cuchillos o tijeras en escena: el guionista, dramaturgo o director que eche mano de ellos puede quitar verosimilitud a la trama o hacer desvanecer el peso dramático que tan complejo pero fascinante resulta recrear con palabras, gestos y emoción muda, sin aspavientos.
Algunas de estas reservas a usar armas en sus películas las comentaba hace tiempo un director de cine intimista y social. Como contrapartida, pienso en el subidón violento de voltaje al que dos personas pueden llegar sin más herramientas que las palabras.
Imagen de la preciosa serie 'Deep Black and White', de Benoit Courti, vía Behance.net y Combustus Magazine.
El amor, el desamor, la vida y sus tragedias no se hacen de utilería. Y en sus representaciones artísticas, cuando la utilería entra en escena, existe el riesgo de que la cosa sepa al público con un cierto regusto artificial. Como cuando uno, como espectador de teatro, incluso metido en la obra, ve al actor zarandeando una maleta vacía y se da cuenta de que no le pesa nada (¡vaya pecado!) o como nos sucedía con aquellos ampulosos besos alla Rodolfo Valentino, sin el menor rastro de erotismo.
Las mil y una divergencias, entre el deseo inextinguible, en El último tango en París, de Bernardo Bertolucci.
Dejo de lado, a conciencia, las pelis de acción y cierto cine de género que no podría pensarse sin artefactos. Hablo, más bien, de las historias románticas, psicologistas y sociales que se nos cuentan en las tablas y en las pantallas. Tampoco viene a cuento la cuchilla de barbero de Marlon Brando en El último tango en París, porque aludirla descontextualizaría la cosa armamentística (aunque los reproches y los malentendidos de esa película cortan más que la hoja de afeitar). Por lo demás, dejar un objeto punzante en manos de Lars Von Trier es un riesgo pero, seamos sinceros, esa violencia de pareja llevada al paroxismo en Anticristo sería la misma con o sin filo cerca.
Antichristo, de Lars Von Trier, o la violencia en la pareja llevada al paroxismo.
Lo cierto es que, aunque seamos peliculeros e intentemos mantener la pulsión vital constante y en alza, nuestra existencia cotidiana suele estar hecha de muchísimos e insignificantes anticlímax y otras tantas pérdidas de tono muscular, romántico y/o intelectual… la vida es "un plano secuencia hasta el final”, como dijo Jean-Luc Godard (si es que no lo he citado en vano durante toda mi ídem).
Por eso, creo que la representación de un buen miserable diálogo de pareja o un meditado anticlímax literario o cinematográfico, a la vez que la capacidad de desatar emociones verdaderas, tienen mucho mérito artístico. Sin duda, más mérito que el dejar al espectador sin aliento a golpe de efecto, con cualquier pirueta pirotécnica o con uno de esos golpes bajos tan en boga entre creadores perezosos.
En el hueso de la cuestión de la pareja (o de sus diálogos, esos bien chungos), están los mezquinos intercambios verbales que mencionábamos o el simple deslizamieno de un significado. Me explico: hablo de ese momento en que es evidente que una palabra que fue amable muta de sentido por la tácita falta de sintonía entre quienes la pronuncian. Es cuando un simple y mil veces repetido “mi amor” se transforma en un “mi amorrr”, con las erres bien profundas de ira, o un melifluo “cariño” se vuelve engaño, un sonido retardante de la acción como para salir del paso.
Algo de eso hay en el episodio definitivo de la potente pieza Cosas que hoy decíamos de Neil LaBute, dirigida por Julio Manrique, con producción de la Sala Beckett y Grec 2010 Festival de Barcelona, y que tuvimos oportunidad de ver en La Abadía de Madrid, la semana pasada. La obra, protagonizada por Cristina Genebat (también responsable de la traducción) y Andrew Tarbet (entre otros), nos pone cara a cara con la perturbadora agonía de tres parejas y sus palabras finales. Nos ofrece testimonio de la amarga y grotesca extremaunción de un amor, de cada amor, de los amores.
La obra 'Cosas que hoy decíamos', de Neil LaBute, dirigida por Julio Manrique, con Cristina Genebat.
Pero la agresividad verbal en la pareja no se reduce a sus palabras finales o a los reproches póstumos: a veces tiene la forma de una bromita cotidiana a la que nos hemos acostumbrado y sin embargo nos va horadando el alma. Uno de esos vívidos testimonios de lo expresivas y creativas que pueden ser las locuras individuales y familiares puede disfrutarse (claro, porque uno está fuera) en la entrañable Take this waltz, de Sarah Polley. La canadiense narra una historia de amor de esas que contagian sensualidad (la de la esposa con el vecino), pero lo principal es que alerta (aunque deja en la trastienda) sobre la patología de un matrimonio joven que cree divertirse con jueguitos corporales y verbales cada día menos inocuos (para la salud psíquica).
Tráiler de Take this waltz, de Sarah Polley.
Con todo, y más allá de los (des)diálogos poblados de burlescos miamor, cariño, cielo y mivida/s, lo importante es -a tono con los tiempos- depurar activos (o pasivos) tóxicos y seguir deseando con fe verdadera larga vida al amor en cualquiera de sus intentos, a los saludables ensayos de pareja, al afecto sólido y a los repechajes. ¡Salud!
Hay 12 Comentarios
Muy buenooooo!!!!!!!!!!!!
Publicado por: Sex Shop | 19/10/2012 20:27:52
Muy buenooooo!!!!!!!!!!!!
Publicado por: Sex Shop | 01/07/2012 2:25:10
Creo que una imagen vale mas que mil palabras, pero, hay palabras que tocan en el alma y no solo esto sino que cambia todo el curso de un historia.
Publicado por: restaurantes algeciras | 23/05/2012 9:28:10
bueno hay que siempre tener cuidado a quien les dejaremos el arma, para no equivocarnos de mano.
Publicado por: restaurantes algeciras | 22/05/2012 12:14:48
no sé, no sé
Publicado por: Escardio Arcada | 16/05/2012 2:16:19
Otros diálogos de pareja:
http://www.youtube.com/watch?v=N4HHwgPG0JE&feature=BFa&list=PLEEEBEFF066399A69
Publicado por: snopes | 15/05/2012 22:44:29
http://recortesdeprensa001.blogspot.com.es/2012/05/jamas-encontro-camino-que-se-le.html
Publicado por: sergio gallarre | 15/05/2012 21:20:55
Me quedo con el párrafo final.
Publicado por: Kits Bicis eléctricas | 15/05/2012 18:26:35
A mí las conversaciones de pareja que más me gustan, son las sinceras, no digo que no pueda contener gritos, a mi particularmente no me gusta que me griten, pero si la otra persona sube un poco el tono de voz no creo que haya que asustarse, simplemente demuestra su carácter.
Publicado por: Juegos virtuales | 15/05/2012 17:57:49
-Resistí lo que pude... Hasta que salió Eva. Era la última. Con su cara angelical y aquellas ligas de puta. Empecé a temblar y ocurrió lo que no quería: Dios se convirtió en el diablo. Cuando me vi con ella en la habitación y me dijo que si quería darle con la correa... Supe que algo había cambiado. Me sentí preso de un torbellino que se apoderaba de mi cabeza, algo contra lo que presentaba todas mis fuerzas y me las devolvía para que se me nublara la razón... Y sentía escalofríos al darme cuenta de que lo único que deseaba era fornicar como un diablo al grito de ¡sí, sí, sí! ...Me lo come todo el vicio. Estoy echo un lío, no sé qué hacer... ¿Tú que opinas?
-Que debes visitar, y por este orden, a una puta, un confesor y un psiquiatra.
"El animal" Aristónico C.G. Ed. Entretenidas. Getaful 1997
Publicado por: Stímulax | 15/05/2012 12:08:42
No hay nada más violento (verbalmente) que una buena discusión de pareja, con un buen diálogo de fondo claro, no una discusión por gilipolleces (de esas taaan típicas).
http://plumadepandora.blogspot.com.es/
Publicado por: Dora | 15/05/2012 10:54:14
Que triste cuando llega el momento de los "diálogos chungos"... o es el preludio del final, o se eternizan, en una de esas relaciones tóxicas que son como una larga agonía...
Por cierto, no puedo resistirme a comentar la primera foto: que putada haber estropeado ese cuerpo femenino con una zarpa peluda en plan orangután...
Publicado por: Sheldon | 15/05/2012 9:20:54