"El amor es una cifra que contiene todas las demás". Esto afirma el director de cine Emir Kusturica. Y basta pronunciar la frase para que empiece a sonar de fondo, se diría, la música tradicional de su tierra, bien orquestada, que suele acompañar sus obras, que redondea esos paisajes, situaciones y personajes, tan balcánicos, tan peculiares...
"Los mejores diálogos y la mejor escenografía no bastan para hacer una gran película...", asegura. "Y sin duda también el amor se construye en las pausas místicas entre las palabras, entre los sueños", sigue. "El sentimiento aflora en todas las acciones que emprende el hombre, aunque jamás descubre el misterio ni encuentra la respuesta a la pregunta: '¿Cuál es el ingrediente más energético para la relación amorosa?'. Porque cuando los misterios se desvanecen, cuando el amor se esfuma, las personas se separan y solo piensan en cosas tangibles y a menudo feas".
El párrafo de arriba está incluído en el libro ¿Dónde estoy en esta historia?, de Kusturica, que acaba de editar Península. Y basta leerlo para quedar atrapado entre sus páginas, porque allí dentro se agazapa él mismo, el personaje, el monstruo del cine, el de Do you remember Dolly Bell? (foto arriba), el de Papá está en viaje de negocios, el de Underground, el de Tiempo de gitanos, el de Gato negro, gato blanco.... Entre sus palabras danzan él y los suyos, sus amigos o padres, su familia, su país y la guerra, la industria del cine y de la música y el amor y la muerte. Y ahí hemos encontrado hasta el relato de su debut en el sexo y sus alrededores.
Este libro es una suerte de relato sentimental, político y cinematográfico de una vida bien intensa, peculiar, osada, la suya, la de uno de los grandes directores de cine del siglo XX, monstruo de la escena (y hombre de música), un loco, un caprichoso, un vividor, un creador, dos veces ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes.
Cuenta Kusturica: "Cuando se trata de amor, hay un signo que no falla: el viento, al pasar entre las tejas de los míseros tejados, te trae una voz que dice 'te quiero'. Y es verdad que ella nos ama si lo oímos, aunque no nos lo haya dicho. Porque el amor nada tiene de real. Es como una cifra que contuviera en sí todas las demás cifras. Y como las cifras no existen realmente, la cifra enamorada tampoco existe. Sin embargo, ahí está. Creo que entre nosotros todo sucedió aquella noche silenciosa, en el bar del hotel, y que todo lo que siguió después estaba ya contenido en aquella primera noche...".
Provocador, como siempre, el suyo es un impresionante testimonio de una época y una cultura, de la infancia, la juventud, de vivencias, personajes reales, anécdotas, y de mucha ironía y humor, emoción, sátira y melancolía. Un relato redondo plagado de historias sentimentales, pero siempre políticas. En las páginas de este libro, Kusturica nos desvela su bautizo sexual. Que traemos aquí y sucedió tal como sigue o inventa o recuerda o quiere hacer creer que sucedió un día.
"Lo de arriba está abajo, y lo de abajo está arriba".
Yo estaba sentado en la tumba del Viejo, muy concentrado, porque esperaba a Nevenka. Reflexionaba sobre lo que un hombre y una mujer pueden contarse cuando estás solos". (...) De pronto apareció. La miré fijamente y de inmediato me di cuenta de que no era tan guapa como la imaginaba, aunque tampoco era fea. Tenía los pechos más grandes de lo que me habían parecido cuando le había robado el cruasán en el recreo. Cuando me preguntó cuántos años tenía, le respondí: 'Catorce'.
- 'Eres muy alto para la edad que tienes', me dijo sorprendida.
Me quedé en silencio. La chica volvió la mirada hacia la ciudad. Yo estaba cada vez más nervioso. 'Tienes los ojos muy bonitos', me dijo. La miraba fijamente, con la boca abierta, como Belin, el defensa del Dynamo Club, cuando Asim Ferhatovic regateó y entró en la portería del estadio Maksimir, en Zagreb, durante el partido que el Sarajevo ganó al Dynamo por tres a uno.
Me sentía incapaz de hablar. ¿Debía responderle con un piropo? Si decía: 'Tú también tienes los ojos muy bonitos' creería que estaba burlándome de ella.
La chica tenía la cara girada hacia la ciudad. Yo habría preferido estar en Groenlandia que en la Tumba del Viejo. La primera frase que dije por iniciativa propia sonó lamentable. Como tenía la garganta seca me animé a decir: ¡"Madre mía, que sed tengo, no sé lo que me pasa! Se giró hacia mí un segundo. "Es raro. Aquí no tenéis río, pero bebéis la mejor agua del mundo. Nosotros, en Banja-Luka, estamos cerca del Vrbas pero bebemos un agua asquerosa".
Nevenka se acercó a mí, me cogió la mano y clavó sus ojos en los míos. Vi en su mirada que era mucho más madrua que yo. Me aparté ligeramente fingiendo ser miope. "Te veo mejor cuando no estás tan cerca".
Seguía cogiéndome la mano y sonreía. Me pegué a la tumba y sentí un ligero alivio al contacto con la fría piedra. Nevenka volvió a acercarse y me besó en la comisura de los labios. Incliné la cabeza hacia abajo rápidamente, como si quisiera hacer el pino, y me apoyé en la piedra. Ella se río a carcajadas y me preguntó: "¿Estás loco? ¿Qué te ha dado?".
En esa posición contemplaba mi paisaje favorito, en el que todo estaba al revés. Sarajevo estaba en el cielo, y el cielo, en el lugar de Sarajevo. La noche estaba llena de estrellas, de modo que la imagen era todavía más bonita. Tanto lo de arriba como lo de abajo centelleaban. Me volvía ligero. Por primera vez ya no sentía mis músculos, lo que me proporcionaba una sensación de ligereza poco habitual. Repetía en voz alta, como los indios cuando bailan alrededor del fuego: "Lo de abajo está arriba, y lo de arriba está abajo". Ya no me preocupaba lo más mínimo entender la sabiduría judía. Me mantenía cabeza abajo y escuchaba a Nevenka. "¿Qué dices?, ¡Ven aquí!".
La ciudad se fundió totalmente en la profundidad estrellada del cielo, como los dos triángulos unidos en la estrella de David. Perdí la conciencia de las cosas. Ya nada me dolía. Sentí que la sangre se expandía por todo mi cuerpo, de arriba abajo y de abajo arriba. Tenía en las manos los pechos maduros de una mujer. Los pezones parecían mermelada en un bollo redondo. Miraba a derecha e izquierda, como si estuviera viendo un partido de ping-pong. Entonces Nevenka me cogió la mano y la deslizó hacia abajo. Mi sangre se precipitó hacia arriba. Miré hacia abajo y recordé a Armando Moreno y la canción Ventiquattromila baci.
Hay 3 Comentarios
Lo siento pero Kusturica me puede... no termino de entender su mensaje y por lo tanto no logro disfrutarlo. A veces lo más simple es lo más útil y con respecto al amor... pues eso. Evita complicaciones.
alberto toro
Publicado por: Alberto Toro | 06/06/2012 13:39:34
Primero me pareció sentir que Kusturica es un gran admirador de Borges (todo lo de la cifra y el amor como invención irreal, tan poético y palpable a la vez), pero luego se pone Kusturica, gracioso, ingenioso, delirante, con todo al revés. Encantador relato de la primera-pitbull-vez. Ahora recuerdo una canción muy loca de las de su grupo, la No Smoking Orchestra, que dice: "Puede que seas Julieta pero yo no soy Romeo", otro espíritu, sin duda.
Publicado por: anne cé | 06/06/2012 12:54:25
Si no experimentas la certeza absoluta, la seguridad incontestable, la fuerza irresistible que te arrastra, el aullido incontenible que te lo grita por dentro, no lo dudes, no lo sientes.
Publicado por: Stímulax | 06/06/2012 10:49:52