Sobre vulvas escribió aquí hace un tiempo nuestro querido JoanG (él también las llamaba, cordialmente, "chochos, panochas, chichis y hasta cuevecitas", pero a mí no me sale ningún diminutivo por el estilo).
Vulvas como dólmenes, vía www.martincano.webcindario.
Era aquel un post divertido como todos los suyos pero, además, tan interesante que dejaba poso (y también "pozo", con 'z')… Hablaba allí de ese triángulo sagrado y del orificio enigmático (y tapado por los siglos de los siglos) del cual el hombre se pasa nueve meses intentando salir y "toda una vida" queriendo volver a entrar (citando el prólogo del libro The big book of pussy).
A muchos nos impresionó entonces la pericia de la artista que encestaba bolas impulsadas por sus labios menores. Aquella performance podía inducir a errores de localización de los espacios expositivos llamados, respectivamente, vulva y vagina (porque las pelotitas se introducían levemente en el canal vaginal a fin de conseguir el envión necesario para salir disparadas hacia adelante), pero en realidad son dos cosas bien diferentes. Y el que tenga dudas que por favor consulte un pequeño diccionario anatómico (conozco algún hombre adulto que le dice "vagina" a todo lo que se halla más o menos por ahí, creyendo que así evita el lenguaje vulgar, o vulvar).
La representación del autoexamen femenino en una pintura del siglo XIX.
De aquella entrada me quedó un deber que sigo teniendo pendiente y presente y es el de conseguir un libro que recomendaba JoanG: Vulva. La revelación del sexo invisible de Mithu M. Sanval, que traza la historia cultural del genital femenino, con la intención, según se explica, de dar "visibilidad" a un órgano "exhibido y ocultado, deseado y temido". Y mientras me hago con la obra, hoy quiero darle otra vuelta al tema de la vulva como epicentro del deseo y también como origen del mundo y símbolo de sanación.