Un relato de Rocío Santillana (*)
Lee aquí la primera parte del relato
... Esa tarde envié el guión. Impecable. Puntual. Y a ocho pesos convertibles la hora de Internet que ni aproveché para saludar a amigas, enamorados ni futuros jebitos limeños, madrileños o dominicanos. Era mi última noche y acababa la veda. Regresé a mi cuarto, revolví toda la ropa y los zapatos de tacón que había llevado para ese momento. Enmarqué de negro mis ojos, me puse gel en el pelo, colgué relámpagos en mis orejas. Y en el altar de mi espejo me volví a adorar: ¿verdad que tú tienes tremendo swing? Vestida de blanco y rojo, salgo a la calle Changó. Pero ni el guía, ni el bartender, ni el plomero, ni el jardinero, ni los salvavidas, ni los animadores, ni el patrón del catamarán ni el enfermero. Nada. Nadie. Ni rastro. Eso sí, en la pizzería las argentinas, la irlandesa, la cubana misteriosa y la francesa con su pie enyesado me hacían señas desde la misma mesa con botellas de vino en las manos y contentura en el rostro. A su lado un grupito de soneros octogenarios vestidos con guayaberas anunciaba su primera canción. Miré alrededor y me senté a compartir con las mujeres que viajaban solas y juntas. Tomé una copa, comí con ellas, me divertí y me olvidé de los hombres.
Pasada la medianoche me levanté de la silla. Permiso, chicas, y fui hacia el baño escuchando El cuarto de Tula le cogió candela, se quedó dormida y no apagó la vela. Dudé entre dos puertas que estaban una frente a otra: a la izquierda el dibujo de un tabaco y un cartel de Averiado; a la derecha un abanico. Entré donde me correspondía y salí de nuevo con mis rayos derrochando chispas. A la vez que yo, por la puerta de enfrente salió un muchacho que chocó con mi vehemencia. Un relámpago cayó de mi oreja y me electrocuté al rozar la mano del chico que lo recogió del suelo y lo volvió a engarzar en mi lóbulo haciéndome sentir melocotón a punto de mermelada. Era El Cimarrón, el puma negro con cuerpo de roca mojada. Me miró. Lo miré. El ejército de herramientas presentando armas en su cadera, ante mí, como esperando la señal de ¡fuego! Uno a uno posé mis dedos y con toda la mano cogí el mango de un martillo que sobresalía de su pantalón, lo zafé y lo arrojé al suelo.
Voy a pensar que tú provocas las averías para cruzarte conmigo, le dije, y el pubis del hombre ceiba creció como una montaña. Sin pedirme permiso esta vez el puma me trepó a la cordillera de su cuerpo y con una fuerza descomunal nos empujó al interior de su baño y cerró la puerta de una patada haciendo caer el cartel de averiado. Lo jalé de la cadena de plata y hundí mi lengua en su boca. Lo puse contra la pared y me colgué de un toallero para incrustarle mi pelvis y sentir la turba bajo su pantalón.
Él me inmovilizó para morder mi cuello. Hinqué mis uñas en sus omóplatos. Me volteó sobre el lavadero y una de mis uñas se quebró al apoyar mis manos contra el espejo. Atenacé su cadera entre mis piernas y él candó un grillete en mi cintura con sus manos. Mis ojos se entrecerraron excitándose en mi propio reflejo. Veneré mi espalda templada como un arco, mi mirada de flecha disparando a su presa, mi imagen de diosa menuda atornillada a ese pedestal de mármol negro: verdad que solita ya eres bella, pero cuanto más hermosos los dioses que te llevas al cielo, más divina y más bárbara te pones, verdad que no serás santa, pero mira que estás bendecida por Ochún y por todos los orishas, y verdad que…
-¿Verdad que tú tienes condones?, le pregunté, de pronto, poniendo los pies en la tierra. No, si yo estoy en horario de trabajo, me contestó con su cara más profesional. Pídele a alguien y te quedas conmigo esta noche, ¿quieres?
- Eso está prohibido, mami, y yo soy nuevo aquí… Alcé una ceja: ¿Y esto no está prohibido?
- Sí, pero es que tú estás tan rica, tan bárbara, tienes tanto swing ¿y no tienes marido, no?... Sin esperar una respuesta volvimos a arrojarnos sobre nuestras bocas. Al empujar nuestros cuerpos para perforarnos se me partió otra uña. Su cadena se rompió en mis manos. Me separé bruscamente y le di mi llave: mientras yo resuelvo, espérame en mi cuarto que ya tú conoces y al que más nadie que tú va a entrar. Y que no te vean.
- Mami, llévame una pizza, que desde el almuerzo no he jamao ná, dijo antes de salir.
Al minuto regresé al comedor. ¿Dónde te habías metido? se interrumpieron mis compañeras, que cantaban en todos los idiomas, se reían unas con otras y se abalanzaban sobre la mesa repleta de cakes, casquitos de guayaba, señoritas, panqués, eclears, chocolates de Baracoa y helados de mantecado servidos por un mesero cincuentón, barrigoncito y ¿cómo no? galanteador. Mesero, le dije aún alterada, hágame el favor, póngame dos pizzas para llevar.
- Lo que usted me pida, mi cielo. ¿De dónde usted es con ese acento tan ligao?
– Bueno… es que yo vengo de todas partes, le solté mi recurrencia por no dar explicaciones. Y hacia todas partes voy, continuó él, antes de volver al rato con el cargamento. Les deseé buenas noches a mis amigas y de pronto me quedé petrificada. ¿Qué pasa, mi cielo?, se extrañó el hombre. Yo me pegué a él, cómplice. Lo que pasa, compañero, es que… ¿no podría usted resolverme un par de condones? El mesero abrió los ojos, nervioso, y negó. Le pedí que mirara bien en sus bolsillos, que preguntara a los ayudantes de cocina, al chef, a toda la clientela, a la gerente del hotel, a los soneros octogenarios, que llamara al mismísimo General del Ejército y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Pero, por favor, yo no iba a pasar semejante pena de ir pidiendo preservativos por ahí. Apurado, se fue a preguntar, y regresó con las manos vacías. Ay, mi cielo, no he podido resolverte. ¿Te puedo tutear? Asentí por salir del paso. Y dime quién es el afortunado, seguro un español, con lo cansones que son los españoles. Ay, mi madre, qué envidia.
- Compañero, ya que no me resolvió los preservativos caliénteme las pizzas otra vez, hágame el favor.
Salí buscando mi habitación por los caminitos mal iluminados, y pedí condones a toda alma de cualquier color y sexo comprendida entre los 15 y los 90 años. Pero fue por gusto. Entre la frustración y el despiste me perdí en la oscuridad, hasta que fui a parar a la posta médica. El enfermero me abrió, somnoliento y amable. Le pregunté si tenía. Sí,¡cómo que no! Pasa. Contenta como Caperucita, con mi cajita de twin lottus en mi canasta, di media vuelta dispuesta a salir al bosque a encontrarme con mi lobo. Pero… Son 3 ceucés, me dijo. ¡¿Qué cosa?! Exclamé apoyándome en una cadera, sacando la repartera de solar que llevo dentro: ¡Déjate de abusos, viejo, 3 fulas por estos pincha y poncha que cuestan 15 kilos en moneda nacional! El enfermero se partió de risa y me preguntó, asombrado: ¿pero, de dónde tú eres?
- Yo vengo de… ¡Vaya, de un lugar que yo sólo sé! Él volvió a reír ante mi respuesta. Mira, llévatelos gratis, que tú eres más cubana que yo.
– Gracias, compañero, pero antes caliéntame estas pizzas en tu microwey. En ese minuto antes de que sonara la campanita me fijé en su apartamentico de soltero: su cama camera, su plasma con cable y dvd, su incienso. Él me miraba descarado, como el perro que muerde callao… hasta que se sentó en la cama y habló: Si tu lobo no te resuelve, aquí estoy yo para llevarte a un lugar donde más nadie te puede llevar...
-¿Al cielo? Ironicé. Ahí te pueden llevar muchos, yo te llevaría al infierno, para hacerte diabluras, me aseguró el enfermero. Pero Caperucita Changó cogió su canasta y volvió al bosque aullando.
Cuando llegué por fin a la habitación mi hombre cordillera dormía junto al envoltorio de las galleticas que había rescatado de la papelera. Lavé mis manos, me desnudé y me posé (yo ahora mariposa) en todos los pétalos de su piel hasta que mi revoloteo lo despertó convertido en torrente. Después mi hombre flor abrigó mis alas en las palmas de sus manos, y esa noche dormí como una balsa anclada en el lago tibio que era su cuerpo.
Al día siguiente, después de hacer mi equipaje fui a la playa a darme un último baño. Dentro del agua algo me picó en la planta del pie, salí como pude y caminé cojeando pero directa hasta llegar a la posta. El enfermero volvió a enseñarme su cara de vivalavida cachaciento al otro lado de la puerta. Le mostré la picadura y le urgí: ¡La guagua sale en media hora!
– Te va a costar 10 ceucés, bromeó, confianzudo y abusador, haciéndome entrar. Mientras preparaba una inyección de antihistamínicos, se interesó, morboso: ¿Tuviste una noche sabrosa?
- Sí, le dije. La jeringa surcando mi brazo me dio tiempo para vacilar a mi salvador: era blanquito, proporcionado, su bata holgada dejaba ver un pecho lampiño, como a mí me gusta. Luego miré su cama destendida y subí una ceja. ¿Pero sabes qué?
- ¿Qué, mi santa?
- Cuando me diste los condones, pensé: qué lástima que no los vaya a usar con él.
El enfermero extrajo la aguja de mi cuerpo para clavarme su mirada: ¿A qué hora tú dices que sale tu guagua?
El bus esperaba con el motor en marcha a la puerta del hotel. El guía me ayudó con el equipaje mientras comía una africanita: Mira que lo he estado pensando, y no consigo entender por qué una muchacha tan linda como tú viaja sola. Y siguió, bien atribulado él: Ven acá, mi chula, déjame hacerte una preguntica, sin falta de respeto ninguna hacia tu opción sexual: ¿a ti no te gustará el pan con pan? Yo solté una risita y le arrebaté con los dientes la africanita que aún sostenía entre sus dedos. Ni el guía, ni el bartender, ni el plomero, ni los salvavidas, ni los animadores, ni el jardinero, ni el patrón del catamarán, ni el enfermero, ni el mesero, ni los soneros, ni el General del Ejército y Presidente de...
Ninguno comprendió que las mujeres viajemos solas. Tal vez porque no sabemos explicarlo. Antes de que la guagua saliera de Cayo Guillermo la irlandesa, la cubana, la francesa en su silla de ruedas y las argentinas que no dejaron de discutir, fueron a despedirme y a desearme buen viaje de regreso acompañada de mí misma a La Habana o a algún lugar que sólo yo sabía, porque de todas partes vengo y hacia todas partes yo voy.
(*) Rocío Santillana. Guionista freelance de series de TV, documental y TVmovie, obtuvo el Primer Premio Adolfo Bioy Casares de Cuento (Buenos Aires, 2010). Ha escrito el libro 'Erocéntrica, poesía inconsecuente' y dirigido e interpretado los cortometrajes 'Erocéntrica', '¿Cuál crisis?' y 'La Huakera', basados en sus propios textos. Peruana de nacimiento, española de nacionalidad y vagabunda ubicua, ha desarrollado y presentado su trabajo en La Habana, Lima y Madrid, ciudades en las que ha residido y participado en distintas publicaciones y antologías como 'Poetas del edén (La manzana mordida)' y 'El retrato ovalado'. Ahora escribe su primera novela, sentada a horcajadas en una silla, mirando una pared donde el cuerpo desnudo de un hombre emerge y al que ella hace nadar hacia sus dedos nerviosos, ajetreados y hundidos en el teclado de su portátil.
Hay 13 Comentarios
Distraido relato. Las palabrejas enrevesadas y retorcidas a voluntad de la autora son divertidas.
Publicado por: Zolnierz | 13/11/2012 15:44:17
La verdad es que el contenido me deja indiferente pero es halagador que todavía se vea personas que tiene el don de escribir estupendamente y solo con eso, te engancha..
saludos
Publicado por: tienda surf online | 08/11/2012 19:26:03
Fantastico relato, tendrás que dar más explicaciones donde encontrar a este fantastico hombre.
Publicado por: sex shop online | 07/11/2012 21:21:09
Tampoco tiene que ser sólo en sitios calurosos. Yo ligué con el homónimo del cimarrón (sólo que blanquito y de ojazos azules) en el frío norte.
Leedlo aquí si no me creéis.
Publicado por: Uol Free | 06/11/2012 21:26:44
A pesar de sus ventajas, me sigue gustando viajar en compañia, se habla, se rie o se llora, que para todo hay tiempo...
www.elrincondelena.com
Publicado por: elrincondelena | 06/11/2012 14:10:04
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¿¿Aún no entiendes porque NO logras PERDER -PESO?? Este VIDEO GRATIS te lo explica: http://su.pr/1xuU15
Publicado por: ◄◄◄◄◄◄¡¡¡-ADELGAZA YA!!!!►►►►►►► | 06/11/2012 0:24:44
Me ha encantado el uso del lenguaje. Y muy bien ambientado.
Publicado por: Luis | 05/11/2012 17:45:47
De repente solo veo ventajas en viajar sola, cosa que nunca había pensado.. jaja Aunque sigo prefiriendo hacerlo con una buena amiga y confidente, que también surgen bastantes anécdotas que contar y por supuesto vivir... y si te dejan sola, tienes con quien compartir la pizza esa noche,o al día siguiente...
Publicado por: Pretty Nuit | 05/11/2012 17:04:34
A mí las mujeres me la refanfinflan.
Publicado por: Gonzalo | 05/11/2012 16:59:31
Tipicos tópicos...No me gustan.
El relato no está mal.
saludos
Publicado por: inma | 05/11/2012 15:37:03
¿Y no te decía ¡"miembra"!? ...O sea..., ¡"mi hembra"!
Publicado por: Stímulax | 05/11/2012 12:22:45
Esta vez no se puede decir eso de "segundas partes siempre fueron peores". Muy bueno, me ha gustado mucho.
Espero encontrarme alguna vez con alguan de esas mujeres que viajan solas.
Saludos.
http://secretoseroticos.wordpress.com/2012/11/04/secretos-de-familia/
Publicado por: Secretos Eróticos | 05/11/2012 8:55:39
Cuando las mujeres viajan solas, ocurren estas maravillosas experiencias. El caribe está muy bien, pero nada mejor para fantasear que un palazzo en Venecia con una desconocido al que nunca volverás a ver
http://www.lee-gratis.com/index2.php?option=com_docman&task=doc_view&gid=168&Itemid=30
Publicado por: carmen | 05/11/2012 8:46:06