Cuando hablamos de sexo, lo que la mayoría traduce mentalmente es penetración. Aceptémoslo. No se trata de un hecho ni mucho menos casual, sino que es el resultado de muchos años de historia y tradición religiosa. El sexo es coito, porque el coito es reproducción.
¿Y qué pasa con el sexo por placer?
Imagen de la serie 'Elogio de la sombra', del fotógrafo fracés Nicolas Guérin.
No somos únicamente animales hechos de biología, por mucho que les pese a ciertas mentalidades, y el hecho de que la mujer tenga un órgano maravilloso llamado clítoris, cuya función no es reproductiva (existe para el simple y mero placer), demuestra que el encuentro sexual puede aportarnos mucho más, si nos lo proponemos.
En la actualidad preferimos hablar de salud sexual más que de sexualidad a secas, quizá porque incluso la OMS reconoce los beneficios de tener una vida sexual satisfactoria en nuestra salud. Pero si por algo decidí estudiar Sexología es porque creo que el sexo no solo aporta salud sino, sobre todo, felicidad.
Es cierto que la mayoría de las consultas que llegan a un experto en Sexología también tienen que ver con la penetración. El coitocentrismo nos pesa más que los conflictos de identidad u orientación sexual. La obsesión por traducir sexo (que es, en realidad, el sexo que somos y no el que practicamos) en coito, lleva muchas veces a falsas expectativas, preocupaciones, y frustraciones. Simplemente porque nos olvidamos de algo básico: el encuentro entre dos cuerpos no se basa sólo en un acto biológico, o en el esperado éxito en el funcionamiento de nuestros genitales, sino en el intercambio de sensaciones, de emociones. Caricias, besos, susurros, miradas, juegos, arañazos, mordiscos, súplicas… Un momento único de placer. Un placer difícilmente comparable a nada más en esta vida.