Podría haber puesto la sentencia del título entre signos de interrogación pero, no sé, algo de verdad hay en ella como para dejarla así de taxativa... y luego abrir el debate, claro.
¿Volver con el/la ex es como comer comida recalentada o precocinada? Sin muchas vueltas, esto es lo que le espeta Xavier (Romain Duris), el protagonista de Nueva vida en Nueva York, a Martine (Audrey Tautou), apenas acaban de hacer el amor, muchos años después de su ruptura y cuando la relación ya parecía definitivamente reciclada hacia la amistad sin roce.
Ya sabemos las mujeres que el sexo (especialmente con penetración) activa en nosotras un mecanismo de apego que está exactamente en las antípodas de las ganas de huir del macho tras la eyaculación. Así es que si flirteamos con un ex y si, además, dormimos otra noche con él, es muy probable que volvamos sobre la idea de la pareja, en ese mismo instante, tal como le sucedía a Martine en la película. Porque ser buenos amigos parece alcanzar en ese preciso momento...
En mi caso, efectivamente, las fugaces intentonas nostálgicas por convertir un recuerdo en amor presente han resultado bastante decepcionantes. La Historia no suele absolvernos (¿recuerdan el alegato de Fidel Castro?), al menos no al punto de que la ilusión nos devuelva el brillo (y la fe) de aquella vez.
El beso verdadero no es el que nos hizo deleitarnos a solas, recordándolo; no nos provoca la misma cosquillita; no podemos eludir los flecos que ahora le aparecen al galán reciclado ni volver a creer que ese pretendido primer desnudarnos y tocarnos transcurre en versión original. Intentamos recuperar sensaciones, porque hay complicidad y ternura, pero pronto nos damos cuenta de que el momento presente no nos estimula y solo estamos esforzándonos para que Eros resucite con el combustible de la memoria.
Y las fantasías que nos alimentaron tantas noches después de cortar o dejar de vernos antes de tiempo se desvanecen y hasta el orgasmo se pone cuesta arriba.