No sé si alguna vez os habéis grabado en vídeo haciendo el amor. Para los que no, os cuento un poco sobre estas sensaciones. Generalmente, cuando estás en pleno acto, en tu mente, todo es muy sexy, erótico y sugestivo, cada gesto y cada mirada te parece de película, y todas esas frases para ponerse a tono te parecen súper calientes. Y lo son, precisamente, porque estás caliente. Una vez en frío, cuando te dispones a ver el vídeo en cuestión, la perspectiva cambia bastante. Ya nada te parece tan sexy como pensabas, y las frases que sonaban tan bien en tu cabeza, según las oyes en la pantalla, te parecen más cómicas que otra cosa. Al final, los únicos jadeos que se escuchan son los de vuestras risas. Pues bien, algo así es lo que he sentido al ver la película de Cincuenta Sombras de Grey.
Me excitó el libro. Sí, es machista, me cabrea, y por supuesto no es la obra literaria del siglo, lo sabemos, pero su cometido, que era el de humedecer al personal, lo cumplía. Para mí leer Cincuenta Sombras de Grey fue equivalente a ver una película porno, pero en versión libro: solo esperaba que me pusiera a tono para pasarlo, luego, bien un rato. La película, en cambio, me ha dejado más bien fría, como en medio de cincuenta sombras, y con poca luz que añadir al respecto. No soy crítica literaria ni de cine, no es mi intención valorar la calidad de la cinta, para eso ya están otros, pero sí comentar algo acerca del quid de la cuestión, que no es sino la sensualidad que toda mujer busca cuando compra una entrada para ver esta película.