*Por María Esclapez (*)
Calor, vacaciones, playa, piscina, terraceo, buenrollismo en estado puro, y ¡oye!, mi cuerpo pide salsa. No sé qué tendrá el ambiente veraniego que me contagia todas las altas temperaturas concentrándolas en un mismo punto de mi anatomía. ¿Pero sabéis qué? Me falta dar el paso, o como diría mi mejor amiga, aprovechando el chiste fácil: "cariño, te falta un empujón". Hablando claro, no soy capaz de lanzarme con los hombres. Quiero y no puedo, mi eterna lucha de emociones.
Pensando en cómo podría ayudarme a mí misma con este asunto, creo haber dado con la solución, y esta es convertirme en una femme fatale, pero no en la típica devora-hombres, egoísta y calculadora que todos estáis pensando. Hablo de otro tipo de femme fatale, un concepto al que yo misma, en mis momentos de razonamiento interno transitorio, he dado la vuelta.
Me explico: el término por lo general describe a una chica sexy, con pintas de andar constantemente entre la bondad y la maldad, e incluso actuando sin escrúpulos si la ocasión y la voluntad lo requieren.