"Nos dieron los macutos y los usamos para cosernos unas falditas", decía una de las entrevistadas de Svetlana Alexiévich, la última Nobel de Literatura. Son las mujeres de la guerra, pero no las que se quedaron llorando en la retaguardia: son las mujeres llamadas a filas por el Ejército Soviético durante la Segunda Guerra Mundial. "En la oficina de reclutamiento, entré por una puerta llevando un vestido y salí por otra llevando un pantalón y una camisa militar, me cortaron la trenza y no me dejaron más que un flequillo", es otro de los testimonios de La guerra no tiene rostro de mujer, el que dicen es el libro que llevó a la periodista y escritora bielorrusa a ganar el premio literario más prestigioso del mundo.
Aunque hay noticias de su participación en los frentes desde el siglo IV en Atenas y Esparta, "fue durante la Segunda Guerra Mundial cuando el mundo presenció el auténtico fenómeno femenino. Las mujeres sirvieron en las fuerzas armadas de varios países: en el ejército inglés (225.000), en el estadounidense (entre 400 y 500 mil), en el alemán (500 mil). En el ejército soviético hubo cerca de un millón de mujeres. Dominaban todas las especialidades militares, incluso las más 'masculinas'. Llegó a surgir cierto problema lingüístico: para las palabras 'conductor de carro de combate', 'infante' o 'tirador' no existía hasta entonces el género femenino, puesto que nunca antes las mujeres se habían encargado de estas tareas . El femenino de estas palabras nació allí mismo, en la guerra. La guerra es una vivencia demasiado íntima. E igual de infinita que la vida humana". Estas líneas pertenecen, por supuesto a Alexievich y retumban en el presente, pesadas y necesarias. Renuevan las preguntas sobre el sentir de mujer que nos hemos hecho en infinitas oportunidades en este blog.
¿Qué es ser mujer?
Francotiradoras del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuenta Alexievitch: "En una ocasión, una mujer que había sido piloto de aviación me negó la entrevista. Por teléfono, me explicó: 'No puedo... No quiero recordar. Pasé tres años en la guerra. Y durante esos tres años no me sentí mujer Mi organismo quedó muerto. No tuve menstruaciones, casi no sentía los deseos de una mujer. Yo era guapa. Cuando mi marido me propuso matrimonio. Fue en Berlín, al lado del Reichstag. Me dijo: 'La guerra se ha acabado. Estamos vivos. Hemos tenido suerte. Cásate conmigo'. Sentí ganas de llorar. De gritar. ¡De darle una bofetada! ¿Matrimonio? ¿En ese momento? ¿En medio de todo aquello me habla de matrimonio? Entre el hollín negro y los ladrillos quemados. Mírame.¡Mira cómo estoy! Primero, haz que me sienta como una mujer: regálame flores, cortéjame, dime palabras bonitas ¡Lo necesito! ¡Lo estoy esperando tanto! Por poco le pego. Quise pegarle. Tenía quemaduras en una de las mejillas, estaba morada, vi que lo entendió todo, que las lágrimas chorreaban por esas mejillas. Por las cicatrices recientes. Y sin darme cuenta de que lo estaba haciendo, yo ya le decía: 'Sí, me casaré contigo'".