Por Martha Zein*
Las personas exploradoras tienden a sexies. Más allá de su presencia física, suelen gozar de un plus que moldea su puesta en escena. Se trata de sus actos: les anteceden. Antes de haber cruzado una palabra con ellas, sin necesidad de haberlas visto, ya suscitan interés porque se supone que han alcanzado algún confín y han permanecido en él el tiempo suficiente como para describirlo, comprenderlo e incluso atravesarlo.
Es fácil imaginar que agrandarán de alguna manera nuestra mirada; al fin y al cabo, lo propio de la naturaleza exploradora es ir más allá de lo establecido. Incluso suponiendo sus fragilidades y mezquindades, estas personas tienen a su favor un valor especial: si están vivas es porque han sabido combinar su intuición, sus capacidades y el azar, una suma muy atractiva.
Descartada la indiferencia, el rechazo o la fascinación, los exploradores se convierten en el punto de partida de cualquier encuentro. Este no tiene por qué desembocar en un alboroto sensual, aunque lo facilita. Esto no tiene por qué convertirse en enamoramiento, aunque haya dispuestos buenos ingredientes. Quizá tampoco se alcance con ellos el amor, pero, desde luego, es el principio que desearía para sí cualquier seductor/a. Embeleso, gozo sexual, enamoramiento y amor son facetas de Eros igual de interesantes.
Preguntarse por la vida erótica de las personas exploradoras resulta aun más interesante, pues al erotizarse combinan dos pasiones: la que orbita en torno a su reto personal y la desencadenada por la exploración amatoria. Tal y como demuestra la Historia, estas dos pasiones no tienen por qué ser abordadas con el mismo espíritu inconformista.
En los lances amorosos, la misma persona que asumió riesgos y se aventuró por territorios nunca antes pisados por el ser humano puede ser no solamente pusilánime o temerosa, sino retrógrada; sin embargo, su modo de vida le obliga una y otra vez a posicionarse ante soluciones eróticas que otros mortales difícilmente experimentarán. Ya sabemos que podemos amar con la fuerza de nuestras ganas, el ímpetu de nuestras fantasías y la potencia de nuestras voluntades, y que también lo hacemos con los tabúes de nuestra cultura, los vacíos de nuestra educación, el peso del legado familiar, la castración de las obligaciones adquiridas por un modo de vida...
Por eso merece la pena preguntarse cómo aman los seres exploradores, porque lo excepcional es un buen espejo en el que reflejar la sensualidad cotidiana. Es cierto que habrá tantas éticas amatorias como personas exploradoras haya, sin embargo es posible distinguir un puñado de tendencias. La más convencional es la que establece que él sea el explorador y su amor sostenga sus viajes en la distancia. Este es el caso de Isabel Arundell y Richard Francis Burton. Cuando ella le encontró, él ya hablaba unas treinta lenguas: el deslumbramiento fue instantáneo. Él tardó cuatro años en reconocer su deseo por ella, durante los que se convirtió en el primer europeo en entrar a las ciudades santas de La Meca y Medina. Al regreso de ese viaje se rindió ante Isabel. Transcurrirían aún diez años antes de decidir que se casarían en secreto (lo que sucedió en los meses previos a la aventura que le consagró de por vida y que llevaría a descubrir el lago Tanganika).
Segundo caso: él es el explorador, ella abraza al hombre en su aventura y le acompaña.
Tráiler de 'Nadie quiere la noche' de Isabel Coixet.
Isabel Coixet se inspiró en el matrimonio Peary para hacer la película Nadie quiere la noche. Tres años después de casarse con Robert, Josephine se embarcó en su expedición a Groenlandia, embarazada de ocho meses, y allí dio a luz. En una de las largas estancias de Robert en el hielo, mantuvo una relación con Allakasingwah, una inuit con quien fue padre de un niño: ella fue su compañera de camino. Josephine y Robert fueron compañeros de vida hasta la muerte.
Tercera opción: él es explorador, ella se implica en su aventura en la sombra. Es el caso de Jacques Cousteau y Simone Melchior. Ella sería la gestora del proyecto de su marido: le presentó al ingeniero con quien Jacques inventó la escafandra autónoma, jugó un papel decisivo en la adquisición del barco-laboratorio Calypso con el que explorarían el fondo de los océanos y, además, cuidó del cuerpo y la mente de la tripulación.
La conclusión podría ser que quien ama a la persona exploradora respeta o ama también lo que esta indaga (la geografía, el conocimiento, los límites del cuerpo), pero es pronto para hacer afirmaciones.
Araño en la historia hasta encontrar una cuarta posibilidad: ella y él comparten la misma pasión. Es decir, hacen de la aventura un bien común que les atrae de forma individual y no solo como pareja y la ejecutan en corresponsabilidad, son equipo. Osa y Martin Johnson recorrieron las islas Salomón, Borneo y África filmando. Precursores del documental etnográfico, dirigieron el primer film realizado completamente en África. Ambos defendieron la coautoría de sus trabajos.
Existe una quinta propuesta: él es el explorador y sus amantes, un regalo del camino. En este caso todo es reto. Un claro ejemplo es Fridtoj Nansen, oceanógrafo y neurólogo, político, padre del esquí moderno y de la exploración polar moderna, Premio Nobel de la Paz (1922), creador del pasaporte Nansen para los desplazados y mujeriego. Un año antes de su muerte, este explorador se fotografió a sí mismo desnudo y envió el retrato a Brenda Ueland, una escritora de Minneapolis, 30 años más joven, con la que tenia un affaire y a la que también escribió unas cartas capaces de fundir el Ártico.
No acaba aquí el listado. Hay otra opción: ella es la exploradora y él no. Reviso de nuevo la historia, esta vez también con uñas y dientes. Estas son las soluciones que encuentro: sin fuerzas para romper las convenciones en dos frentes, cancelaron el corazón (Gertrude Bell), guardaron las apariencias y convirtieron al marido en un fiel amigo en la distancia (Alexandra David-Neel), se entregaron a los y las ocasionales amantes del camino (Isabelle Eberhardt).
No he encontrado a ninguna que haya contado a su lado con un hombre que velara su aventura en un segundo plano, la acompañara sin intervenir o aguardara su regreso en la distancia con entrega verdadera. Quizás no haga falta. En el siglo XXI las exploradoras saben que su Eros o es inconformista o no será, que son exploradoras de dos pasiones, es decir, también lo son de nuevos órdenes amorosos. Las mujeres exploradoras no sólo existen, sino que aman a su orgullosa manera.
(*) Escritora, autora de documentales y narrative coacher. Imparte talleres sobre las narrativas del Eros, centrándose en las trampas del lenguaje, los límites de la representación y la poética del deseo. Colaboradora en el espacio radial 'No apagues el llum' de IB3.
Hay 5 Comentarios
Hay para todos los casos evidentemente. Quería compartir con ustedes un enlace donde dicen que mucho selfie equivale a poco sexo
Publicado por: Abracadabra Noticias | 28/06/2016 13:15:51
Hay siempre un tonto como yo:
https://www.youtube.com/watch?v=OkATTrmyF1M
Publicado por: Pobre Noruego | 27/06/2016 16:37:23
El artículo no es una investigación. Evidentemente que hay ejemplos para todos los casos pero es evidente que si la exploración es ya un estado excepcionalmente rexonocido para las mujeres, las relaciones amatorias convencionales aún lo son más para ellas.
Publicado por: Martha | 27/06/2016 15:38:46
Explorar en esta vida siempre es erotizante, excitante. Una persona que busca nuevas vías en todos los aspectos de la vida siempre llamará más la atención que una persona sedentaria.
Publicado por: DULCE | 27/06/2016 14:01:23
Hay muchos casos para el ejemplo final. Así a bocajarro: Ingrid Betancur y su exesposo Juan Carlos Lecompte. Él hasta se tatuó el rostro de Ingrid mientras ella se empeñaba, contra todas las advertencias, en entrar en territorio de las guerrillas.
Otra: Lou Andreas von Salomé, que no tuvo a uno sino a varios hombres pendientes de su regreso, incluyendo a Nietzsche y Rilke.
Otra: Asja Lācis, por quien Walter Benjamin llegó hasta a abrazar el marxismo y aceptarle su marido.
Otra: Anaïs Nin, a quien su marido Hugh Parker consintió todas sus exploraciones eróticas y la extrañó hasta el final de sus días.
Y muchas otras más. Ojalá la conclusión sea simple desconocimiento y no el deseo de demostrar que a las mujeres no las apoya ningún hombre.
Publicado por: Juan Carlos Alfonso | 27/06/2016 11:35:40