Por Martha Zein (*)
Ahora que todo el mundo se vuelve nómada o lo prueba o sueña con ello o se ve obligado a serlo; ahora que nuestros cuerpos buscan el aire, la luz, el agua, la vida, es un buen momento para que los amantes nómadas compartan sus procesos, porque durante el resto del año es el Eros sedentario el que se impone, con sus ciclos, sus lindes y excedentes.
Fotos de Emilio Schargorodsky.
Merece la pena despertar a la nómada que llevamos dentro y recordar que nuestro equipaje ha de ser ligero porque, de lo contrario, nuestros deseos, emociones, consciencia, instintos, seducción, requiebros, lenguajes... pesarían como un fardo. Frente a la voracidad que facilita nuestra cultura sedentaria, que promueve la búsqueda del beneficio hasta el exceso, que premia el hedonismo paralizante y pone de moda el consumo estacional de las pasiones, frente a un Eros que busca vínculos productivos y los canoniza, colecciona orgasmos y los clasifica, acumula placeres sin enseñar a gozar, merece la pena pararse antes de partir.
En los cursos que imparto suelo proponer un juego que permite tomar conciencia de cómo se ordenan los sentidos cuando atraviesan un espacio. Quizás a quien lea este texto le interese experimentar esta emoción. En lineas generales, esta la propuesta:
Ve a un espacio amplio, si puede ser en un entorno natural, mejor. Cierra los ojos y permanece quieto/a un instante, percibiendo todo lo que te rodea, desde la humedad a los trinos, la caricia del sol... Sin abrir los ojos, comienza a caminar.
Cuando la vista no nos acompaña, el espacio adquiere unas dimensiones distintas y, con ello, también el tiempo. El oído es el primer sentido que acude a nuestro rescate. Nos indica de dónde procede lo que no vemos, anuncia. El olfato también se hace presente, su poder evocador nos traslada a un "lugar" interior situado en la memoria. Es nuestra experiencia la que nos incita a ir hacia un lugar real o nos cambia el paso.
Sigue el trayecto. Ahora abre los ojos. No dejes de caminar. ¿Te has dado cuenta? La vista nos sitúa en el espacio, nos da un lugar, nos posiciona ante el resto de los objetos con los que convivimos.
Con los ojos abiertos, busca un objeto que te provoque el deseo. Tomate tu tiempo para ir hacia él. Mira cómo se ordenan ahora los sentidos: el acto de trasladarnos hacia nuestro deseo sitúa la mirada en un primer lugar, el oído y el olfato en un segundo término. Es necesario acortar las distancias para que se ponga en marcha el cuarto sentido, el tacto. Al tocar el objeto estamos exponiéndonos, reconociendo, dialogando, intercambiando temperaturas, olores corporales, permitiendo que ese objeto de deseo entre en nuestro espacio de seguridad. Descubrimos así el poder de una caricia. El último sentido en ponerse en marcha es el gusto: hemos visto el objeto, nos hemos acercado a él percibiendo su aroma y sus crujidos, le tocamos y en esa distancia corta la vista, el oído y el olfato se entregan a lo pequeño, descubriendo minúsculos universos, ahora le ha llegado el turno a la boca, al beso con lengua, a los mordiscos.
Espera, ¿ese objeto de deseo que has elegido, puede lamerse o solo permite el roce de tus labios? ¿Puede morderse, masticarse, podrías digerirlo? ¿Puede formar parte de tu organismo, ser alimento, carne de tu carne, sangre de tu sangre?
Tomar los placeres del camino implica poner el cuerpo en juego, recordar que no todo puede llevarse a la boca, que la vista no es tacto, que hay que escuchar a nuestro olfato, que evocar es imprescindible, que no puedes sostener todo lo que se te ofrece a un tiempo porque dejarías de hacer tus recorridos... Es una lección vital. Los/las amantes nómadas nos recuerdan la importancia de dedicar la atención precisa a cada ser que despierte nuestros sentidos pues ellos son los que orientan nuestros pasos, transforman nuestra experiencia, el ritmo de nuestros procesos. El cuidado nos constituye.
Fotos de Emilio Schargorodsky.
Ahora que el movimiento se impone y el cuerpo recupera la memoria de los placeres es un buen momento para recordar lo que nos enseña el Eros nómada: amar así nos relaciona con la vida fuera del tiempo sedentario, no identifica privacidad con propiedad, sabe que no poseemos nuestra existencia porque formamos parte de la trama de la vida y esta crece al margen de los beneficios. El Eros nómada cuida cada acto en sí mismo desapegándole de los resultados, respeta los procesos y vincula a los/las amantes con el entorno (ese espacio común de pertenencia) para lograr que la vida siga siendo abundante.
Los y las amantes nómadas caminan para mantener la vida viva y a Eros erotizado. La exigencia de ir más allá del dulce intercambio, respetuoso y consciente, agradecido, presente y generoso, les resulta impensable.
(*) Escritora, autora de documentales y narrative coacher. Imparte talleres sobre las narrativas del Eros, centrándose en las trampas del lenguaje, los límites de la representación y la poética del deseo. Colaboradora en el espacio radial 'No apagues el llum' de IB3.
Hay 1 Comentarios
No estoy de acuerdo, no tiene porqué haber exigencias en un amante sedentario, no puede programarse a eros ni de una forma nómada ni sedentaria, surge por sí solo, y se alimenta con el ejercicio continuo y el amor mutuo, lo demás puede ser erótico, claro que sí, pero será olvidado al poco tiempo, se pensará en él de forma práctica pero con poca dulzura.
Publicado por: Berta | 24/07/2016 23:23:57