Él quería convencer a su chica de que el patriarcado era una buena idea de gestión social, siempre que la cosa estuviera al mando de una autoridad proba. Esa autoridad justa y bondadosa tendría la forma de un Übermensch ("superhombre") nietzschiano, o sea "un hombre culto, bello, fuerte, independiente, poderoso, libre, tolerante, a semejanza de un dios epicúreo" (como tan bien lo describe Manuel Vincent en este artículo).
Fotografías de Irene Díaz.
Su chica le discutía un poco este asunto del patriarcado pero, al fin, lo dejaba expresar sus proclamas porque él hablaba mucho y muy asertivamente, resultaba difícil de convencer acerca de cualquier matiz y muy fácil de ablandar con besos y caricias. Él era tierno (podía pasar horas lamiendo los pezones de ella y mirándola), era complaciente haciendo el amor (se brindaba en dedicados cunnilingus) y era apasionado al abrazar y al besar, pero delicado para tocar (contagiaba su deseo exaltado y persistente, suavemente), estaba atento a cada gesto de placer de ella para poder imitar otras veces la posición que a ella más le gustaba, le decía "te amo" y clamaba "no me abandones", si durante la penetración ella no seguía besándolo profundamente y abrazándolo fuerte.
Ellos eran, ante todo, amigos que tenían una gran conexión física (y química). Entonces, cuando él citaba a Así hablaba Zaratustra para declamar que la misión más importante de la mujer es ser madre y que ninguna mujer debería desear salirse de esa senda que es la que la completa, ella sonreía porque prefería hacerlo callar levantándole un poco la camisa, con un beso leve debajo del ombligo. Él no buscaba Pokémons, pero veía Dragon Ball Z.
"Seguramente, Nietzsche era igual de insoportable (eso sí, sin manga)", pensaba ella, y lograba hacerlo cambiar de tema lamiéndole la comisura o rozándole las tetillas (esto, y la estimulación anal eran las dos cosas que a él lo volvían entrega absoluta).
Un superhombre bello, rendido a los pies de Eros que, sin embargo, volvía a la carga, a exaltar la virilidad guerrera, apenas recuperado del éxtasis compartido. En tono amable, ella le susurraba: "no seas tan misógino".
Hasta ahí todo era llevadero: dos amantes en desacuerdos teóricos pero compañeros de cuerpos igualitarios y solidarios. Se olían y temblaban. Sin embargo, a los pocos meses de esa amistad con derechos, las argumentaciones de él fueron transformandose en ofensa. Quizá porque no le alcanzaba con la sonrisa nada sumisa de ella ante tanto exceso verbal, o la percibía como un desafío (vaya a saber), un día empezó a decirle que no la quería ni sentía afecto por ella, pero, "en tanto hombre", y aún en caso de despreciarla, sentiría deseos de penetrarla (porque esta es la misión de todo macho, claro). La indiferencia de ella ante tanta innecesaria especulación, lo llevó a subir un escalón más, acercándose al filo del dolor (probablemente incluso el propio): "sí, me atraes, eres una tentación para mí, pero eres solo carne".
Usó esa palabra, "tentación", y a ella le sonó a Eva comiéndose la manzana en el paraíso de las prohibiciones masculinas.
Bien lo explicaba la psicoanalista Constanza Michelson en la imperdible entrada ¿Quién quiere a las mujeres?: "A Eva esta cosa tan ordenada (del Edén) no le va y decide la transgresión, que les cuesta la expulsión. Expulsión que marca el comienzo de la historia verdaderamente humana, cuyo motor está hecho de la tensión entre los discursos racionales y potentes -que aspiran a escribir nuevos paraísos- y el lado opaco del deseo humano, que sospecha de tal racionalidad y los socava (...). Esta tensión entre la racionalidad y el deseo caprichoso que lo cuestiona, si bien existe en todo ser humano, ha sido culturalmente distribuido en la dicotomía hombre/racionalidad, mujer/deseo caprichoso o irracionalidad. Dicotomía que ubica la racionalidad como una virtud y el deseo como un defecto (...) ".
Fotografías de Irene Díaz.
Es cierto que las etiquetas son atajos facilistas. En este espacio, solemos desistir de los diagnósticos cerrados (que no tienen en cuenta los rasgos personales) y preferiríamos no ponerle un nombre al asunto, o ser tan elegantes como la psicoanalista al hablar de "los que no nos quieren". No es compasivo titular con el epíteto "misógino" pero, a veces, estos rótulos ayudan a defenderse, entendiendo lo que estas sociedades de largas épocas y anchas geografías han hecho con nosotros -tanto hombres como mujeres. Se trata, en todo caso, de disparar una reflexión que tanto hombres como mujeres deberíamos abordar para poder seguir de pie, comunicándonos más saludablemente.
Sabemos, por eruditos como Paul Veyne, del desprecio que en la Antigua Roma había hacia las mujeres (y hacia los homosexuales que cumplieran el rol receptor femenino) y, también, que la moral con la mujer como emblema del pecado viene de antes del catolicismo. En todas las religiones monoteístas, la sexualidad está orientada al hombre. El sociólogo marroquí Abdessamad Dialmy, experto en temas de género, en especial dentro del Islam, comenta que en la "definición patriarcal de la masculinidad, hay tres 'p' para definirla: el hombre es el poder (físico y sexual); es el protector (de la mujer y de las hijas) y es proveedor (del alimento)".
El desajuste histórico a esta situación llega, según Dialmy, "con el movimiento de liberación femenino, a partir de los años 60, y gracias a la píldora anticonceptiva, la educación y el empleo; con la irrupción de la mujer en el espacio público, que agrega a su condición de ‘objeto sexual’ la de ‘sujeto’, que decide y reivindica la libertad de disponer de su cuerpo".
"El hombre actual está perdido -apuntala el sociólogo-, su rol tradicional dejó de ser reconocido y tiene miedo, porque es incapaz de jugar ese rol de proveedor económico, el rol de protector deja de ser necesario porque la ley está ahí para proteger a los ciudadanos, y hasta la virilidad (la potencia sexual) entra en cuestión. Entonces, se necesita una nueva definición de la masculinidad y de la femineidad".
Fotografías de Irene Díaz.
Así las cosas, como escribe la psicoanalista chilena, "hay muchos que dicen que nos quieren, pero no es cierto", y tanto hombres como mujeres podemos caer en la misoginia (hay feministas que nos exigen "cuadrarnos" en sus proclamas, por ejemplo). "Amar a las mujeres es amar esa verdad incómoda que le venimos a recodar a nuestra soberbia humana: todo lo que sube tiene que caer. Nadie es tan fálico", apunta Michelson.
Lacan respondería que la mujer, al no poseer nada erectable, tiene simbólicamente pene (y siempre enhiesto). O quizá fuera solo su pánico.
En fin, a la chica de nuestro cuentito del inicio, su amante le espetó: "eres solamente producto de mi debilidad frente a mi erección". Y ella pensó: "es que cuando no estás erecto, yo soy el falo, porque a nosotras no se nos baja nunca nada, y eso te resulta insoportable". Pero no se lo dijo.
Hay 5 Comentarios
Las mujeres maduras son las que dominan a cualquier hombre siempre que quieren. No hay hombre en una relación sexual que pueda ante las maduritas. Sobre todo los videos de maduras se nota la dominación y quien manda.
Publicado por: videos de maduras | 21/10/2016 23:49:43
Valiente pastiche de wikipedia el artículo de hoy
Publicado por: Kits bicis eléctricas | 23/07/2016 14:15:40
Hoy verdaderas gilipolleces.
Se nota el calor parece
Publicado por: Abracadabra Noticias | 23/07/2016 12:34:11
Somos nosotras las primeras que debemos respetarnos a nosotras mismas. Y la mejor manera de hacerlo es no consintiendo que ningún hombre se crea superior a nosotros. Podrá ser una fiera sexual, pero si emocionalmente se cree superior, entonces habrá que usarle solo para relaciones sexuales, para disfrutar del sexo con él, pero no para una relación estable.
Publicado por: DULCE | 23/07/2016 9:45:37
Mas Platón y menos Pokemon go (Prozac)
https://applenosol.com/blog/348-innovacion-y-secretismo-en-apple/
Publicado por: Luis | 22/07/2016 16:42:12