Por Martha Zein*
Dicen que a medida que alcanzamos la madurez perdemos la capacidad de reírnos. Lo que en la infancia sucedía unas 300 veces al día, en la edad adulta llega a reducirse a 15. Tengo mis propias teorías sobre esta grave decadencia: se trata de nuestra forma de manejar las palabras. Lo hacemos de tal manera que a medida que nombramos el mundo vamos perdiendo carcajadas. Además, está la propia naturaleza de este alborozo: es difícil pensar cuando estamos 'muriéndonos de risa'. Por un momento, nuestro cerebro se desverba lanzando sinapsis alegres a su libre albedrío; las ondas cerebrales se hacen más lentas hasta alcanzar la frecuencia llamada gamma (la misma que cuando se medita, la antesala a los grados alterados de consciencia en los que la telepatía es posible); el ego desaparece. Todo el cuerpo vibra. La mente queda en estado de excepción.
Ilustración de Iris Serrano.
Uno de los momentos más deliciosos de la vida en común (ya sea en pareja, en grupo o en sociedad) es cuando la explosión de risa nos desmaneja y recuperar el resuello se convierte en el principal empeño. En ese momento, la garganta se ve desposeída de su capacidad de nombrar y pasamos a comunicarnos con todo el cuerpo. Nos apresa una vibración capaz de sacudir los átomos que nos conforman y reordenarlos de forma pacífica. La dopamina (responsable del placer), la serotonina (sostenedora de la felicidad) y las endorfinas (con altos poderes analgésicos), las mismas sustancias que segregamos cuando hacemos el amor, suben nuestro sistema inmunológico. Al mismo tiempo, nuestra mente baja sus defensas.
Hacer reír, pues, implica dar placer. Reírse equivale a gozar. Si dos personas logran darse placer y gozar juntas sin necesidad de nada más, no van mal. Eros también ríe. Lo saben las culturas ancestrales. En las fachadas de los templos de Kajuraho (India) contemplé este invierno a Shiva y Shakti, divinidades que encarnan la energía vital y la consciencia. Reían y sonreían mientras gozaban el uno en la otra y viceversa. Entendí que la risa también era una celebración sagrada. Aquellas esculturas me hicieron rizar un antiguo rizo. Hace años, siguiendo los pasos del cazador se amaneceres que protagoniza mi película documental Feliz Vida Loca, terminé a los pies de una mujer inuit.
'Feliz vida loca', documental de Martha Zein sobre la depresión y la felicidad.
Aquel cazador de amaneceres quería retratar ese instante preciso en el que la luz de la alegría logra abrir la noche oscura del alma, y en pos de ese objetivo llega hasta Finlandia. Allí encontrará la gran metáfora de las auroras boreales (sus ondas irisadas, verdes, brillando en medio del firmamento) y una tierra helada cuyos habitantes desconocen la palabra depresión, no tienen un vocablo para nombrar la guerra y a las relaciones sexuales las llaman "hacer reír".
El lenguaje no es inocente. Aquella inuit me hablaba de la difícil adaptación de su pueblo a una cultura dominada por los afectos tristes. Imaginé la aniquilación que supuso aquella manera suya de resolver conflictos mediante la improvisación de canciones o poemas satíricos en presencia del resto de la tribu. Las carcajadas de los asistentes señalaban la victoria. La risa demostraba que es capaz de aniquilar el miedo a la muerte burlándose del afán de poder. Aprendí en aquel momento que para los inuit era más importante restablecer la armonía que administrar justicia y que lo que yo quería de mis amantes era compartir gozosas risas, nada más... y nada menos. Me revolví contra la cultura desvitalizadora a la que pertenezco.
Este invierno, en India, comprendí algo más: el poder vibracional de la risa es trascendente, nos enlaza con todo lo que no es ego, por eso todas nos enamoramos de quienes nos hacen reír, por eso nos atraen las personas que ríen a nuestro lado. No solo es síntoma de inteligencia, no solo es una manifestación de la empatía. Al lanzar nuestras carcajadas a los cuatro vientos estamos moviendo el aire de la vida, formamos parte de él. Dos personas que ríen juntas armonizan sus ondas cerebrales, agitan su respiración hasta acompasarla, desordenan su cuerpo y abandonan su ego para lanzarse a los brazos de la existencia, un proceso que cuando somos amantes repetimos de forma exponencial en nuestro camino hacia el éxtasis, por eso resulta tan tan tan sexy. No extraña que Spinoza asegurara que sólo los afectos alegres nos empoderan.
Riamos, amantes, para emanciparnos de una vez, de pies a cabeza. cuando el deseo lo solicite, con desvergüenza y provocación, gozo y rebeldía. Deseemos el amor a primera risa, tal y como exclama la ilustradora Iris Serrano, porque el sentido del humor que desemboca en carcajada es poderoso, va de la observación irreverente de la realidad a la risueña ruptura del orden, en el camino crea vínculos y hace que fluya la energía por todo nuestro ser, conectándonos con el flujo de la vida. Riamos, amor, riamos.
(*) Escritora, autora de documentales y narrative coacher. Imparte talleres sobre las narrativas del Eros, centrándose en las trampas del lenguaje, los límites de la representación y la poética del deseo. Colaboradora en el espacio radial 'No apagues el llum' de IB3.
Hay 3 Comentarios
Alrededor del sexo se pueden relacionar todo tipo de sentimientos positivos que se generan en el ser humano: la pasión, el morbo y el placer, pero por supuesto también la risa.
Publicado por: DULCE | 19/09/2016 13:49:03
Yo entiendo este blog como la conexión que puede haber entre la pareja, que hace que haya un paralelismo entre su vida sexual y su vida en común; cuánto mejor funcione su vida en común mayor va a ser su relación sexual o viceversa, algo asi y que no ocurre en todas las parejas, creo que es hasta incluso difícil de conseguir.
Publicado por: Noelia | 19/09/2016 0:46:35
Recuerdan el dicho?
Donde estén unas buenas risas que se quite un buen polvo
Pues eso
Publicado por: Abracadabra Noticias | 16/09/2016 10:29:29