Tocarse, rozarse, invadirse, frotarse, queriendo o sin querer queriendo. A veces nos recreamos al infinito con esas sensaciones de la carne primera del encuentro. El estremecimiento que podremos evocar un año o diez lo desató una piel ligera, que no llega a apoyarse en el cuerpo del otro que todavía es un desconocido, o un poco conocido. Se apoya apenas. Testar. Un dedo que casi no toca pero entibia y magnetiza. Erizados ambos, sorprendidos o espantados. La sensualidad: ¿Qué hago? ¿Doy señales? ¿Sostengo el contacto o tomo distancia para reflexionar?
¿Contar hasta diez manteniendo el calorcito cerca, y luego ir viendo?
¿O que se note el movimiento esquivo, la cobra?
Codos, antebrazos, muslos, superficies de contacto iridiscentes. Sexualizar el aire que respiramos, con un leve gesto que casi nunca es premeditado.
De la serie 'Ágatas' de Irene Díaz.
Cinco situaciones:
1) El restaurante, y una mano atraída por la piel de la compañera, las telas se enredan en las piernas. La mesa es redonda, hay mucha gente, pero le diste a entender a tu compañero/a que estás esperándolo debajo del largo mantel, porque nadie lo advertirá, y luego veremos cómo trasladamos ese primer contacto a la escena visible, sobre el mantel, ya con las últimas migas, cómo intercambiar los teléfonos o el número de habitación, cuando los ojos de los otros comensales ya estén fijos en ese brazo que falta sobre la mesa.
2) El bareto, el lugar de bailar, bailando. Te recoges el pelo por detrás, para que la nuca se airee y alguien te sopla el cuello. Y aprovechando la oscuridad o las luces equívocas que titilan, te sostiene la cabeza con una mano, abarcadora, sexy, mientras frota levemente la parte de atrás de tu rodilla con la suya. Desfalleces. ¿Cómo podrías resistirte sin ir contra tu instinto?
3) En el avión, te estiras a poner tu maleta en el compartimento del equipaje, en puntas de pie rozas con tu cadera la oreja de quien será tu compañero durante las próximas horas. Del anonimato al súbito llamado de atención. Te mira, y sostiene su ser cerca, no va a esquivarte, va a dejarte que sigas frotándolo. Y cada vez te gusta más el juego. Cuando llega la hora de sentarse, los brazos ya buscan rozarse. Aunque haya un asiento libre en la fila de tres, nadie piensa moverse. Quizá haya diálogo de palabras (algún "perdona"), quizá no. Alguna vez llegaste más lejos con un compañero de vuelo, al aterrizar, eso sí, y después de intercambiar teléfonos en la espera ante la cinta de equipaje.
4) Hay pies que se encuentran lateralmente debajo de una mesa 'social' entre dos que se conocen y que comparten intimidad, pero a escondidas del resto. No hay posibilidad de tocar al otro con manos, brazos, ni ojos, apenas con los pies, insumisos.
5) Estás en el cine y te encuentras con alguien con quien te enrollaste una vez y fue bello, apacible al menos. Pasaron la noche juntos hace tres o cuatro semanas y apenas se mandaron un par de Whatsapps de gratitud. Te sientas a su lado y buscas contacto de antebrazo o codo, o de pierna (si tienes despejado el territorio y alguna señal de correspondencia). Cuando consigues el contacto, te quedas quieta, y ahí sí tensas para no separarte en la distensión.
A propósito de codos, también los hay impertinentes y no deseados: días atrás, el cómico Luis Piedrahita daba a luz a un neologismo relacionado con esto de no saber si rozarse o no rozarse, invadiendo el espacio común y tocando al compañero, incomodándolo, empujándolo, presionándolo. Decía Piedrahita en su espacio semanal en La Ventana de la Cadena Ser que "Incódomo es el fastidio impelido por el ocupante del asiento contiguo, cuando el apoyabrazos del asiento común no es equitativo. Es la molestia producida por la invasión de un codo desconocido o descodonocido".
Otra cosa son las ganas de quedarse, el placer de dejarse acariciar, como en esta performance de nuestro epílogo, con música del Kronos Quartet. Entonces, bienvenida sea la piel que danza:
'Tango sous la table' ("Tango bajo la mesa"), coreografía de John Degois, sobre música del Kronos Quartet ('White man sleep'). Bailarines: Judith Arazi y Manu Gou.
Hay 5 Comentarios
Son varias las zonas del cuerpo que puede lograr excitación, el éxtasis sexual no siempre se logra con el coito
Publicado por: chat sexo en vivo | 15/06/2017 3:32:43
Hay maneras muy sugerentes de acercarse al otro, de ir poco a poco creando un ambiente de erotismo y provocación, y una de ellas es el roce leve y suave, que poco a poco va generando secuencias de placer.
Publicado por: DULCE | 20/10/2016 11:29:43
Tanto sentados, como de pie... como acostados, el roce, caricia, de un codo (tanto del conocido como del descodocido) proporciona un contacto menos invasivo y directo que el de las manos...
Y es que éstas, al menos en mi caso, cobran vida propia y acaban siendo fatalmente atraídas por la curvilínea supeficie de unas nalgas turgentes o unos senos insolentes...
Publicado por: Manolo Blog | 19/10/2016 8:46:18
Con los aparatos de dientes... Con las largas espaldas... Con el tono de la voz que habla buenos dias, bon jour, good morning, ni hao, bom dia.
Socuélamos: busca el niño y el jovene testosteronico que habita en ti, por lo menos media hora por el dia, hombre. Olvida un poco tu dolor de las rodillas!
Publicado por: Paula | 18/10/2016 13:05:46
Hay edades para todas las etapas de la vida.
La infantil para recibir el efecto dulce de la familia o de los padres y las madres.
La juvenil, donde lo ojos se ven detrás de la sombra de quienes nos atrae, empujados por la testosterona que se nos sale a borbotones por los poros de la piel.
La madurez, donde la responsabilidad de trabajar a veces no nos deja respirar, agotados las veinticuatro horas. El cuerpo aun con ganas no tiene el verde para pitos.
La vejez, cuando los dolores del cuerpo y las flojeras nos dejan inanes e impotentes.
Seamos hombres o mujeres hemos de ser conscientes en la edad en que estamos y actuar en consecuencia.
Porque si perdemos el norte, podemos parecer como tarados o hacer el ridículo más espantoso.
Haciendo pis fuera del tiesto.
Publicado por: Socuéllamos | 18/10/2016 12:35:10