Ni enciclopedia ni consultorio sexual al uso. He aquí un rincón erótico festivo dedicado a las relaciones y la atracción entre seres humanos, esa faceta que nos hace la vida más placentera, tierna, amorosa, plena… Un blog coral, con cinco autoras de todo origen y condición, que apuesta por el juego, la provocación, lo sensual y el sexo como acto libre, adulto, compartido, real o ficticio, siempre divertido... Eso sí, si tu mirada no es amplia y tolerante, mejor no te detengas aquí. Coordina Analía Iglesias. No sólo se admiten firmas invitadas, sino que son deseadas.
Sobre las autoras
Anne Cé. Nació en el sur austral (Argentina), en un tiempo beatle y en un país con altísima densidad de psicoanalistas y jugadores de fútbol. Periodista, quizá incluso a su pesar, narra lo que se le ponga delante. Y narra, y narra. Un día descubrió que el simple roce de una clavícula le erizaba la piel y entonces comprendió por qué le gusta tanto abrazar a un hombre.
Esther Porta. Segoviana, fue becaria en el mítico Tentaciones y allí hizo de todo hasta que sus conocimientos de sexo la convirtieron en Beatriz Sanz. Y gracias a ella, publicó artículos semanales de sexo, dos libros y fue reclutada como sexperta guionista del programa de Canal +: 'Sex Pópuli'. Cuando casi se le había olvidado (lo de escribir de sexo...) se mete a bloguera. Y aquí está, con tantas ganas de sexo (del uno y del otro) como siempre...
Venus O'Hara, de Reino Unido, con raíces irlandesas. Modelo fetish, actriz y escritora. Licenciada en Ciencias Políticas y Francés, reside en Barcelona, ha sido columnista sexual en varias revistas, tiene su propio blog de fetichismo y es creadora de 'No sabes con quien duermes', un confesionario para personas que llevan una doble vida. Publicó su primer libro junto a Erika Lust, 'Deséame como si me odiaras', en 2010.
Tatiana Escobar, de Venezuela (1976), ha escrito ensayos y poesía en español. Traductora y editora, en 2004 abrió en Madrid junto a sus socios la primera boutique erótica de España, La Juguetería Erotic Toys, para no tener que vivir de la literatura. Desde entonces vive del sexo. Y escribe, a veces, para sus amigos.
Silvia C. Carpallo. Madrileña. Soñó con escribir y pronto descubrió una vía: el periodismo. Pero como tampoco valía narrar sobre cualquier cosa, eligió suerte y remató la faena con un posgrado en Sexología. Ha trabajado en suplementos de salud y medios especializados. Con la práctica ha acabado por darle un toque más sensual a sus letras. Y con ellas sueña en escribir, ahora, un libro.
El orgasmo de mi vida. Si ya no sueñas con príncipes azules, locos por pedirte en matrimonio, ni esperas que aparezca un millonario atormentado pero diestro en amores, con una Visa en una mano y un látigo en la otra, este libro es para ti. Porque El orgasmo de mi vida habla de eso, de mujeres realistas, lúcidas, independientes y eróticamente vivas, capaces de combinar esa cotidianidad que todas conocemos, con sus pasiones más salvajes. Ellas son las protagonistas de los relatos, sin guionistas que les digan lo que tienen que hacer, pero sobre todo, son las compositoras, directoras e intérpretes de los orgasmos más armoniosos de sus vidas.
Lux erótica. "Escribir sobre sexo era la propuesta y me sentí estimulada. Después de tantos años como periodista cultural y con mucha vida hecha en torno a la información y a la actualidad, tenía ganas de ponerle carne a la crónica. Porque nuestra más genuina actualidad como personas pasa por el relato del erotismo. Porque de atracción y de relaciones hablamos todo el tiempo en este tiempo occidental con ciertas libertades individuales garantizadas y rebosante de espíritu lúdico pero también algo desafectado y con nuevos descompromisos adquiridos...". Anne Cé.
Inglés para pervertidos."Se dice que la mejor manera de aprender un idioma es a través del sexo con un extranjero. Pero ¿qué haces si estás en la cama y no sabes qué decirle? Con Inglés para pervertidos puedes aprender todas las palabras y expresiones que siempre has deseado saber, desde lo más elemental al sexo más salvaje. El libro cuenta con ocho capítulos centrados en las partes del cuerpo, la cama, el LGBT, las compras sexis, el lado oscuro, el porno, el chat y la salud sexual. Cada capítulo contiene vocabulario, gramática y unos ejercicios muy originales que no encontrarás en ningún otro libro. Aprende todo lo que tu "English teacher" no se atrevería a enseñarte nunca. Y... si te cansas de estudiar, el libro incluye un montón de fotos mias para distraerte". Venus O'Hara.
La dimensión de lo que significa ser mujer está sufriendo una evolución integral.
Celebrar a la mujer que asume esta evolución es una responsabilidad de las que deseamos que este cambio sea real y lo veamos juntas con nuestras hermanas, socias, jefas, empleadas, creadoras, madres e hijas.
¿Nuevas mujeres? Sí, y nuevos retos que llegan para asumirlos en comunidad
Esto acaba de empezar: ahí están los correos de Hillary y la casilla del (ahora ex) marido de la principal asesora de Clinton (el señor que no pudo evitar seguir mandándose fotos hot con una amante, a pesar de su sitio en semejante momento histórico). Como si fuera poco, tenemos ahí, intoxicándolo todo, los aullidos de Trump, pidiendo a Putin que meta más mano en los servidores demócratas, y así, y así, de la Casa Blanca para abajo, todo demuestra que estamos con los pies en el barro. Todo a la vista, y todos con lodo cibernético hasta las rodillas, rehenes de nuestros secretos, de nuestros mensajes viejos, de las fotos recibidas, de las noches de aburrimiento y las frasecitas pícaras, todo mezclado con las pruebas de contubernios o cotilleos políticos, familiares o profesionales. Y no diga que no con la cabeza, que no le creo.
En algún momento creíamos tener algún control ("en el Facebook no hay novios", por ejemplo, o "me conecto al Skype en modo 'ausente'", o "borro a los ex de las redes", o "el Hangout lo tengo como 'desconectado'", o "no hago caso a los DM de Twitter", "ni hablar: el Tinder casi no lo uso"), pero es difícil mantener una conducta coherente en tantos sitios, simultáneamente. Ni hablar de querer mostrarnos y ocultarnos al mismo tiempo, o para algunos sí estamos ''disponibles' (WhatsApp dixit) y para otros, no. Y la cosa empieza a irse de las manos y rogamos al cielo para que San Bill o el discípulo Zuckerberg nos sean leves.
Mezclados los ex con los rollos nuevos en el Facebook, las amigas haciendo comentarios de travesuras cómplices, queriendo parecer interesantes pero no arrogantes, accesibles y cariñosos pero no con todos (no exageremos), empezamos a perder tiempo en el código deontológico de nuestra imagen de marca, o perdemos el control, y que sea lo que dios quiera.
Y nos pasan estas cosas de las redes que son apenas síntomas de nuestra vida social actual, entre los que se cuentan estos nuevos formatos para las mismas neurosis de siempre en las relaciones:
Bloqueo/desbloqueo. Tenía un amigovio que cuando se enojaba, me bloqueaba, y luego me desbloqueaba pero me tenía que volver a pedir "amistad". Todo me parecía infantil y gracioso, así que lo aceptaba; entonces, arrancaba de nuevo el juego de los mensajes privados, con el invariable "gracias por aceptarme"
Mejor salir con un ciberfóbico. Ya que nosotros/as estamos tan 'pillados', mejor que encontremos a alguien que no se pase nunca por Facebook ni por Twitter ni por Instagram, y por supuesto, mejor fuera de Tinder. El otro día, una conocida del gremio periodístico-literario decía en Facebook: "¡Tengo pareja y no está en Facebook". Y contagiaba esa algarabía y todos los demás comprendíamos de qué se trata ese confort de no ser observados/as, pero, sobre todo, la libertad de no tener que espiar nada de nadie.
Ya me fijo lo que pones en Twitter. Escuché, en 'Todo por la radio' de la SER, un chiste acorde al espíritu de los tiempos: "¿Qué te pasa, mi amor? ¿Ah, no me quieres contar? Bueno, ya miraré en Twitter".
La RAE define la acción de besar como "tocar u oprimir con un movimiento de labios a alguien o algo como expresión de amor, deseo o reverencia, o como saludo". Sin embargo, la definición de la palabra beso queda más difusa. Y es que no todos los besos pueden describirse de una misma manera, porque cada beso es diferente, según quién lo da y según quién lo recibe.
Algunos besos de película que nos pueden inspirar.
Asistí recientemente al 18º Congreso Latinoamericano de Sexología y Educación Sexual, en el que me encontré con el sexólogo argentino Ezequiel López. López hablaba de su libro y el monólogoConfesiones de un besólogo, en el que explica, entre otras cosas, que los besos pueden ser la mejor herramienta para hacer terapia de pareja. "El beso es un recurso erótico más que interesante para recuperar la pasión, o enriquecer la relación sexual de la pareja", cuenta el experto en besos, que insiste en que "besándote, te conectas de una manera íntima, profunda y sensorial, y la boca te permite poner en marcha varios recursos para que los besos sean creativos: lamer, acariciar, chupar, succionar, morder, soplar... Solo se trata de ser imaginativos y, por supuesto, de aplicar esas fantasías".
No hay que olvidar que la boca está hecha para todo tipo de placeres, como comer, o fumar, para los que lo consideran un placer Sin embargo, pocas acciones pueden despertar tantas sensaciones como los besos. "Con la boca podemos despertar sensaciones en todos los sentidos: oler, saborear, mirar, escuchar, sentir desde el tacto. Besar es una verdadera sinfonía de los sentidos. Por eso me parece importante aprovechar cada uno de ellos, por ejemplo, dando besos con sabor a chocolate o champagne, o vendándote los ojos y conectándote con el resto de los sentidos", aporta Ezequiel López.
La idea de base es que no hay un beso igual que otro. Podemos probar con nuestra pareja a darnos un beso suave en los labios, un beso en la frente, un beso apasionado o un beso de despedida y comprobar cómo un mismo roce puede hacernos sentir sensaciones muy diferentes. Incluso podemos disfrutar de varios juegos, como besar partes diferentes de nuestro cuerpo o intentar innovar en la forma de darnos besos, añadiendo recursos como lametones, pequeños mordiscos, o por qué no, hasta una pedorreta que no nos suponga un arranque de pasión, pero sí de risas. Esa es la idea de la terapia de besos: aprender que si solo con una parte tan pequeña de nuestro cuerpo podemos hacer cosas tan diferentes, qué no podremos descubrir y disfrutar si jugamos y experimentamos con todo nuestro cuerpo.
Hay algo irresoluble en las relaciones humanas que las hace atractivas, impredecibles, turbulentas, apasionantes e imposibles de ordenar sistemática y jerárquicamente. La dinámica humana, nuestras contradicciones, nuestra animalidad, el contexto cultural (religioso, económico, político o de tradición familiar), la intimidad compartida con o sin otras afinidades, como las intelectuales o las metas prácticas comunes, nos llevan a fracasar cada vez que intentamos definir las relaciones que tenemos o las que deseamos.
Dice Adonis que "el amor nunca se encuentra en una situación de inmovilidad que permita determinarlo o definirlo; al contrario, se halla siempre en un permanente estado de movimiento y transmutación, pareciendo incluso que no está, o que no existe".
Cuando Eros entra en juego, la tensión sexual es la corriente alterna que impulsa el movimiento y, entonces, queremos que la cabecita se ponga en sincro para intentar definir lo que sentimos. Siguiendo con la analogía físico-eléctrica, eso que sentimos es una corriente variable en la que las cargas cambian el sentido del movimiento de manera periódica. De ahí el poco éxito de nuestras intentonas racionales. Nos faltan palabras o texturas para describirnos y, así, nos acercamos torpemente con las herramientas de las que disponemos y, de bruces contra el límite, tomamos consciencia de que el discurso es un ente diferente al del cuerpo indefinible, o los cuerpos, o el espacio compartido.
Hay pocos síes o noes redondos y el 'no' nunca es del todo 'no', pero tampoco el 'sí' está exento de vagas ráfagas de otras nubes. Por ejemplo, cuando estamos con alguien que nos gusta mucho (o estamos dando el 'sí' en el Registro Civil o el altar) y, de repente, pasa un algo que le vemos, o una duda nuestra en el estómago, o un vértigo, y ni siquiera podemos verbalizar el viento o el miedo, y menos relatárselo a alguien, ni a nuestra mejor amiga, porque no queremos nublar una definición que nos ha quedado bien, que nos calza en ese momento de nuestra vida, y porque tampoco sabríamos decir (¿qué?) en las palabras de las que disponemos.
Nos creemos muy modernos. Ahora todo el mundo habla de orgías y de bares swingers, como si hubiera descubierto la panacea. Como si el Marqués de Sade no hubiera estado tan puesto en tendencias sexuales como nosotros. Como si nuestros padres no supieran más que nosotros de los intercambios de pareja.
De hecho, puede que antes todo surgiera de una forma más natural. Porque si ahora recurrimos al anonimato de la red o de las fiestas de máscaras con desconocidos, la liberación sexual era, antes, algo que compartir con los amigos. Incluso con los vecinos. Viendo la última temporada deMasters of Sex, más allá de los fetichistas de pies y de las orgías de la casa Playboy, recordábamos las míticas fiestas de llaves. Las llamadas key party se volvieron una práctica bastante conocida durante los años 70. Sin embargo, quienes no disfrutamos de esa época de liberación sexual, hemos podido guardarlas en nuestra memoria gracias al cine, a películas como The Ice Storm, que narra cómo la liberación sexual tan de moda llegaba a los barrios residenciales y 'salpicaba' a las acomodadas y tradicionales familias americanas que, de pronto, se aficionaban al intercambio de parejas.
La idea es la siguiente: "Me ponen los desconocidos pero, la verdad, es que la persona que más ganas tengo de tirarme, es al vecino o vecina de enfrente". Tiene toda la lógica, nuestro objeto de deseo, fuera de la pareja, suele ser alguien a quien observamos todos los días y con quien nos imaginamos todo tipo de posturas sexuales. ¿Y si pudiéramos tener carta blanca por una noche y cumplir nuestras fantasías? Algo así como un carnaval en el que todo vale, pero todo se olvida, o un "lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas", que se convierta en un pacto tácito entre las parejas.
Así, las noches de key party parecían ser una fiesta como otra cualquiera. Una reunión de matrimonios jóvenes y de mediana edad, en general, con cierto nivel intelectual, que pasaban la velada hablando de actualidad, política, chismes del vecindario y las últimas novedades en el teatro y cine del momento, mientras se tomaban un cóctel de moda. Todo muy habitual, en principio. La cuestión es que, al llegar a la casa del matrimonio anfitrión, los hombres dejaban las llaves de su coche en un cuenco y, a determinada hora, las mujeres sacaban una de esas llaves al azar, para pasar una noche de desenfreno sexual con el dueño de las mismas, le tocase el que le tocase. Y es que por cierto, muy modernos todos, pero aquí las relaciones eran siempre hombre-mujer, no fuera a ser... Que eso también tenía lo suyo, claro.
Tocarse, rozarse, invadirse, frotarse, queriendo o sin querer queriendo. A veces nos recreamos al infinito con esas sensaciones de la carne primera del encuentro. El estremecimiento que podremos evocar un año o diez lo desató una piel ligera, que no llega a apoyarse en el cuerpo del otro que todavía es un desconocido, o un poco conocido. Se apoya apenas. Testar. Un dedo que casi no toca pero entibia y magnetiza. Erizados ambos, sorprendidos o espantados. La sensualidad: ¿Qué hago? ¿Doy señales? ¿Sostengo el contacto o tomo distancia para reflexionar?
¿Contar hasta diez manteniendo el calorcito cerca, y luego ir viendo?
¿O que se note el movimiento esquivo, la cobra?
Codos, antebrazos, muslos, superficies de contacto iridiscentes. Sexualizar el aire que respiramos, con un leve gesto que casi nunca es premeditado.
La prostitución es la institución de las excusas. Porque siempre hay alguien que le encuentra un motivo a su existencia. El hecho de que haya ciertas prácticas que da miedo proponer a la pareja, la soledad, la timidez, la falta de cariño, la iniciación, el entorno rural. Todo el mundo encuentra un motivo para pagar por sexo.
La imagen de la prostitución suele ser una parte del cuerpo como los pies o las piernas. Ryan Mc Guire.
Porque el mundo ha cambiado. Es verdad, en algunas cosas, lo ha hecho. Por ejemplo, en lo que al sexo se refiere. Hoy el sexo es fácil. Quizás siempre lo ha sido, pero nadie se atrevía a decirlo, yo lo digo. Hoy en día mucha gente se conecta el móvil, en cualquier ciudad, en cualquier pueblo y, más pronto que tarde, consigue una cita para practicar sexo. ¿De verdad creemos que Tinder solo existe para encontrar pareja? Tinder también existe para citarse en un hotel por horas, saludarse, desahogarse y quedar ambos tan amigos.
Porque todos tenemos momentos en la vida en los que solo buscamos eso: sexo. No es algo malo. No hay que seguir excusándose en el ideal romántico, en la conquista, en el que la sigue la consigue. Ya hemos superado eso. Hemos aceptado que somos animales de instintos y que a veces no nos interesa qué tal te ha ido el día, sino poder tener juntos un orgasmo. Para hablar ya están los amigos.
¿Y entonces? Entonces tenemos que dejar de engañarnos. Tenemos que dejar de poner excusas a lo que no las tiene. Porque no, no estamos pagando por sexo, no se trata de eso.
El pagar exime de responsabilidad. Quien paga se cree en el derecho de olvidar. De olvidar que al otro lado hay una persona. Que no hace falta mirarle a los ojos, preguntarle qué tal está. Que no es necesario que ella goce, ni pensar si le duele (porque está seca), porque no tiene nada que ver con ella. Porque ella no es nada. Porque el que paga, busca eso: objetualizar. Reducir a la otra persona a lo mínimo; es decir, desprenderla de su humanidad. Solo es un agujero. Un vagina en lata, de esas que, por cierto, sí que se pueden comprar.
El que paga no busca sexo, busca liberarse de culpabilidad. Porque, como ha pagado, se cree con derecho a exigir, a reclamar. Porque, como pone dinero sobre la mesa, es superior al que lo recibe. Porque eso le permite pedir de la otra persona todo lo que quiera, incluso su dignidad.
El 20 por ciento de los hombres españoles reconoce haber consumido prostitución (una cifra relativa, puesto que no es algo que todo el mundo se atreva a contar). Un 10 por ciento, eso sí, reconoció que entre las mujeres había menores, niñas quizás de la edad de sus hijas, de sus sobrinas, de sus hermanas. Pero no hizo nada al respecto. No era su problema. Dos de cada 10 hombres que conocerás ha pensado que una mujer podía ser solo un agujero. Ni más, ni menos.
"Quiero los condones más finos que tengas", es una petición con la que me encuentro a menudo en mi trabajo. Llevo un par de años como dependiente en una tienda erótica del barrio de Gràcia de Barcelona, y si algo he aprendido es que el mundo profiláctico es mucho más amplio de lo que parece. Y es que las marcas clásicas llevan años intentando vendernos preservativos "más finos que los anteriores" y, mientras tanto, muchos hombres seguimos quejándonos de que nos molestan los condones. Pues aplicando la vieja lógica de "si quieres resultados diferentes, haz algo diferente", os voy a proponer algo: medíos el pene.
Asumo que la mayoría de los chicos lo hemos hecho alguna vez. Ese momento en que lees por ahí que la medida estándar del pene es X, y necesitas comprobar si estás dentro o fuera de la 'normalidad' (maldito concepto). Resulta irónico que, con la importancia que se le da al tamaño del pene en nuestra absurda sociedad falocéntrica, a la hora de la verdad no sepamos cómo medirlo.
Sépase que existen condones por tallas. Y no estoy hablando de las versiones XL que venden las grandes marcas, que de XL tienen lo que yo de cura. Lo que hay que tener en cuenta a la hora de elegir un condón no es tanto el largo del pene como el grosor. La longitud no debería preocupar más que en casos puntuales (ya llegaremos a ellos), ya que la mayoría de los condones pueden desenrollarse 'un poquito más'. Lo que importa realmente, lo que te devolverá un poco de esa sensibilidad que por norma te quitan los preservativos, es fijarte en la anchura nominal. Y esto no es otra cosa que la circunferencia del pene dividida entre 2.
¿Y qué hacemos con ese dato métrico? Pues como es habitual en nuestra época: entrar en internet. Existe una marca alemana llamada MySize que fabrica condones con 7 anchos diferentes. Y está también TheyFit, que presumen de ofrecer hasta 66 tallas de preservativo distintas. Tanto MySize, como TheyFit tienen guías en su página web para encontrar tu talla ideal de preservativo a partir de tu anchura nominal. Introduces tus medidas y ¡zas! ahí va tu condón ideal. En el caso de TheyFit no solo se tiene en cuenta el ancho del pene, sino también el largo (para los casos puntuales que comentábamos antes) y la forma (hay penes más anchos por la punta, otros por la base, o con más curva).
En la tienda, cada día entran hombres que no entienden por qué los preservativos que usan no les van bien. "¿Qué condones me recomiendas? Los XL me aprietan, y tampoco tengo un pene descomunal, ¿Cuales son los más finos?" Mi respuesta es casi siempre la misma: "olvídate si son finos o no, lo importante es que te ajusten bien. ¿Sabes los zapatos, que cuando llevas los de tu talla dejan de molestar? Pues con los condones, igual".
He aquí unos datos:
- los normales de Durex tienen 56 de anchura nominal (los de sabores tienen menos) - los normales de Control: 54 - los XL (tanto de Durex como de Control) tienen 57.
Conclusión: ¡nos están engañando! Tanto Durex, como Control, como las marcas populares de muchos otros países (sí, soy el friki que cuando sale de España se pierde por los supermercados leyendo la letra pequeña de las cajas de condones) fabrican sus modelos XL dándoles más lubricación para que parezca que entran con más facilidad. Y sí, también algún milímetro más de anchura, pero la diferencia con los 'estándar' no pasa de insignificante. Mi opinión es que los XL solo sirven para que muchos chicos se sientan campeones por comprar condones 'grandes' (otra vez, el falocentrismo). Pero solo es una opinión. Sigo sin entender por qué las grandes marcas desinforman de esta manera.
Todo esto me lleva a pensar que la represión y el silenciamiento que aún hoy sufre la sexualidad nos impide llegar a razonamientos lógicos. Como por ejemplo: si los hombres utilizamos todos una larguísima variedad de tallas de camiseta, pantalón, zapatos; las mujeres, mil variedades de sostén... ¿cómo podemos pensar que cuando se trata del pene solo DOS medidas son suficientes?
¿Os parece muy obvio? A mí, ahora, también. Pero he necesitado trabajar en una tienda erótica para pensarlo.
Mi recomendación es:
Chicos: Tened una erección y tomad medidas. Pero quedaos sobretodo con el GROSOR. Cuando encontréis vuestra anchura nominal es probable que descubráis un mundo de sensaciones que no creíais posible con un condón puesto.
Chicas: A) Si no sabéis con qué os vais a encontrar, buscad una marca que se llama Toro. El nombre es un poco horrible, pero son condones súper elásticos y se adaptan muy bien a la mayoría de penes (muchísimo mejor que las marcas clásicas). B) Si ya sabéis con qué pene vais a jugar, preguntadle antes por su anchura nominal (es una pregunta que no suele perturbar el orgullo de macho tanto como la longitud).
Os emplazo entusiastamente a hacerlo, a invertir dos minutos de vuestro tiempo a localizar una cinta métrica, a empalmaros y enrollar la cinta alrededor de la base del pene. El dato que obtendréis puede ser un billete de ida a un sexo mucho más pleno y confortable.
Hay cosas que pasan en las parejas, no importa de qué condición, edad ni religión (no importa si han firmado o no ante el Registro Civil). Son esos comportamientos en automático que se han ido fosilizando desde que dos personas se sintieron seguras la una con la otra y la una de la otra. A medio camino entre el sarcasmo, la hostilidad y la... hmmmm ¿complicidad con retintín?
Son esas cosas de las que jamás debería responsabilizarse a uno solo de los dos, porque siempre son neurosis de ida y vuelta. aceptadas y ejercidas por ambos (incluso cuando parece que hay una víctima y un victimario). Son esas cosas que constituyen un juego compartido (a veces algo sádico, perversito, fóbico o maníaco, pero compartido). Son esas cosas que, de afuera, y sobre todo cuando estamos desparejados, nos hacen pensar: "menos mal que no estoy encerrado ahí dentro".
Sin querer, consciente o inconscientemente, en pareja, vamos negociando placeres, intercambiando frustraciones y, a veces, adoptando rutinas de mutuo flagelo. Se trata de mecanismos bien engrasados, que se repiten casi sin variaciones. Mecanismos que pasan inadvertidos para los miembros de la pareja y que, sin embargo, no dejan de horadar el bienestar psicológico individual y el compartido (si alguna vez lo hubo).
No me gusta el porno del Salón Erótico de Barcelona, pero defenderé a Amarna Miller a que se exprese como quiera, hasta la muerte.
Te plantas delante de las redes sociales y llamas hipócrita a todo el que no es capaz de confesar lo que hace, al de la moral de día y el robo de noche, te metes con los taurinos, con Barberá, con el clero, con las vírgenes, con el trato basura hacia los inmigrantes (sic), con el aumento de la prostitución (denuncias que es ilegal), y luego, en un crescendo musical que recuerda al de la Champions, sueltas que algunos, incluyéndote, no se rinden.
Y bien, ¿qué hacer con un spot así? Pues, obviando los farragosos debates con abucheos y aplausos de las redes sociales sobre si esto se digiere con Almax o no, lo que apetece decir es que no es más que una invitación a un escaparate de la industria, una invitación en una carta bomba, si lo quieres, pero currada desde su guión y su factura. Lo que pasa es que el porno que se puede ver en el SEB es el que es, y para eso no hace falta que pongamos tutoriales.
Tener una pareja abierta tiene sus ventajas. Por ejemplo, en lo que supone en cuanto a comunicación. Es decir que para establecer una relación abierta han de marcarse unos límites de lo que está permitido y de lo que no, hablar de lo que podemos debatir o dejar para más adelante e incluso comentar abiertamente cómo nos hacen sentir estos acuerdos. Algo que las parejas tradicionales no suelen hacer, y deberían. Porque luego vienen los líos.
Para empezar, porque no todo el mundo entiende, de la misma manera, el concepto de infidelidad. Parece que todo el mundo tiene bastante claro que lo que conlleva un coito, por así decirlo, cuenta como falta. Aunque, claro, no cuenta igual si ha sido una vez, así casi por despiste, o si se es reincidente. Pero, ¿y todo lo demás?
Por ejemplo, en la era de Internet, ¿cuenta lo mismo una conversación subida de tono con alguien en persona, que si se hace a través del móvil o la pantalla? ¿O cuenta solo si ha habido intercambio de fotos o de imágenes por la webcam? Teniendo en cuenta de que en las redes sociales de citas, muchas de las personas que cuelgan su perfil son personas que tienen pareja, ¿cuenta ya solo la intención de ser infiel aunque no haya pasado nada?
Volviendo al terreno físico, tampoco todo el mundo está de acuerdo en cuál es el límite. Si se tiene claro que el hecho de que si hay penetración se ha sido infiel, parece que el sexo oral también podría entrar en esa categoría. Pero puede haber muchos más roces, incluso con la ropa puesta, mucho más intensos que los que se hacen sin ella. Y qué hay de la cuestión de los besos. ¿Cuentan los con lengua y no los sin lengua? Quizá cabría pensar que si solo ha sido un beso, pero hemos parado la situación antes de que se nos fuera de las manos, es que realmente hemos conseguido que no pasase nada. Todo depende de cómo se mire.
Porque no importa solo el hecho sino también cuándo ha ocurrido. Quién no recuerda ese momento entre Ross y Rachel en Friends cuando, tras una pelea, él acaba con la chica de las fotocopias, pero se agarra, además durante varias temporadas, al argumento de "nos estábamos tomando un descanso". Incluso siendo así, durante un break para repensarse las cosas, ¿todo vale o sigue habiendo normas?
Mirar culos es nacer dos veces. Si, he escrito "mirar culos" y no tetas o paquetes o sonrisas o torsos o chocolatinas musculadas o lo que nos plazca a cada quién. Afirmo que mirar culos nos renace y puedo argumentarlo.
Para empezar, fijarse en el trasero ajeno implica que su dueño/a está en movimiento; es difícil contemplar unas nalgas sentadas y las recostadas pocas veces se nos ofrecen a la vista. Esto hace que el asunto tenga algo de aparición, de encuentro, un regalo fugaz para nuestras retinas, porque el trasero nos pasa por delante de los ojos al margen de nuestra voluntad. Además, implica que su portador/a se mueve (camina, baila...), es decir, despliega la energía de los seres vivos cuando se relacionan con el entorno, aunque sea de manera inconsciente (al movernos no controlamos todo lo que sucede), y eso transforma de alguna manera nuestro espacio en el momento preciso en el que lo compartimos con ese trasero fugaz. El paseo marítimo, la calle, el pasillo del hotel... cambia de ritmo por un instante.
Esto puede suceder con la observación de cualquier otra parte placentera, lo sé, pero si destaco la capacidad regeneradora de mirar "esto" (culo) y no "aquello" (todo lo que no es culo) se debe a un valor añadido: todas las espaldas terminan en el mismo lugar, incluida la del gato de mi vecina. Hombres, hembras y viceversos son portadores/as de dos nalgas. No importa el género o intergénero al que se pertenezca, todo el mundo puede encontrarse con un culo al que hacerle la ola. Todo el mundo está, pues, en ambos lados de este juego.
Una vez aclarada la razón por la que elijo nalga y no pezón, paso a subrayar el componente sensual del mirar: este acto no tiene otro fin que el de disfrutar contemplando. No se trata del primer paso de un cazador, no hay voluntad de posesión, no se necesita saber más de su dueño.