El mentón constituye la frontera última de la cara, esa parte de nuestro cuerpo tan expuesta al exterior y que, sin embargo, solo pueden tocar nuestros hijos cuando son muy pequeños o alguien muy íntimo (o que aspira a serlo). Pensemos por un momento quién se acerca en una conversación, incluso informal y distendida, a tocarnos el mentón o el borde de la mejilla: exclusivamente alguien que gusta de nosotras y a quien le gustamos, y le damos permiso con la mirada y la sonrisa. De otro modo, acariciar la cara de otra persona sería un acto invasivo y casi agresivo (y, sin embargo, tocarle la mano a alguien desconocido en un momento difícil, o el hombro, o el brazo o la espalda, a otro que espera el bus y con el que bromeamos, por ejemplo, son gestos que no tienen un valor tan personal o de intimidad).
Psique y Eros, según Louis Jean François Lagrenée (1724 –1805).
Imaginémonos tocándole la cara a nuestro jefe o jefa o a un cliente en una reunión de trabajo, o a la esposa del notario que nos invita a tomar asiento en la sala de espera. Pero, sobre todo, el mentón, que es un continuum del cuello, una de las zonas erógenas por excelencia, desde la que se nos bajan todas las defensas, a partir de la que nos relajamos y nos entregamos en una relación amorosa. Cuando nos besan el cuello (porque hemos franqueado la entrada), las mujeres acercamos la boca, instintivamente. Y algo parecido ocurre con un roce dulce (no altivo) del otro con el borde de sus dedos, en nuestro mentón, desde abajo hacia arriba o siguiendo la línea del maxilar, en horizontal. Si ese dedo sigue hacia arriba llegará a los labios, a las comisuras, y querremos morderlo o chuparlo.
Tenía un amigo que pedía besos en la cara y mordiscos en las mejillas; él mordía y besaba el mentón, cuando más entusiasmados estábamos en el amor.
No es de extrañar, entonces, que los antropólogos nos cuenten que, en la Antigüedad, el mentón era una zona de enorme significado en el lenguaje erótico. La antropóloga francesa Agnès Giard explica, en su espacio de Libération, que desde la Antigüedad hasta el comienzo de la Edad Media, en Occidente, "parecería que el hecho de tocar el mentón o tomar al otro por el mentón era un signo de afecto más erótico que el acto de besarse en la boca. Acariciar la mandíbula del querido/a o sostener el mentón de una mujer manifestaba pasión amorosa".