Sección 'Alan Ball'
Alan Ball, tema:
la muerte
Alan Ball, el único creador de TV que salvaríamos de un edificio incendiado donde estuvieran carbonizándose todos los guionistas del mundo, nuestro querido Alan, vino al mundo un 13 de mayo de 1957 en Atlanta.
Entonces, saltó a la televisión. Lo hizo como creador, guionista y productor ejecutivo de la serie Oh, grow up. También fue guionista y productor de Cybill y de Grace under fire. Allí descubrió la tiranía de la tele: sus guiones eran cambiados y reescritos constantemente, y esto le produjo una enorme frustración. Abatido, hastiado y con angustia, se puso a escribir por su cuenta.
Lo hacía cuando llegaba a su casa del trabajo, a la una de la madrugada. Lo hizo durante ocho meses en los que descubrió que escribir enojado le sentaba bien. El resultado fue American Beauty, un lúcido ensayo sobre la familia y la muerte.
Porque Alan Ball, el único guionista norteamericano de televisión al que le prestaríamos dinero en efectivo en el hipotético caso de que lo necesitara, nuestro Alan, narra siempre historias donde hay familias y hay muertes.
Con ese guión, que su agente vendió en apenas una semana, la vida de Alan dio un vuelco rotundo. El Oscar y el Globo de Oro al mejor guión original le abrieron las puertas de todo lo que vendría después. “Tenía a los personajes de la película y a su mundo metidos en la cabeza desde hacía mucho tiempo —diría Alan—, y sólo lo escribí porque parte de lo que haces en una serie de televisión te divorcia de la conexión emocional con tu trabajo. En la tele, rodando un episodio nuevo cada semana, parecen de usar y tirar”.
Entonces, con el reconocimiento, llegó Six Feet Under, una novela filosófica narrada en cinco temporadas que, por primera vez, consiguió el milagro de emparentar la televisión con la buena literatura. Un ensayo monumental y enorme sobre la muerte, no sólo de los otros, sino también de la propia. Pero también la historia de una familia, los Fisher, que conviven con el amor, la locura y la desesperación. Es imposible olvidar el último episodio; un final que nos dejó días enteros, a algunos incluso varios meses, babeantes y sin reaccionar. Posiblemente, el mejor final que la televisión ha emitido nunca.
Otra características de Alan Ball, el primer creador televisivo que escogeríamos para que juegue en nuestro equipo si se hicieran torneos de fútbol entre actores y guionistas, nuestro Alan, es la de construir grandes personajes homosexuales, como el inolvidable Dave de Six Feet Under. Tal vez por ser él mismo un homosexual sin prejuicios, muchos lo consideran un emblema de este colectivo en el mundo del espectáculo. De allí que los seguidores de su obra hayan visto un paralelo entre este detalle privado y el tema de su segunda obra: True Blood.
¡Ah, True Blood! La historia transcurre en un pueblo perdido del sur de Estados Unidos, donde los vampiros, los “raros”, conviven entre la gente común. Otra vez el tema de la muerte, pero con las variaciones del caso. Por suerte, los hombres de colmillo cuentan con sangre sintética, un invento japonés con el que pueden sobrevivir sin necesidad de matar. Sin embargo hay algunos que se negarán a renunciar al placer que proporciona la irresistible desnudez de un cuello. Alan Ball, el último en la lista de guionistas o creadores a los que mandaríamos a la hoguera si fuésemos unos inquisidores o unos fascistas hijos de puta, se encargó de derribar todo paralelismo de este gótico sureño con el tema gay.
“Lo que me gustó de los vampiros es que es un metáfora muy fluida —dice Alan, nuestro Alan—. Por un lado, pueden servir como símbolo de cualquier grupo minoritario al que se le teme, ya sean afroamericanos, homosexuales, incluso los inmigrantes hace unos años. Pero también pueden ser un símil de una sombra, una organización secreta que si no encuentra una forma de conseguir lo que quiere, te matará. Y en ese sentido puede funcionar como una metáfora de la administración Bush, por ejemplo, o de Al Qaeda”.
Hay por lo menos dos temas recurrentes en la obra de Alan Ball: uno es la familia; el otro, la muerte. Nada demasiado original, dicho así, porque en casi todas las historias —desde la Biblia hasta Los Soprano— las dos cuestiones suelen estar presentes. La diferencia, siempre, es y será la mirada. En esta caso puntual, la mirada de Alan Ball, nuestro Alan.